Sería difícil encontrar un conflicto en el mundo actual en el
que la propaganda y la falsificación de la historia tengan un papel más crucial
que el que se vive en la ensangrentada tierra de Palestina. La capacidad que
muestra aquí el pensamiento dominante de invertir los roles de víctimas y
verdugos, a la vez que santifica a estos con el hábito de la mayor
respetabilidad, resulta ciertamente impactante. Nos enfrentamos en este caso a
una maquinaria prodigiosa de confusión y engaño, y es necesario un heroico
esfuerzo de racionalidad y rigor en el análisis histórico que sirva de apoyo a
la presión de la comunidad internacional sobre los que violan sistemáticamente
todo tipo de derechos. Ilan Pappé (Haifa, 1954) ocupa un lugar destacado entre
los investigadores israelíes empeñados en construir un relato riguroso de lo
que otros distorsionan, y eso lo llevó a tener que abandonar su tierra natal
para instalarse en el Reino Unido, donde imparte clases en la Universidad de
Exeter, donde también es director del European Centre for Palestine Studies.
Publicado en su versión original inglesa en 2006, La limpieza étnica de Palestina es uno de sus textos fundamentales,
y se convirtió pronto en referencia imprescindible sobre la historia reciente
de Oriente Medio.
En el prefacio del libro, Pappé manifiesta su intención de
proponer un nuevo paradigma para explicar los hechos de 1948 que dieron lugar
al estado de Israel. Frente a la
“huida voluntaria de los palestinos” propuesta por los historiadores sionistas,
y la Nakba (desastre, sin énfasis en sus agentes causales) de los palestinos,
será este el de la “limpieza étnica”. Se trata, según él, de enfatizar el
carácter criminal y planificado de lo sucedido entonces, en la certeza de que
sólo un conocimiento de las responsabilidades contraídas puede sentar las bases
para cualquier solución justa. Limpieza étnica es la expulsión mediante la
fuerza de toda o una parte de la población de un territorio con vistas a su
homogeneización étnica, siendo corolarios casi inevitables de ella una
amputación de la historia y la creación de un problema de refugiados. El
propósito del libro es demostrar que esto es exactamente lo que ocurrió en
Palestina en 1948.
En el siglo XX, el movimiento sionista adoptó una estrategia
clara de reivindicación de Palestina, que se manifestó en compra de tierras y
un aumento de los asentamientos, pero es sólo con el mandato británico, a
partir de 1918, cuando comenzó la lucha política por el control del territorio,
mientras se creaba ya el embrión de un ejército (Haganá, 1920) y se recopilaba
información exhaustiva sobre cada aldea palestina. Desahucios y expulsiones
empezaron a estar a la orden del día, y las revueltas de unos árabes que
barruntaban lo que se les venía encima (1929, 1936) fueron reprimidas
ferozmente. Tras la Segunda Guerra Mundial, los británicos patrocinaron una
solución democrática para el conflicto planteado, pero en febrero de 1947,
forzados por las operaciones terroristas de los sionistas, decidieron abandonar
el país y dejar su futuro en manos de la recién nacida ONU.
El plan de partición de la ONU (resolución 181 de noviembre de
1947) significó sobre todo una cesión ante las presiones sionistas y un ultraje
a la voluntad e intereses de la mayor parte de la población de Palestina. Tras
ser aprobado, y cuando las revueltas de los palestinos no alcanzaron una magnitud
que permitiera presentarlas como justificadoras de una política de represalias,
David Ben-Gurión (1886-1973) y la directiva del movimiento sionista tomaron la
decisión de provocar ellos una situación de guerra que creara las condiciones
propicias para implementar la limpieza étnica. Así, en diciembre de 1947
comenzaron una campaña de intimidaciones y asesinatos, tras la cual a finales
de enero ya había mil quinientos palestinos muertos. Las cuatrocientas bajas de
los judíos en ese tiempo permitían a Ben-Gurión hablar, subrepticiamente, en
sus discursos de un segundo Holocausto.
En febrero y marzo de 1948 se produjeron operaciones de
limpieza importantes, con alguna respuesta por parte de los escasos voluntarios
del Ejército Árabe de Liberación llegados de diversos países para defender
Palestina. En marzo también, tras sucesivos proyectos, los objetivos a cubrir
se plasmaron por la ejecutiva sionista en el ambicioso Plan D, que implicaba
forzar la expulsión de los palestinos para construir un estado judío de la
mayor extensión posible.
El cambio en el mes de abril fue simplemente el paso de ataques
esporádicos a una operación de limpieza étnica sistemática, aunque la
historiografía sionista trata de venderlo cómo el heroico contraataque de una
población sitiada y en grave peligro. Pappé describe con detalle la progresión
real de los hechos y la cobertura propagandística creada en torno a ellos.
Aldeas que en muchos casos no opusieron ninguna resistencia fueron borradas de
la faz de la tierra, y sus habitantes expulsados o masacrados. Luego vinieron
las ofensivas contra centros urbanos, y los palestinos de Tiberíades y Haifa
sufrieron el mismo destino, en ocasiones ante la mirada de los soldados
británicos que hubieran debido defenderlos; en Safed, la escasa resistencia de
los árabes, pobremente armados, fue fácilmente aplastada. El único lugar donde
los británicos hicieron algún esfuerzo por detener la limpieza étnica fue
Shaykh Jarrah (un barrio de Jerusalén), donde ciertamente lo lograron; en
cuanto al resto de la ciudad, la intervención de la Legión jordana consiguió
sólo retrasarla. Ante el avance de los acontecimientos, en abril el Consejo de
la Liga Árabe tomó la decisión de enviar tropas a Palestina. Para entonces, un
cuarto de millón de palestinos habían sido expulsados de sus hogares, se habían
destruido doscientas aldeas y decenas de ciudades habían sido vaciadas.
El ataque a las ciudades continuó en la primera quincena de
mayo en Baysán, Jaffa y también en Acre, donde hay fundadas sospechas de que
los sionistas propagaron el tifus entre los sitiados. La resistencia fue escasa
y todas fueron “limpiadas”. El 14 de mayo fue proclamado el estado de Israel y un día después las
unidades árabes empezaron a entrar en Palestina. No obstante, su acometividad
mostró ser exigua, lo que se explica si tenemos en cuenta que su comandante
supremo era el rey de Jordania, Abdullah, que tenía un pacto secreto con los
sionistas para que se respetara su derecho sobre Cisjordania y Jerusalén
previsto en la resolución de partición. De hecho, la limpieza étnica siguió
implacable tras esta fecha con el mismo ritmo y métodos desarrollados hasta
entonces: expulsiones y destrucción de aldeas, salpicados de masacres, como la
de Tantura, que solían producirse cuando se oponía alguna resistencia. El 24 de
mayo, el ejército israelí recibió un gran cargamento de cañones procedentes del
bloque comunista, y en junio modernos aeroplanos, con lo que su superioridad
militar pasó a ser abrumadora.
De junio a septiembre de 1948 continúan las operaciones de
limpieza, uno de cuyos escenarios más sangrientos es Galilea con masacres
apoyadas por la aviación. Pappé nos acerca a los rasgos de la sociedad bien
integrada de gentes de distintos credos, abierta e innovadora que fue allí
aniquilada. Después, cuando se desató el desastre, los drusos colaboraron con
los sionistas. Las treguas de esta época, propuestas por el emisario de la ONU,
Folke Bernadotte, y aceptadas por los israelíes, afectaron sobre todo al
enfrentamiento armado con las fuerzas árabes, pero sólo ralentizaron la limpieza.
Bernadotte, comprometido a buscar una solución justa al conflicto, fue
asesinado por los sionistas en septiembre, mismo mes en que las aldeas del Wadi
Ara, comandadas por oficiales iraquíes, defendieron su tierra ante la acometida
en uno de los capítulos más heroicos de la Nakba.
A partir de octubre de 1948 los sionistas completan el trabajo
y así, para empezar, en una ambiciosa ofensiva (operación Hiram) consiguen
tomar la alta Galilea y el sur del Líbano, no sin que se les opusiera una tenaz
aunque mal pertrechada resistencia. Hubo matanzas y expulsiones, pero algunas
aldeas lograron salvarse. De hecho, a pesar de todo esto y la ocupación que
siguió, las confiscaciones de tierras de los 70 y el esfuerzo por fomentar los
asentamientos judíos, aún hoy día aproximadamente la mitad de la población de
Galilea sigue siendo palestina. En octubre hubo también operaciones de limpieza
étnica y salvajes masacres, como la de Dawaymeh, en el sur de Palestina. Los
asesinatos y deportaciones continuaron durante 1949 ante la mirada de los
observadores de la ONU desplegados en el país, y puede decirse que la fase
aguda de la limpieza concluyó con el comienzo de 1950.
La estrategia israelí tuvo luego dos frentes: la consolidación
de lo conquistado con demoliciones y creación de enclaves judíos, y resistencia
diplomática a las presiones internacionales que exigían el regreso de los
refugiados. Muchos supervivientes de la Nakba fueron asesinados al intentar
volver a sus hogares al tiempo que otros, clasificados como “sospechosos”, eran
hacinados en campos de prisioneros improvisados, en los que siguieron las
ejecuciones sumarias, o sometidos a trabajos forzados. Los más afortunados
fueron simplemente robados, vejados y atropellados bajo la ocupación. Pappé nos
pone al corriente de los malabarismos legales empleados por Israel para
quedarse con todas las tierras y propiedades de los palestinos. Al tiempo que
las aldeas eran arrasadas, demoliciones selectivas en las ciudades
transformaron su fisonomía. De esta forma, muchas joyas arquitectónicas y
lugares de culto, musulmanes y cristianos, fueron destruidos.
El crimen final hubo de ser el memoricidio:
la ingente tarea de atribuir, en un alarde de imaginación, nombres bíblicos a
todo lo robado; las replantaciones de especies alóctonas, como pinos y
cipreses, sobre las aldeas aniquiladas, aunque higueras, almendros, olivares y
cactus florezcan tercamente cada primavera y sean mudos testigos de otra vida
que allí existió; alimentar el mito de la tierra vacía y árida antes de la
llegada del sionismo. La triste historia que sigue es la de la ONU impotente,
la de las negociaciones estériles y la voracidad que continúa hasta nuestros
días. Israel tiene bombas atómicas para impedir cualquier solución justa o
razonable.
A finales de 1947, cuando la ONU entrega una buena parte de su
país a los sionistas, los palestinos contaban ya con una larga experiencia de
sometimiento colonial que les aconsejaba no esperar nada bueno del futuro, pero
de ninguna manera podían imaginar algo tan terrible como lo que les aguardaba
esta vez. Esto explica su pasividad en aquellos meses decisivos. Desencadenada
la arremetida sionista, su cruel destino fue ser abandonados por todos,
masacrados o forzados a la expulsión y desposeídos hasta de la memoria del
crimen cometido con ellos.
La limpieza étnica de
Palestina describe con amor la riqueza y belleza de aquel hermoso país
que fue Palestina, donde gentes diversas habían aprendido a convivir, pero es
sobre todo la crónica minuciosa de cómo se consumó el empeño de robar un
territorio a sus habitantes, y de cómo la extorsión, el asesinato y la guerra
fueron en cada momento los instrumentos idóneos para conseguirlo. A nadie es
ajeno el libro, porque todos somos, con nuestra ignorancia y nuestro silencio,
cómplices de un crimen que se prolonga hasta hoy.
en
Rebelión.org, 16 de enero de
2017
No hay comentarios.:
Publicar un comentario