jueves, abril 08, 2010

"La contemplación", de Edgar Borges

Fragmento



Le atormentaba pensar que un impostor pudiera firmar la autoría de La contemplación. Se había aferrado a esa novela como si fuese la última rama que le impediría caer al abismo. En La contemplación Pedro el hostelero logró convocar a buena parte del pueblo en el centro de la plaza. Allí proclamó (a todo pulmón) la solución de la crisis. La solución no es continuar avanzando por el camino equivocado. Hace mucho tiempo, para abandonar el atraso, copiamos el frenético ritmo de las ciudades industrializadas. Y el resultado lo tenemos hoy en nuestras propias casas: le hemos cerrado las puertas a nuestros vecinos. Las familias se han distanciado; cada uno de sus miembros se han refugiando en su cuarto; sería engañarnos a nosotros mismos negar en público algo que todos sabemos, y que padecemos. De seguir así, pronto, supongo, el suicidio será la epidemia de moda. Hemos llegado a un punto extremo de nuestra historia; estamos padeciendo una vida que no es vida, estamos transitando un camino que no es camino. Es tanto el daño que venimos dejando atrás que ya hasta nos pesa la memoria. La frase de aquella canción que decía "Recordar es vivir" ha sido cambiada por "Recordar es sufrir, recordar es no vivir". Por esta vía no encontraremos jamás luz en el túnel. O nos detenemos o nos pulverizamos en el camino; también es posible que nos convirtamos en fieras. Y nos devoremos por hambre y por rabia.

Como solución, si es que deseamos conseguir una solución, he propuesto que nos detengamos de inmediato. Se trata de que todo el pueblo se siente en las aceras, en las calles y en las plazas. Los invito a echar la prisa a un lado, la idea es recordar todos los momentos imperceptibles de nuestra historia, como pueblo, como amigos, como familia. Propongo repensar lo no pensado; se trata de volver la cara y apreciar las experiencias con mayor detenimiento. Es mucho más sencillo de lo que parece. Invito simplemente a que observemos; no hablo de caminar ni mucho menos de correr; considero que necesitamos valorar los amaneceres lentos y las noches largas; creo que sensato sería vivir todo de nuevo pero con la cámara lenta de la memoria. Avancemos hacia atrás con la lentitud de un recién nacido; levitemos en dirección al pasado. Vayamos en sentido contrario a la prisa, a paso sereno con los ojos muy abiertos a la belleza de las cosas pequeñas que nunca antes vimos. Seamos capaces de pensarnos; juguemos a darle una nueva utilidad a las palabras. Pensamiento: imaginación; adulto: memoria; fantasma: estupidez; mundo: uno; uno: todos. No nos importe si todo esto lo dijo alguien antes; la intención es justamente repetirnos, pero esta vez, muy lentamente, muy poco a poco. Que nadie haga nada más que recordar; que nadie se mueva, que nadie hable; propongo que hasta en la memoria los recuerdos transiten en voz muy baja. En esa posición de contemplación debemos pasar todo el tiempo que sea necesario. Sólo debemos caminar el día que seamos capaces de volver a valorar cada experiencia con la mirada de un niño.

La novela planteaba un final contradictorio, abierto y cargado de drama. Los habitantes del pueblo aceptaron la idea de Pedro el hostelero; el hombre logró cautivar, incluso, a los más escépticos, con su extraño discurso. No obstante, en principio la gente consideró muy complicados los ejercicios de memoria. Difícil fue relatar los momentos imperceptibles, la mayoría ni siquiera recordaba cuándo ocurrieron. Una anciana confesó que le daba vergüenza reconocer que era incapaz de volver a valorar sus experiencias con mirada de niña. Pero a pesar de las dificultades todos se empeñaron en el intento. Se detuvo la historia y se detuvo el progreso. Y es que el pueblo, dispuesto a lograr el objetivo, decidió pasar la vida en una constante contemplación.












2010









La contemplación obtuvo
el I Premio Internacional de Novela Albert Camus 2009












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