Perdidos, todos los amores del mundo... tan ávidos
De esta reina y su amor.
Swinburne, Cleopatra, V
De la vida, del amor, del cielo y del infierno: de la esperanza de ser algún día alguien para otro tras todas esas luces y afeites. Suena cursi, ya lo sé: pero la vida más de una vez resulta cursi para los desgraciados.
Bajé, encendí un cigarrillo y me puse a escribir. Años antes habría llorado; hoy sólo lo lamentaba. Y es que el dolor de llevarse uno mismo a cuestas nos deja a veces impertérritos: a veces nos transforma en personas crueles. Se nos endurece la piel, como a los elefantes, y no por falta de compasión sino por exceso de ella: comprendemos demasiado bien como para no estar al tanto de las alternativas... y sobre todo de las posibilidades.
¿Qué hacer? El muchacho que fui volvió entonces a escena y quiso coger el tren para ir en su busca: tomarla en brazos en medio de las cámaras y arrebatarla en vilo directo a algún motel barato donde sólo un beso bastase para ahogarla. El hombre de hoy permaneció junto a su esposa frente al brillo de la televisión, y apenas si atinó a bajar la escalera para el enésimo cigarrillo del día.
Es la condena, sí, la abyección; el eterno mal de los desconocidos de siempre (ignoro si seguirá allí cuando suba, ignoro si en vez de camerino habitará la porqueriza tras la gruta de Próspero. Querer, llorar, compadecer, he ahí la máxima ley del artista... la que a veces han olvidado los que resuellan ante la miseria ajena en calzoncillos, rascán- dose las uñas de los pies).
Wrong number.
Wrong channel.
Wrong life.
Pero al volver al segundo piso la carnicería continuó. ¿Es que perdimos la vergüenza? ¿Es que la náusea se nos vol- vió tan irresistible? Oh animula, vagula blandula... ¿qué más decir? Ya Wilde nos advirtió que cada uno mata lo que ama. Y frente a esa pantalla resultamos todos una tropa de asesinos, con las babas goteando cual estropeado y sucio grifo de cocina. Morder, tragar y apretar, sí. Hasta hundir todo lo que conocemos y entendemos por existente bajo la costra vil de la pestilencia. ¡Shakespeare! Nuestro hedor llega hasta el cielo, es verdad: así lo hemos hecho y así nos hemos construido. Es todo lo que hay.
en El ciego y los tuertos, DscnTxt Editores, 2015
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarHola! Dónde se puede encontrar este libro? Gracias!
ResponderBorrarDisculpa la tardanza, Tere, pero no habíamos visto tu pregunta. En las librerías del Barrio Lastarria y en las de la zona del Drugstore. O contactarte con nosotros a descontextoeditores@gmail.com
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