domingo, julio 29, 2018

“Una cita con Sonja / En los extramuros del mundo”, de Enrique Verástegui




(1950-2018)



Estoy siendo lavado en los maceteros de la suciedad.
Hace mucho deseo poner todo en su sitio y largarme de aquí

       —para siempre.

Y pintar y cantar mi verdad —fresca y mojada.
Yo te construyo, con mis palabras, te doy los ojos, te doy la voz,

       te doy un poder tan fresco en el poder de soñar despierta
       mientras vienes envuelta en un manto de hojas

vivas, tú lavada entre mis brazos,

       ya te alejas como una palabra mal tecleada o pronunciada,
       como un murmullo,

entre las voces: un lapsus en el concierto de Joan Báez.
Y ya nada me pertenece que no sea el poder de llevarte dentro de mí

       y lo que bien o mal no quiero.

Ya nada me pertenece ni me retiene como un colibrí

       en los pétalos de la muerte.

Y morir es alcanzar 10 mil indulgencias (S/.) en el centro

       de la sociedad opresiva: American Way of Life.

Y me gritaron salvaje por no saber caminar en parquet.

       Porque yo soy más salvaje de lo que pude parecer.
       Y más libre. Y más limpio.

Y pienso esculpir una gota de lluvia.

       Y pintar un cuadro con un árbol lleno de fuego

con ese ramaje tan parecido a mí cuando es otoño

       y salgo de noche a caminar por allí con bruma

y con la lluvia lavándome el alma.
Son más de las doce —y todo está solitario.

       Grito, llamo, me desgarro. Pero nadie acude a mi lado.

Nadie posee ese don de ser para mí una tinaja con agua de lluvia:

       una tinaja de palabras que estallen

como una molotov en los muslos de la poesía.
Esta es la hora de los más grandes deseos.
Y hora de los ratones saliendo desnudos a morder naranjas violetas
entre los sótanos más cochinos de la belleza.
Y pienso en ti mi querida Sonja en tus labios que muerden
canciones barrocas del Siglo XII

       porque mis dedos solo han aprendido a tocar
       como una sonata
       tus senos pequeños

mientras continúas leyendo “Túpac Amaru, Amarup Churin,
            Apu Salqantaypa….”

y yo te escucho aquí sentado abrazándote junto al árbol

       bajo la luz de un poste en el jirón Cuzco
       parecemos un par de locos gritando en medio de la noche
       en la hora de las más graves verdades:

tú y yo Sonja y Enrique son un buen ángel que vuela

       llevando escondido en la mirada

un paraíso de horror hermosura lucidez

       y pinchados de miedo cruzando una y otra vez los campos

                 Porqué y el Paraqué y el Conqué y el Dequé

volteando sobre esta memoria estirada sobre una porción de jalea

       y pasando por Lampa como por una boca
       oscurísima en Azángaro o Camaná y Colmena
       con toda la mierda sintetizada en sus calles

con Hamlet caminando entre delirios y sombras

       y el callado estudiante —admirador de Marcuse

y Laurita y Sofía y Susana y Rosina y también tú caminabas
con mucha premura y con la vista alta o baja como una

       marea que sube y que baja huyendo de qué

y para qué en tu casa rodabas como este planeta sobre las autopistas
del universo y yo te conduje a mi cuarto barato
entre hongos y pinturas y visiones de neurosis

       y Boch con sus pinceles en vuelo

y Chopin en brazos de la Sand

       enloquecidos con el estremecimiento de la noche

y conocí a Dante —de lejos yo lo veía

       conocí a Shakespeare

—los almacenes Shakespeare S. A.

       y vi a Sade y a Sade y a Li Po o Li Taipo

y estuve con Leoncio y Carlos y Peña celebrando 100 años
de Lautreámont —una kola fue suficiente
y un solo vaso— una sola palabra

       pero nunca fue suficiente lo que tuvimos a la

mano y junto a mí detrás del lenguaje ardía como una flor sobre
la arena nuestra sensibilidad extraviada
entre estos lugares de porquería sucios ya por el continuo rozar
nuestro en el polvo nuclear bajo el instante
lluvioso anduvimos como Inkarri en lo hondo del ojo

       —ojo que araña

trotando de aquí para allá entre Colmena y esas calles oscuras
con sus cafés y sus animales de espanto
y porque como lo hemos leído al empezar el primer canto

       “a mitad
       del viaje de nuestra vida, me encontré en una selva oscura”

como tantos de nosotros
yo por ejemplo que ahora estoy recurriendo a hablarte de esto

       148 Km. al sur de tus ojos

cuando ya nada importa más como nosotros mismos
que somos a última hora el reflejo de un universo más vasto.
Y esto es (más que un atado de versos)

       la asunción perfecta de tu cuerpo lleno de naves

y oleajes más frescos que luz
de pergaminos forjados el tres mil a. de J.C.
y hallados 20 siglos después

       cierta noche parecida a ésta en el cauce
       de un río amargo.

Esto es como el amor todo y nada a la vez:

       una batalla entre tu alma y la mía

y en la que indefectiblemente salimos siempre perdiendo
y con el alma más limpia como un rostro
recién mojado en las tormentas de seguir perdidos
en un alfabeto extraño en las tribus secretas del Oriente.
Pero estás tú —vivita y coleando. (Y culeando.)
Y estamos todos en la misma brega con el corazón

       como un mar furioso a las 4 de la mañana

y con el mismo vigor
y los sueños que ahora están ampliándose
como un murciélago con alas de berenjena:

       esta imagen breve e intensa de la vida

y trasponiendo la noche irreal

       en la bella noche de la poesía.

Porque esto es lo real.
Lo único real que ha ido quedando en nosotros.
Y lo que hemos podido rescatar
a ese inmenso naufragio de nuestra civilización:
tu sexo riquísimo.
Y el furor de tus mejillas: conciencia era esa yerba

       que ahora hemos cogido para lavarnos de la neurosis

—la angustia— ángeles de yeso arrebatándonos los ojos
y prendidos del aire cayéndonos en despeñaderos

       con flor de furia

y tú más pálida que una tarde con bruma en María Angola

       porque somos y huimos perseguidos
       más acá o más allá

de nuestra furiosa manera de vivir o decidir
qué vamos a soñar o construir en los territorios de la poesía:
Icarus navegando como un ogro en un mar de Esperanto

       y con tu nombre: Sonja echada contra mí.

Sonja en una canción de agosto.

       Sonja cántaro de barro. Sonja cántaro.

Sonja y yo sobre esta vida con la voz y los sueños deshechos por el miedo.

       Sonja arrojándome del lecho / apestando / desnuda.

Dos mil años la rompieron.
Dos mil lenguas como una soga ardiente enervándose alrededor del cuello.

       No me hagas daño / te odio.

Sonja. Sonja. Metiéndome en sus piernas.
Soy la serpiente mordiendo los sesos de la muerte
y muerdes manzanas de fuego en la noche cuando nada nos salva
ni nada te salva. Porque aún
escribes con tintura de sauce sobre papiro

como cuando creciste cubierta
     
de arroz / de poesía

       con los espasmos de Lesbos
       mientras bebíamos guinda

y nada hacía deslumbrar nuestro destino.
Llegué un poco antes de las 10 p.m.: tú ya te habías desnudado
y dormías como una cicatriz sobre mi hombro.
Sonja. Sonja. No soy otro ni nadie.

       Yo soy el que no quiso ser lo que ahora o nunca

pudo dejar de haber sido un furioso lucero

       trasponiendo los límites

entre la noche y la poesía. Quiéreme / te amo
—no podía haber escrito otro verso

       ni un algo parecido a la sensación de encender

nuestra bella costumbre ni la alegre frescura
de no caer absorbidos en los terrenos eriazos.
Yo adoré tus cabellos mojados como una hoja de olmo después de la lluvia.
Oh sí yo sí adoré tus palabras de estambre

       y tu palabra precisa en tu boca dorada.

Yo adoré ese lecho de versos y hojas y vientos
que nacían o venían contigo
como un ángel descendiendo a estos versos

       en la tarde cuando tú encendías

frutos de oro
lamiéndome el falo y lamiendo la rueda de los espasmos
porque el estío era luz y era flor

       y la flor esa luz que embellece

la terrible soledad en los mundos del Boch.

       Y la memoria se abre el silencio la luz los frutos
       y a la larga estamos

otra vez empezando porque toda muerte
pare una vida y tú pariste otra muerte
o una vida que es como dormir sobre algún párpado de la muerte

       y vas caminando toda vestida de negro

corriendo corriendo con un sudor en tu frente

       con fiebre y las mejillas pálidas

como un remolino tragándose a la vida
ssscrrr — sscrrr —cantó el pájaro del deseo.

       ssscrrr — ssscrrr — ssscrrr.

¿Muerte es un verso cuyas ramas se tuercen como un lago seco?
Y estamos otra vez aquí sobre la noche
mirándonos y no mirando a otra parte que no sea

       a ese fantasma salido de tu promesa de lavar

con fiebre esos trozos resecos de la sangre
del que se alejó cantando como Juan en el desierto.
Y sin embargo ¿quién brotará más cerca de la vida
de un tiro en la sien frente al espejo o colgando de un semáforo
como de sus propios presentimientos? ¿ha llegado mi hora?
¿es ésta tu hora? ¿tu hora? ¿tu hora? ¿la hora?

       ¿What time is it?

       Y también tú bellísima Sonja intentabas hallar tu identidad
       por el suicidio: feb./71.

Y yo leí tus viejos cuadernos de poemas.
yo leí tu poemita de la soledad con zapatos

       —escrito cuando cumpliste los 12 años.

Y hemos caminado mucho entre estos semáforos violetas

       —y ya no puedo contener mi furiosa belleza.

Sonja. Sonja. Cántaro de barro.
El amor crecía como un grito con olas de laurel

       sobre este lecho cubierto con tu poesía.

Y el amor la lucidez la entrega el vigor: eran el Himno
que entonamos con nuestros labios frescos.
Y el amor la lucidez la entrega el vigor: son nuestra señal
en los días de guerra.
Y nada de lo heredado por la sangre pudo resistir a la belleza.
Y nada ha podido alejarnos de la frescura de un pensamiento espléndido.
Y ya no puedo contener mi furiosa belleza.
Todavía espero esa tabla con diablos e inválidos pintados

       como una gacela sobre el cielo de Lima:

una luz sobre otra es la señal:

       una luz en el rostro: señal de este siglo.

Y nadie más sino tú y yo esperamos coger la revelación
en su más libidinoso y secreto esplendor.
Fuimos conducidos al patíbulo
Y degollados sobre una bandeja de plata en las cortes de Herodes.

       Cortes de casimir.

Cortes marciales: II zona judicial de policía en Perú
para los que crearon belleza creando molotovs

       y creando revueltas entre los jóvenes.

Y somos pateados vejados jodidos.

       Y el que transita a mi lado voltea el rostro

y escupe y siente asco y vergüenza de mí.
¡Estupendo! ¡Estupendo! “Los perros ladran,
señal de que avanzamos Sancho”

       Porque ya no puedo contener mi furiosa belleza.

Y ya no puedo seguir como un verso que huye de la memoria.
Y cada noche al regresar a nuestras páginas

       a nuestra soledad
       nos cuestionamos / nos lavamos

y pensamos y vemos que ya este acto furioso
de aprisionar a la tormenta
y caminar libremente por el espacio abierto

       en el espacio de unas líneas
       es una victoria que no todos saborean.

Y entonces tuvimos que andar buscando nuestra propia

       y amarga manera de entender estas cosas:

una lenta y amarga experiencia: hermosa como un ave silvestre.







en En los extramuros del mundo, 1971








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