viernes, enero 05, 2007

“Desafío a la pintura”, de Louis Aragon

Extractos





Es curioso que casi nadie haya prestado atención a una singular ocupación, cuyas consecuencias no son del todo apreciables, de la que ciertos hombres se han librado en estos tiempos de manera sistemática y que recuerda más las artes de la magia que las de la pintura. Además de que pone en entredicho la personalidad, el talento, la propiedad artística y toda clase de otras ideas que se cobijaban tranquilas en los cerebros embrutecidos. Me refiero a lo que se denomina, por simplificar, el collage, aunque el empleo de la cola no sea más que una de las características de esta operación, ni siquiera una de las esenciales.

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¿Cuándo aparece el collage? A pesar de los intentos de diversos dadaístas de primera hora, creo que hay que concederle el honor a Max Ernst, al menos en lo que concierne a los dos tipos de collages más alejados del principio de papel encolado de los cubistas, el collage fotográfico y el collage de ilustraciones. Al principio este descubrimiento tuvo tendencia a generalizarse, y las publicaciones Dadá alemanas, en especial, llegaron a tener collages firmados por al menos diez artistas. Pero el éxito de este procedimiento se debía más a la afición por el dominio del sistema que a una auténtica necesidad de expresarse a toda costa. Rápidamente, el uso de los collages se limitó a algunas personas y es cierto que toda la atmósfera de los collages de entonces resultó ser la del espíritu de Max Ernst, y solo de éste. A fin de cuentas, los dadaístas alemanes estaban divididos por grandes problemas. Es sabido que las preocupaciones sociales pusieron fin a su unión, durante la Revolución de 1917, y el fracaso revolucionario de la época de la inflación marcó el ocaso de sus actividades. En esos días, algunos creyeron resolver el problema de la inutilidad del arte mediante la adaptación de los medios artísticos a los fines de propaganda. De este modo el collage dio lugar a los fotomontajes –así se los denomina en Rusia y en Europa central-, usados sobre todo por los constructivistas. No me corresponde a mí despreciar un fenómeno sobre el cual los pintores puros se pronunciarán seguramente con desdén, pero que marca una de las oscilaciones de la pintura de nuestros días, y que es ante todo un síntoma de la necesidad de significar, característica de las formas en evolución del pensamiento en el estadio de la reflexión humana en el que nos hallamos.

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Todos los pintores que han podido recibir el adjetivo de surrealistas –esto es significativo- han empleado el collage al menos temporalmente. Si los collages de muchos se acocan más al papel pegado que al collage tal como lo encontramos en Max Ernst, porque es una simple modificación de la caja de pinturas, en la mayoría, no obstante, desempeñan un papel importante y aparecen en un momento decisivo de la evolución que delimitan.

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Estas costumbres pictóricas son nuevas y es pura necedad sorprenderse de ellas. Entonces, ¿por qué utilizar colores? Unas tijeras y papel, aquí tenemos la única paleta que no nos retrotrae a los pupitres de la escuela.

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El pensamiento no es un deporte. No puede ser el pretexto de pequeños logros recompensados por aplausos. No es desinteresado. No es cosa de un hombre aislado. Los descubrimientos de todos generan la evolución de cada uno. No es gratuito el hecho de que ahora se produzca esto o lo otro. Y si en estos momentos pintar ya no es aquello que se conocía como tal, es importante que todos los pintores sean conscientes de ello. Los que no lo consigan no tendrán que sorprenderse de ser considerados como artesanos que fabrican a un alto precio un producto convertido en inútil por una simple reflexión de algunos contemporáneos.



 

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