martes, noviembre 06, 2018

«Tengo un amigo…», de Harry Mathews





Tengo un amigo que vive una doble vida, no porque una mitad sea secreta sino porque se reparte entre dos lugares donde se comporta de manera muy diferente. En cualquiera de los lugares en los que esté, el recuerdo del otro lo llena de añoranza; así, está perpetuamente obligado a tomar conciencia de su propia imperfección, de su naturaleza incompleta.

El trabajo de mi amigo consiste en hilar (principalmente, en volver a hilar) alfombras. Es una actividad rigurosa. Exige destreza, paciencia, juicio estético y la disposición a renunciar a lo que se fabricó, una vez terminado. Mi amigo le teme a su trabajo y lo ama al mismo tiempo. Lo aterra y lo satisface, sobre todo porque los demás le prestan enorme atención a lo que hace. O al menos eso es lo que cree él. Mi impresión es que cuando la gente compra una alfombra, la mira por unos treinta segundos y, una vez en el piso, solo la ven como una parte del aspecto general de la habitación en la que se encuentra. Entonces, seguramente sus pies notarán su presencia (o posterior remoción) antes de que sus ojos. Pero no puede negarse que las habilidades de mi amigo son requeridas. Cobra veinticinco dólares la hora, o más, cuando decide ponerlas en práctica.

Lans, 24/5/83



en Veinte líneas por día, 2015












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