Como en tantas y tantas de sus pesadillas, empezó a huir
despavorido. Las botas de sus perseguidores sonaban y resonaban sobre las hojas
secas. Las omnipotentes zancadas se acercaban a un ritmo enloquecido y enloquecedor.
Hasta no hace mucho, siempre que entraba en una pesadilla, su
salvación había consistido en despertar, pero a esta altura los perseguidores
habían aprendido esa estratagema y ya no se dejaban sorprender.
Sin embargo esta vez volvió a sorprenderlos. Precisamente en el
instante en que los sabuesos creyeron que iba a despertar, él, sencillamente,
soñó que se dormía.
en
Despistes y franquezas, 1989
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