viernes, septiembre 04, 2015

"El nacimiento de la hebra", de Julieta Marchant

Fragmento




Una imagen: mi abuela recogiendo castañas.
Un tiempo inalcanzable
            o el espacio que prolonga una ínfima constelación.
Aguardo palabras mientras afuera acontece lo infinito:
él agacha la cabeza frente a una vitrina que le devuelve su reflejo
una mujer se acerca a su hija para estirar la costura de su falda
llueve y sin embargo nadie se levanta de las sillas
él enfoca la cámara esperando que no posen
            –una escena espontánea para la posteridad–
qué escena podría serlo se pregunta y dice miren
justo cuando la pequeña del rincón se arregla el pelo.
Mi cabeza se puebla y se vacía, la mano empuja.
Cierra la puerta y concluye la imagen
pero el ruido de su nombre continúa escarbando.
No lamentamos despedirnos
sino saber que por mucho que construyamos
la lluvia seguirá existiendo
y sin embargo
nadie se levanta.
Dije basta y mi eco encontró refugio
en la amplitud de esa palabra.
Mientras escribo ella toca piano con los ojos cerrados
usa audífonos para no molestar
y el movimiento de su pie sobre el pedal
me incita a adivinar un cierto ritmo.
En el relato gira la música.
Tu cuento es incomprensible, le dice
y él explica que intenta retratar el mundo
a través de la experiencia de un árbol.
El profesor sale y vuelve con la hoja de un gomero
y pregunta ¿qué ves?
Nadie entiende
y sin embargo
no nos paramos de las sillas.
Qué sopesa este poema, cuál será su alcance.
Una voz o un murmullo, nunca supe la diferencia.
Qué tendrá que ver un gomero
            una imagen
que no podremos entender aunque siga merodeando.
La memoria y su camino
quiero decir su torpeza, sus brazos largos.
Una idea básica: voy detrás de mi abuela
le ofrezco cargar las castañas.
Una pregunta elemental: cómo sostener ese canasto siendo yo tan pequeña.
Mira la tierra húmeda, quisiera hundir mi cuerpo ahí, dijo.
No vi tierra, sino un mar de hojas secas
sus crujidos al caminar acomodándose estaban
recuerdo lo frágil
quisiera hundir mi cuerpo
concluir.
Arrimarse a las lagunas que habitan las palabras
o dejarse tocar por ese espacio que una vocal deja intocable.
La pregunta didáctica: ¿qué es un poema?
¿Por qué usted habla de sí mismo en tercera persona?
Una distancia entre lo que pensé y lo que dije, nada medible por cierto.
Las hojas sometidas a mecerse
una se enreda en la dureza de una rama, se desprende y cae.
Mira cómo baja, apuntó con el índice
girando lento, el viento sostiene –aguanta–
y seguía apuntando
            mi abuela
que se hundió en la tierra húmeda.
No estaba yo para contar esa historia, aunque estoy para escribirla.
Mi madre lanzó la bicicleta en medio del camino
corrió hacia el lado opuesto, se detuvo jadeando y lloró a gritos.
Fijo en el papel un relato, disimulo sus olvidos
            estampo una cierta inmovilidad.
En el poema lo accidental
la primera escena que me arrebató un silencio involuntario:
solo queda soportar la contemplación
de unas manos intentando soltarse de unas manos muertas
–los dedos de mi madre son extremadamente largos–.
Llueve y los turistas con sus gorros de paja simulan que no llueve
me sumerjo en el mar
atrás
donde no podría obviar el agua
¿y si de pronto me abandono?
(nadie se levantaría de sus sillas).
El nombre aprieta, mi madre aprieta, mi abuela aprieta
            un puñado de castañas
las curvas de sus manos se endurecen
y de pronto ya no están.
Desplazar el nombre, abandonarse en el área muda de la lengua
conservar lo que raspa bajo las palabras.
Siempre tuvo que ver con eso
            para mí
el desgarro de lo simple.
Prometerse alivio a la sombra de un ciruelo
un beso discreto como si la cercanía rajara
(adentro es posible desaparecer).
Jurar lo que seremos incapaces, tanto entusiasmo pienso
lo irrecuperable, la esquina donde dijo ya no más
–su eco encontró refugio en la estrechez de esa frase–.
Cierra la puerta y concluye la escena, pero el ruido continúa.
De la salida atesorar
el temblor
algún indicio que nos ate a la memoria
separarse de las manos de otro para hacerse cuerpo
retener y velar por lo propio.
Una cierta incomodidad al hablar del pasado, cuánta ajenidad.
Una imagen: la sombra de un árbol.
Una pregunta elemental: cuántas veces ese árbol impondrá la evocación.
Por qué usted habla de sí mismo en tercera persona
le pregunta y él la mira con violencia.
El pulso de las palabras serena la muerte.
La lluvia sigue impaciente, su cadencia obra.
Los turistas son tan solo parte del paisaje
            allá, me pregunto
cuál será el lugar que nos corresponde
a pesar de todo el pesar
y sin embargo
–me precipito–
nadie se levanta de sus sillas.






Edicola Ediciones, 2015






Este libro se presentará el próximo jueves 10 de septiembre a las 19:30 en el Bar Thelonious, Bombero Núñez 336, Bellavista, Santiago de Chile.










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