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Ira, ira no más, en el terrible día,
ni amor, ni la gota fresca en la lengua;
apenas la vejiga rota al atardecer,
y aquella gran mirada inmemorial, amarilla,
todo cayendo detrás, en el desván silencioso.
Desenterrarán tus cartas, tus papiros helados.
Serás como Osiris; se disputarán tu traje desolado.
Sobre tus infolios y tus manchas errantes: la leyenda.
Serás al fin un escriba serio, descomunal, recién afeitado.
Un júbilo de espadas cubrirá la entrada de ese otoño;
pero estarás dormido sobre la delgada alfombra, siempre sonriendo,
estólido, feliz, oyendo otro oleaje.
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