(1925 - 2019)
Era una noche oscura, pero no
tormentosa. En la densa oscuridad de aquella calle que debería haber iluminado
una farola que los chiquillos habían apedreado hasta apagarla, el sombrero de
gran marca, algo asustado, caminaba aprisa para llegar al sitio donde tenía que
llegar. Al doblar la esquina, comprendió que el temido encuentro estaba a punto
de producirse: frente a él, quieta como si lo estuviese esperando, había una
boina. Pero no una boina a cuadros de turista inglés ni verde claro al uso
catalán; no, señores, ésa era una boina siciliana, de paño negro y torcida. Con
un grito sofocado, el sombrero dio un paso atrás.
—¿Te he asustado? —se informó, a un
tiempo cortés e irónica, la gorra.
—Bueno, sí.
—¿Y por qué?
—Bueno, ya se sabe qué representa la
boina, ¿no? Y al verte así de repente frente a mí, en la oscuridad de una calle
solitaria, enseguida he pensado en una mala boina, una boina con intenciones
aviesas… ¿Adivino?
—Adivinas —respondió la boina sacando
un revólver del bolsillo. Luego preguntó—: Dime antes una cosa. ¿Sobre qué
cabeza estás?
—Sobre la cabeza del banquero más
grande del mundo —respondió el sombrero.
La boina volvió a guardar el arma en
el bolsillo, se hizo a un lado y se descubrió respetuosamente.
—Usted perdone, capo. No lo había
reconocido —dijo con una inclinación.
en Gotas de
Sicilia, 2001
No hay comentarios.:
Publicar un comentario