Caminábamos
oscuros por la noche sola
de
la mano de unos versos que cosían la boca
con
un par de puntos a favor del silencio
–un
juego de palabras–, la lengua
se
hacía un nudo de hilo, para enredar
la
metáfora de esas citas nocturnas
que
se llevaban a cabo en parques,
cuyos
nombres convertíamos en claves
o
cruces para marcar el mapa
de
nuestros desaciertos.
en El árbol del lenguaje en otoño, 1998
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