jueves, diciembre 29, 2011

"Por qué escribo", de George Orwell

Fragmento contenido en El león y el unicornio y otros ensayos



Dejando a un lado la necesidad de ganarse la vida, creo que son cuatro los grandes motivos que hay para escribir, al menos prosa. Existen los cuatro en distintos grados en cada escritor, y en cualquier escritor varía la porción según el momento en que se halle y el ambiente en que viva. Son los siguientes:

1. Egoísmo puro y duro. Deseo de parecer inteligente, de que se hable de uno, de que a uno se le recuerde después de muerto, de resarcirse de los adultos que abusaron de uno en su niñez, etc., etc. Es una falsedad fingir que éste no es un motivo, porque además es de los más potentes. Los escritores tienen en común esta característica con los científicos, los artistas, los políticos, los abogados, los soldados, los empresarios de éxito, esto es, con lo más granado del género humano. La gran mayoría de los seres humanos no tiene un egoísmo agudo. Pasados los treinta, renuncian a la ambición individual –en muchos casos, abandonan casi del todo la idea de ser individuos- y viven sobre todo para los demás, o bien quedan aplastados por el tedio y la monotonía. Pero hay además una minoría de personas dotadas, voluntariosas, obstinadas incluso, decididas a vivir su propia vida hasta el final, y a esta clase pertenecen los escritores. Los escritores serios, debiera decir, son en conjunto más vanidosos y egocéntricos que los periodistas, aunque el dinero les interesa menos.

2. Entusiasmo estético. La percepción de la belleza en el mundo exterior o, si se quiere, en las palabras y su adecuada disposición. El placer ante el impacto de un sonido u otro, ante la firmeza de una buena prosa, ante el ritmo de un buen relato. Deseo de compartir una experiencia que uno considera de gran valor, que entiende que no debe perderse nadie. El motivo estético es muy feble en muchos escritores, pero incluso el panfletista o el autor de manuales tendrán palabras y expresiones predilectas, las que le atraen por motivos en modo alguno utilitario. Puede tener también inclinación hacia la tipografía, la anchura de los márgenes, etc. Por encima del nivel de una guía ferroviaria, ningún libro es del todo ajeno a las consideraciones estéticas.

3. Impulso histórico. Deseo de ver las cosas como son, de cuál es la verdad, de almacenarla para su buen uso en la posteridad.

4. Propósito político. Empleo la palabra “político” en el sentido más amplio que sea posible. Es el deseo de propiciar que el mundo avance en una dirección determinada, de alterar la idea que puedan tener los demás sobre la clase de sociedad a la que conviene aspirar. No hay un solo libro que sea ajeno al sesgo político. La opinión de que el arte nada tiene que ver con la política, ni debe tener nada que ver, es en sí misma una actitud política.

Bien se ve que estos impulsos diversos han de estar en guerra unos con los otros, y cómo han de fluctuar de una persona a otra, de una época a otra. Por naturaleza -tomando por “naturaleza” el estado que uno alcanza cuando se hace adulto-, soy una persona en la cual los primeros tres motivos pesan mucho más que el último. En una época de paz, podría haberme dedicado a escribir libros ornamentados o meramente descriptivos, y podría haber seguido siendo ajeno a mis lealtades políticas. Tal como son las cosas, me he visto obligado a convertirme en una especie de panfletista. Primero pasé cinco años dedicado a una profesión totalmente inapropiada (la Policía Imperial de la India, en Birmania). Luego, experimenté la pobreza y el fracaso. Esto incrementó mi odio natural por la autoridad, y me llevó a tener conciencia plena de la existencia de la clase obrera. Mi trabajo en Birmania me había dado cierta comprensión de la naturaleza del imperialismo, pero esas experiencias no fueron suficientes para dotarme de una orientación política precisa. Llegaron entonces Hitler, la Guerra Civil española, etc.
Cada renglón que he escrito en serio desde 1936 fue creado, directa o indirectamente, en contra del totalitarismo y a favor del socialismo democrático, tal como yo lo entiendo. Me parece una rematada tontería, en una época como la nuestra, pensar siquiera que se puede evitar el escribir sobre tales asuntos. De un modo u otro, en la forma que sea, todos escribimos sobre ellos. Sólo es cuestión elegir bando y posición. Cuanto más consciente es uno de su sesgo político, mayores posibilidades tiene de actuar políticamente sin sacrificar su estética ni su integridad intelectual.




 en Observer, 9 de mayo, 1948





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