Lanza al aire tus esferas del escándalo. Se ríe de sí
mismo cuando explotan en la nada y se vuelven nueces o pájaros nocturnos. Sus
ojos ladran como un perro enfermo; sus manos son dos hechiceros sobre el fuego;
su voz no existe; su cuerpo repta como un galápago a la espuma. Helo aquí, saltando
hacia la hoguera: hierve su saliva como un pez sobre el salar; cruje su
diafragma con sonido de viento. El arlequín, el arlequín está abierto. Aún
sonríe, de cara al polvo, entre tus esferas apagadas.
en Santos subrogantes, 1999
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