La silueta que se
acercaba era la de Su Suhuai. Emergía poco a poco de la noche oscura. En esa
penumbra, ella aparecía como una imagen borrosa con su alta e inclinada figura
bajo la ropa de mezclilla rígida y pesada que la desdibujaba. Al mirar con más
cuidado, parecía que ella cojeaba un poco. Suhuai era sin duda un personaje
importante, pero no soportaba que la observaran tanto como a cualquier persona.
Atravesó la
oscuridad de la universidad donde trabajaba. Este era el bulevar más amplio del
centro estudiantil y tenía alineados árboles frondosos y canteros con artemisa
rojiza, que se estrechaban a lo largo, con mucha elegancia. Ella había hablado
en público de su amor por ese bulevar, así que sus estudiantes adoraban que
ella siguiera escribiendo ensayos sobre éste. Enorgullecido, el presidente
aseguraba continuamente que Suhaui se merecía obtener el Premio Nobel de
Química. Durante años, Suhuai se comportó como un modelo, como una nominada
potencial para el premio.
Su Suhuai se
acercaba, con su rostro sabio, de un color pálido y surcado por arrugas. De
hecho, ese color y esas arrugas fueron provocados por la pigmentación, el acné
y las marcas, consecuencia de una insuficiencia renal, el bloqueo de un
meridiano y una pasión patógena según la medicina tradicional china, pero nadie
la tomaba en sentido literal. El carácter de una mujer era mucho más importante
que su apariencia, como muchas personas experimentadas creían. Por supuesto,
Suhuai opinaba lo mismo. Una joven que había llegado a tales alturas
majestuosas en este mundo masculino, ¿pudo lograr tanto éxito sin experimentar
algunas dificultades? Pero sólo la propia Suhuai sabía lo difícil que le
resultó lograrlo. Día y noche mantuvo su sabiduría y frialdad.
Suhuai se acercaba
más, sus pasos se escuchaban con claridad. Otra vez, por desgracia, sus pisadas
también eran un lugar común, un poco torpes, lentas, y arrastraba los tacones
sobre el suelo. Las personas con esa manera de caminar no podían tener largas
piernas rectas y elásticas. Suhuai conocía bien sus piernas, así que usaba sus
faldas largas hasta en invierno. Llevaba un bolso cuadrado lleno de libros,
mientras sostenía un montón de apuntes de clase en los brazos. El pesado bolso
hacía que levantase tanto un hombro que la grasa acumulada en su bajo vientre
de treinta y cinco años sobresalía por la abertura abotonada delante de su
falda. Su abrigo de lana blanca debajo también se veía vergonzosamente
estirado. Suhuai también sabía lo importante que resultaba una barriga
prominente para una mujer. ¿Qué más desconocía? Cuanto más famosa se volvía,
más cuidadosa necesitaba ser, así que en poco tiempo se vio ante esta doble
presión. Algunas estudiantes se apuraban para caminar delante de ella y notaban
la abertura. Ellas se tocaban con el codo unas a otras, bajaban la vista con
timidez y se reían a sus espaldas. Suhuai tenía su propia excusa para la
situación: era consciente de que las chicas se fijaban en ella pero imaginaba
que actuaban con torpeza porque le temían. Ella avanzaba segura y su rostro,
por supuesto, mostraba esa permanente sabiduría y frialdad.
Eran las diez y
cinco de la noche y la calle estaba desierta. Las primeras ráfagas de invierno
agitaban las hojas que se acumulaban a los costados de la vía, que rodaban con
fuerza junto a su falda, y en secreto cantaban casi con una pasión personal.
Suhuai prestó atención a las hojas, y algo en su interior se estremeció. ¡De
repente se dio cuenta de que se encontraba sola! ¿Cómo podía ser posible? ¿Adónde
habían ido todos? Se detuvo, abrazó las notas de clase y miró a su alrededor.
Su soledad la
tranquilizó. Entonces se sorprendió. En rápida sucesión, las emociones
emergieron en su pecho y otras le pasaron por la mente. Consideró molesto el
bullicio diario a su alrededor. ¿Se debía esto únicamente a su excelente
trabajo? ¿O era para probar su categoría? Suhuai removió las hojas crujientes
con la punta de sus pies, se sintió triste como una mujer miserable: ¿por qué
no tenía algún pretendiente que la enamorara después del divorcio ya que, de
hecho, era tan extraordinaria? ¿Por qué no había nadie que la acompañara por la
noche a su casa después de esas demoradas reuniones ocasionales? Por despecho
pensaba: "¡No importa! ¡Es cómodo estar sola, con un raro sentido de
solitaria quietud!".
La generalmente
elegante y educada Suhuai quedó invadida por un lúgubre estado mental. Se dijo
con tristeza: "¿Acaso soy un bolso viejo?". Sacudió la cabeza y
sonrió: "¡No!".
Mientras desaparecía
entre las sombras junto al camino, sacó su chal para mantener el calor. Este
era un chal tradicional escocés que había comprado por impulso una vez que se
encontraba de viaje en el extranjero. Pasaron tres inviernos antes que se
atreviera sacarlo del bolso y usarlo. En esta universidad, le era imposible
usar algo que no contribuyera a dignificarla. Pero esta noche, sin nadie a su
alrededor, ¡sintió con desesperación que al fin podía usarlo!
Se puso su
reluciente y amplio chal escocés, con sus borlas que colgaban cómodamente en su
cintura. Encontró su figura mucho más graciosa bajo la luz de la calle. Entre
el repentino descubrimiento y la distracción por mirar a su alrededor, olvidó
la intersección que conducía a su apartamento. Al parecer no reconocía el
edificio en el cual vivía, o no se daba cuenta de hacia dónde caminaba desde
que salió de la universidad. Se sentía desorientada, como si estuviese a punto
de quedar inconsciente. Podía ser tomada por sorpresa en cualquier momento.
Suhuai se dirigió
en dirección a la calle, donde un hálito de libertad acarició su rostro. Había
algunos transeúntes los cuales seguían su camino por separado, como si se
sintieran seguros de que alguien los esperaba a lo lejos. Antes del centro
comercial cerrado, se encontraba una pareja de amantes abrazados, que se
entregaban tranquilamente como estatuas. Algunos serviciales triciclos se
desplazaban por las aceras. Los coches pasaban a gran velocidad sin prestarles
atención. Suhuai caminó un rato más con comodidad. Después de un intervalo de
su despreocupado estado mental, comenzó a meditar sobre el propósito de su
viaje. Tal vez debía tomar un coche de alquiler y atravesar el Yangtze hasta
Hankou, ¿para echar un vistazo a las habitaciones vacías que habían quedado
cerradas después del divorcio? ¿O para regresar a casa y visitar a sus padres?
Suhuai dudó en la calle, envuelta en su chal escocés, y miró atrás al campus de
mala gana, una y otra vez. Las luces de la ciudad hacían que su sombra
oscilara, más bien parecía una estudiante miserable que vacilaba en el viaje de
su vida.
Un taxi rojo, después
de pasarla, regresó osadamente por encima de la acera, y se detuvo con
brusquedad en la oscura noche, en franco desafío a las leyes del tráfico.
Suhuai se quedó desconcertada pero no sintió temor. Juntó los pies, se acomodó
el chal y prestó atención al conductor que sacó la cabeza por la ventanilla.
Era un hombre. Lo primero que notó fue su chaqueta de cuero negro de alta
calidad. Su cabello era grueso, y tenía un aspecto robusto y más bien poco
convencional. Ella se sintió alegremente avergonzada de su sabia perspectiva
inesperada y mundana.
El conductor la miró
a los ojos y dijo con determinación: Hola.
Suhuai pronunció
con timidez: Hola.
El conductor salió
con disposición y le abrió la puerta. En un tono humilde aunque tiránico le
dijo: Entre, por favor.
Ella quedó
impresionada por la seguridad de él. Pensó: "¡Este hombre es un
caballero!".
Suhuai levantó
involuntariamente su falda, su deseo de ser atendida y dominada emergió a la
superficie, mientras la racionalidad luchaba de forma mezquina ante el remolino
de emociones. Dudó: Estoy lejos. Quiero cruzar el río.
El conductor sonrió
con confianza: Puedo llevarla al fin del mundo.
Él habló con un
poco de ironía, la suficiente para agitar el tranquilo lago de su mente. Suhuai
tenía que admitir que hacía mucho tiempo que deseaba escuchar esas palabras.
¿Por qué tenían que venir de un completo extraño, un conductor de taxi?
De cualquier
manera, estaba perdida esta noche. Bajó la vista y entró en el taxi mientras
levantaba su falda. La última de las borlas de su chal quedó atrapada en la
puerta. Tuvo que sacarla con los dedos y dejó que se deslizara despacio por
entre sus muslos. Se sorprendió otra vez, al observar este detalle con
tranquilidad. Sintió un líquido cálido que se escurría cerca de donde rodó la
borla y sus ojos se humedecieron.
Ahora Suhuai se
elevaba. El conductor estaba junto a ella. Volaban hombro con hombro. El chal
le cubría la frente y las mejillas, por lo que a través del tartán únicamente
sobresalía un fragmento del rostro con los ojos húmedos y brumosos. Ella se
sentó erguida y retraída con las manos sudorosas en el pecho. Había cambiado por
completo, esta noche se había comportado como un cordero.
Empezaron a charlar.
El conductor comenzó:
¿Es una estudiante de postgrado durante el día?
Los disparates que
le decían los conductores con frecuencia eran más cómicos. En general, les
gustaba preguntarle: "¿A qué se dedica?". Ella había perdido su
sentido del humor por tales preguntas sin sentido.
Suhuai contestó al
conductor: ¿Acaso no parezco una profesora?
Él le dijo: Me
gustaría halagarla, pero es muy joven. Sinceramente, ¿qué edad tiene?
Ella le preguntó
como si fuese una estudiante: ¿Qué edad cree que tengo?
El conductor la miró
de arriba abajo, y enseguida llegó a una conclusión: Creo que tienes unos
veinticinco años a lo sumo.
Suhuai no pudo
evitar su deshonesto piropo. Ella dijo con picardía: Si me pidieran que
adivinara su edad, le diría que tiene cincuenta y dos.
El conductor estaba
sorprendido: ¡Qué tipa tan lista!
—Eres muy grosero.
El conductor
respondió: Sinceramente, lo que quiero decir es que esta es una sociedad
moderna. La creencia tradicional de que las mujeres ignorantes son virtuosas ya
está obsoleta.
—¿También estás
familiarizado con esas tradiciones? Entonces no debiste haber escogido esta
carrera.
—Se dice que las
chicas universitarias son poco interesantes, ¿qué iba a hacer allí?
—Entonces después
de todo puede que no sea una chica universitaria.
El conductor rió en
voz alta: Maldición, entonces definitivamente no soy un taxista.
Este conductor era
un típico macho. Su manera de hablar y de comportarse era atrevida y decidida,
aunque en su atractiva impetuosidad había una gracia oculta. ¡Sólo así sería un
hombre de verdad! Suhuai suspiró otra vez de manera imperceptible. Este hombre
era diferente a los otros que la rodeaban, quienes por lo general se cohibían y
se resignaban a mirarla. El conductor era la única excepción, desde la primera
vez que la vio fue silenciosamente agresivo y no tuvo reservas con ella. Esta
noche, Suhuai se sentía como una mujer que espera que el hombre se acerque y
tome la iniciativa. De manera que cuando él se dio la vuelta para mirarla, ella
descubrió en sus ojos una nueva actitud atrevida. Justo en ese momento, algo
imprevisto sucedió.
Después de pasar el
Puente del Río Yangtze próximo al Primer Puente de Jianghan, de pronto el
conductor gritó con enojo. Justo en ese momento recordó que no estaba permitido
cruzar en coche por ese puente. Debido a la congestión en el tráfico, a los
coches se les permitía pasar ese puente en días específicos de acuerdo con el
número par o impar de las matrículas. Hoy era el día de los números impares
pero su matrícula era par, en ese caso lo único que podía hacer era llevarla
hasta aquella parte del puente, en lugar de todo el camino hasta Hankou. Suhuai
no pudo controlar su terrible desagrado y desconsuelo cuando escuchó esto. Miró
al conductor por un momento, y al no obtener respuesta giró el rostro para mirar
por la ventanilla. Entonces, dio un manotazo con un billete de cien yuanes
sobre el panel e intentó abrir la puerta pero el conductor la tomó del brazo.
Le dijo:
—Señorita, tómelo
con calma. Pensaba en usted, si no habría pasado rápido. Es muy tarde y hay tan
poco tráfico; sería un abuso por parte de ellos si no nos dejan pasar.
Suhuai dijo algo
que no se atrevía a creer posible: ¡Entonces date prisa!
Una luz más intensa
que los diamantes brilló en los ojos del conductor.
Él dijo: ¡Entonces
pasaré rápido contigo!
Ella añadió: Adelante.
El conductor dijo: Si
nos atrapan y no quieres que tus profesores se enteren, puedes fingir ser mi
esposa.
Suhuai conservó su
orgullo.
—Me sentiría muy
honrada.
Él no permitiría
ser menos que ella y dijo: Soy yo quien se sentiría honrado.
Esto era algo que
quería escuchar. A menudo le gusta pensar que los hombres son más fuertes que
las mujeres, a pesar de que siempre era considerada más poderosa que los
hombres. El conductor era ahora su partícula complementaria.
Aumentaron la
velocidad. El hombre le ajustó el cinturón y, de nuevo, ella sujetaba con
fuerza el chal, aparentaba ser intrépida. Sus ojos lucían hermosos por la
emoción, brillaban como el sol que se eleva sobre el mar. Él encendió su
estéreo con energía y escogió a Michael Jackson, la estrella, con su grito
salvaje. El corazón de Suhuai latía con intensidad, como un tambor.
A medida que el
taxi aumentaba la velocidad, ella se dio cuenta de que hacía algo muy
inapropiado para su estatus y edad, algo que le estaba prohibido. Suhuai
articuló de forma brusca: ¡No...!, pero al mismo tiempo en su voz se notaba una
emoción incomparable. En medio de la pulsante música rock, ella abrió los ojos
y vio que todo el mundo se expandía de forma horizontal ante ellos y se
retiraba ligeramente detrás. Apartamentos muy iluminados, luces de neón
parpadeantes, postes de alumbrado macizos, enormes soportes de acero,
acompañados por los aturdidos rostros de los policías. ¡Qué momento tan
estremecedor!
Parecía que había transcurrido
todo un siglo, antes que el coche se detuviese en una pequeña calle en Hankou.
Él apagó el estéreo y se creó un silencio inaudito. Suhuai escuchaba que su
propia respiración provenía de un lugar lejano y, de alguna manera, su mano
sostenía la mano del conductor. Se tomaron con fuerza de las manos, cálidas y
húmedas. Ambos reconocieron con emoción el increíble resultado: ¡Lo logramos!
Al ver que su chal
se deslizaba, Suhuai iba a agarrarlo pero el conductor la detuvo. Él la
envolvió con sus intensos y encantadores ojos. Ella podía sentir fácilmente su
profunda aprobación. Suhuai, por lo general tan preocupada por su falta de
atractivo, se volvió tan inflamable que su apariencia parecía brillante y
transparente, y su cabello bailaba en secreto, con l gracias de un alga marina.
El conductor tomó
una botella de agua y la abrió con fuerza. Se la dio a ella, quien bebió. Él
tomó de vuelta la botella y levantándola como un saludo, colocó sus labios en
la boca de la botella donde ella había puesto los suyos. Mientras bebía,
mantuvo la vista fija en ella. Su propuesta atrevida y explícita la asustó a
fin de cuentas. Necesitaba escapar, bajó la ventanilla del coche y sacó la
cabeza. La fría noche le abofeteó el rostro.
Sin embargo, el
conductor dijo amablemente a sus espaldas: Acomoda tu cabeza hacia atrás. Voy a
arrancar.
Suhuai entró la
cabeza con sumisión, pero se sintió incómoda ante su propio entusiasmo. Él
recordó: ¿Adónde debo llevarte? Nunca mencionaste tu destino exacto.
Ella tenía que
darle una dirección pero no la real. En cuanto le dio la dirección falsa
contrajo sus muslos con fuerza y se dijo: "¡Es sólo un conductor!".
Él la llevó a la
falsa dirección. No había nada allí, al costado de la calle sólo se veía un
centro comercial. Él le abrió la puerta, y colocó una mano sobre su cabeza para
ayudarla a salir. Ella sentía tanta debilidad en las piernas que apenas podía
caminar. Se detuvo ante la enorme puerta giratoria, y se recostó sobre una
columna en el pasillo. Estuvo a punto de llorar. Se dijo débilmente: Puedes
seguir.
El conductor tomó
el billete que Suhuai había colocado sobre el asiento. Se acercó a ella, y lo
introdujo en su bolso cuadrado. Ella estaba muy débil para resistirse. Él le
dijo de todo corazón: Lo que quiero decirte es que por lo general no soy así;
yo no era ese tipo de persona antes de conocerte. Normalmente soy un hombre muy
discreto. Así que tengo que agradecértelo.
Suhuai comenzó a
temblar a pesar de que no era su intención. Muy conmovida, ella dijo: Yo
tampoco.
Intentó confesar su
mentira pero temblaba demasiado. El conductor puso la palma de su mano en el
hombro de ella para calmarla, antes de tomarla contra su pecho. Suhuai se
ablandó con lentitud pero de manera inevitable, y con cálidas lágrimas que le
corrían, descubrió que sus manos penetraban lentamente en su chaqueta y
abrazaban su robusta cintura. Se dieron un dilatado e intenso beso. Ella nunca
había experimentado un beso así.
Después de besarse,
se notaban visiblemente agitados y cada uno palpaba el cuello del otro. El
conductor le preguntó su nombre con ternura. Suhuai quería decir la verdad pero
el nombre que pronunció fue: Li Lanlan.
Quedó sin aliento
la segunda vez que mintió, pero no fue tan valiente como para corregirse. Por
suerte, el conductor estaba muy poseído por el romance y con la guardia baja,
elogió su falso nombre: Me imaginé un nombre así.
Entonces, él la
recompensó con su sinceridad, y le dijo su nombre y número de teléfono. Se
llamaba Qin Wenwei. A ella le dio tanta pena que halagó su nombre: El tuyo es
muy agradable.
Ya era noche cerrada
cuando Suhuai se separó del conductor. En el último instante, mientras él abría
la puerta del coche, ella se abalanzó sobre él para darle confianza y arreglar
su metedura de pata. Le dijo: Te llamaré.
Él se despidió con
la mano, y la noche cayó sobre ella poco a poco, a medida que el taxi
desaparecía con rapidez.
A la mañana
siguiente, la brillante luz del sol la despertó implacable en su cama y la de
su ex esposo. Comenzó a sudar frío. Pasó los dedos nerviosamente sobre sus
cejas. Pensó: "¡Esto es tan ridículo! ¡Es sólo un conductor de taxi! ¡Se
habían conocido por casualidad!". Estaba un poco asustada. Se maquilló
rápido y salió. Después de tomar un taxi, fingió quedarse dormida. El taxista
la dejó justo en la puerta del laboratorio del Edificio de Química, y enseguida
entró.
Con el paso de los
días se fue calmando. No había señales de que algún conductor de coches de
alquiler la buscara o la hostigara, pero cuando se confirmó que en realidad no
había ni rastro de él, ella se molestó de nuevo. Después de varios días
ordinarios y de parecer respetable y admirada, marcó el número del conductor
con el pretexto de ser una dama fiel a su palabra. Pero el giro real de los
acontecimientos resultó cruel: el número que le había dado era falso; no
existía un conductor con ese nombre en la ciudad. Suhuai nunca derrochó tanta
energía y determinación en buscar a alguien en secreto, y menos por una
relación tan casual como aquella. Lo peor fue que nunca pudo contarle a nadie
su decepción. De tal manera, una profesora tan joven y capaz, de repente se
vino abajo por primera vez en su vida. Le parecía como si el aire estuviese
lleno de fibra de vidrio y se negaba a respirar. ¿Cómo alguien iba a negarse a
respirar? Ella sí.
Su sorprendente
fuerza de voluntad casi la mata. Para obligarla a respirar, la internaron en un
hospital psiquiátrico. Quienes la conocían o habían oído hablar de ella
quedaron impactados. No hacían otra cosa que preguntarse el motivo. Algunos
entonces creían ser Dios y explicaban que esto sencillamente era el destino. En
lo que respecta a Suhuai, se volvió reacia de un modo evidente a tener que ver
con estas personas vulgares.
en Cuentos de mujeres chinas, 2010
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