No vine a alimentar el tábano que comparte su roja
trilla con los trenes; dientes de león sueñan otro tiempo, su vapor sobre el
río de los hombres y el progreso de la savia, cuando brisa.
Cardos: Pedro Henríquez Ureña viaja en tren hacia la
muerte como yo a Rancagua, soplado como el exceso de tinta en la imprenta o el
nervio que traba el facón.
Cómo cabalga la maquinaria de la sangre en partitura
vacía, trenza el adn de una niña y su cabello la madre, las hebras del texto y
ella, calma, espera llegar a alguna parte, porque siempre que se viaja hay que
llegar.
Lo que no llega y está es la Cordillera de los Andes;
el verano va y viene, como la voz del padre que llama a la niña o a su madre
–no lo sé- y recibe una respuesta húmeda y dulce. Así también descansa la
realidad mudable mientras ella habla y mira el paisaje de la VI región, tras la
ventana, sin saber que este descansa también, dulce, húmedo, sobre la pantalla
del teléfono.
en Trasandino, 2012
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