Si un perro lame su propio vómito, yo lo azoto.
The Big Man
The Big Man
Lo que a simple vista aparece como un bizarro ejercicio de autoridad (desde la historia, desde la escenografía, desde el encierro), a vista esforzada lo parece todavía más. No sólo eso, hacia el final, cuando el relato se despliega (se des-intriga), el importante diálogo llevado a cabo al interior de un viejo cadillac (un espacio incluso menor al ya delimitado entorno natural dogvilleano) nos instruye acerca del pensamiento ético de algunas sociedades, del poder, de la libertad y del abuso (quién se aprovecha de quién; quién es títere y quién titiritero; etc.). Todos lineamientos básicos de cualquier individuo, grupo o sociedad, por inusual que a-parezca. Si ella hubiera tenido que vivir así, sería como ellos, asegura el narrador, mediando el condicionamiento como excusa vital probable. “Medir a todos con la misma vara”, es la receta del padre de Grace Margaret Mulligan. “Medir a cada uno según la vara que le corresponde”, es su propia-primera conclusión (no olvidar el carácter contestatario de la que parece ser una niña mimada, recelosa y obstinada, hija de un Big Man).
Grace no sólo se incluye en una sociedad en-cerrada, regida por leyes de moral absurda, plagada de vicios y taras de todo tipo (una sociedad a la manera del Dünwich de Lovecraft), sino que momentáneamente la acepta, la tolera y hasta llega a entenderla y justificarla. No sólo se trata de un acto de rebeldía u obstinación, se trata de un convencimiento real producto de una historia forzada y de un entorno en extremo irreal. Las grosellas están dibujadas. El escritor no escribe. Las puertas no existen, aunque todos actúan como si existieran. En la avenida principal, de nombre Olmo, no hay, ni nunca hubo un Olmo. La montaña intenta explicitar su condición de cartón piedra. La entrada a la mina hace como que desciende, pero no desciende (aunque Grace espera en aquel descenso la primera sentencia del pueblo).
Y sin embargo, y a pesar de todo esto, algo sucede –traición mediante-. Llegan los hombres a rescatar-secuestrar-recobrar a Grace, ella discute con su padre, reflexiona y de pronto todo se ilumina, una luna igual de falsa deja al descubierto los errores de todo el pueblo, tanto estructurales, como humanos. Grace decide que en caso de ver un error, y tener la oportunidad, es necesario castigar y corregir. Entonces regresa al viejo cadillac y acepta el ofrecimiento de su padre. Ambos, Grace y su padre, juegan a ser dioses. Superiores naturales de una tropa de imbéciles que viven sus vidas de manera incorrecta. Discuten sobre seres inferiores, sobre motivaciones y orígenes. Deciden qué está bien y qué está mal. Juzgan desde el entendimiento –también desde el sobre entendimiento-.
Usar a la gente no es encantador, se defiende débilmente Tom Edison* (es exactamente lo que ellos han hecho con Grace), cuando ya ve que todo está perdido, o variado, o que las cosas ya no son como eran, y que el poder ha cambiado de mano. Desde este aspecto, Dogville recuerda algunos ejercicios anteriores, el show de Truman, el decorado, la demarcación, el Big Brother, los juegos de poder, la discusión ética, Greenaway, etc. Dogville nos impone límites, de espacio, de poder, de eugenesia, de narración incluso. Dogville nos impone discusión.
Grace desciende a vivir entre extraños seres. Grace no habla de su madre. Sólo tiene padre, visible al menos (lo que expone aún más claramente su carácter unigénito). Grace es humillada, engrillada, sometida a crueles vejámenes (en el vía crucis dogvilleano carga sus propias cadenas para desplazarse), todos le dan la espalda, incluso su discípulo bastardo Tom; y en el borde de lo soportable, es hallada por su padre e invitada -a subir- a ocupar el sitial de poder que le corresponde. Grace retira la gracia de aquella comunidad, destinándola a su desaparición. Algo así como Juan 3:16 pero al revés. Nadie cree en ella. Todos creen en sí mismos y en su comunidad. La Hija es hallada falsa y destinada a la confinación y los maltratos, provocando la definitiva desgracia de aquel lugar.
La virtualidad de la existencia se hace explícita, insoportablemente explícita. Una persona más, una persona menos, de nada importa. Un pueblo más, un pueblo menos, de nada importa… Lo que realmente importa es la salida ética. La discusión –el intelecto- y el poder. Grace purifica el mundo. Y en ese acto de purificación, nos involucra a todos. Nos decide a todos, incluido Moisés, el perro, que en la referencia directa es salvado de las aguas, y en la presente actualización es salvado de la estupidez –de acción o reacción- y conducido, potencialmente, a una vida libre, iluminada e inteligente.
Grace no sólo se incluye en una sociedad en-cerrada, regida por leyes de moral absurda, plagada de vicios y taras de todo tipo (una sociedad a la manera del Dünwich de Lovecraft), sino que momentáneamente la acepta, la tolera y hasta llega a entenderla y justificarla. No sólo se trata de un acto de rebeldía u obstinación, se trata de un convencimiento real producto de una historia forzada y de un entorno en extremo irreal. Las grosellas están dibujadas. El escritor no escribe. Las puertas no existen, aunque todos actúan como si existieran. En la avenida principal, de nombre Olmo, no hay, ni nunca hubo un Olmo. La montaña intenta explicitar su condición de cartón piedra. La entrada a la mina hace como que desciende, pero no desciende (aunque Grace espera en aquel descenso la primera sentencia del pueblo).
Y sin embargo, y a pesar de todo esto, algo sucede –traición mediante-. Llegan los hombres a rescatar-secuestrar-recobrar a Grace, ella discute con su padre, reflexiona y de pronto todo se ilumina, una luna igual de falsa deja al descubierto los errores de todo el pueblo, tanto estructurales, como humanos. Grace decide que en caso de ver un error, y tener la oportunidad, es necesario castigar y corregir. Entonces regresa al viejo cadillac y acepta el ofrecimiento de su padre. Ambos, Grace y su padre, juegan a ser dioses. Superiores naturales de una tropa de imbéciles que viven sus vidas de manera incorrecta. Discuten sobre seres inferiores, sobre motivaciones y orígenes. Deciden qué está bien y qué está mal. Juzgan desde el entendimiento –también desde el sobre entendimiento-.
Usar a la gente no es encantador, se defiende débilmente Tom Edison* (es exactamente lo que ellos han hecho con Grace), cuando ya ve que todo está perdido, o variado, o que las cosas ya no son como eran, y que el poder ha cambiado de mano. Desde este aspecto, Dogville recuerda algunos ejercicios anteriores, el show de Truman, el decorado, la demarcación, el Big Brother, los juegos de poder, la discusión ética, Greenaway, etc. Dogville nos impone límites, de espacio, de poder, de eugenesia, de narración incluso. Dogville nos impone discusión.
Grace desciende a vivir entre extraños seres. Grace no habla de su madre. Sólo tiene padre, visible al menos (lo que expone aún más claramente su carácter unigénito). Grace es humillada, engrillada, sometida a crueles vejámenes (en el vía crucis dogvilleano carga sus propias cadenas para desplazarse), todos le dan la espalda, incluso su discípulo bastardo Tom; y en el borde de lo soportable, es hallada por su padre e invitada -a subir- a ocupar el sitial de poder que le corresponde. Grace retira la gracia de aquella comunidad, destinándola a su desaparición. Algo así como Juan 3:16 pero al revés. Nadie cree en ella. Todos creen en sí mismos y en su comunidad. La Hija es hallada falsa y destinada a la confinación y los maltratos, provocando la definitiva desgracia de aquel lugar.
La virtualidad de la existencia se hace explícita, insoportablemente explícita. Una persona más, una persona menos, de nada importa. Un pueblo más, un pueblo menos, de nada importa… Lo que realmente importa es la salida ética. La discusión –el intelecto- y el poder. Grace purifica el mundo. Y en ese acto de purificación, nos involucra a todos. Nos decide a todos, incluido Moisés, el perro, que en la referencia directa es salvado de las aguas, y en la presente actualización es salvado de la estupidez –de acción o reacción- y conducido, potencialmente, a una vida libre, iluminada e inteligente.
* Es esperable hacer explícita la filiación directa que existe con Thomas Edison, el genial inventor norteamericano, quien, entre un millar de cosas, inventó el Kinetograph (1891), una rudimentaria cámara de cine que incluía un ingenioso mecanismo para asegurar el movimiento intermitente de la película. Más aún, cabe decir que, en 1894, Edison abrió el Kinetoscope Parlor en Broadway, Nueva York, donde un solo espectador se sentaba frente a una mirilla en una cabina de madera para ver la película, que se iluminaba desde atrás por una lámpara eléctrica (cualquier similitud con el ejercicio final de Dogville, obviamente, no es casualidad).
0 comentarios??? ke triste,
ResponderBorrares brillante
Por Dios que análisis tan espectacular, o bueno, no análisis, que viaje tan fluido sobre una película que amo. Gracias,de verdad.
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