jueves, junio 21, 2018

“Soy fan de la poesía chilena”, entrevista a Álvaro Bisama, de Diego Zúñiga





A propósito de su libro Cien, una compilación subjetiva de la historia de la literatura chilena, esta conversación con Álvaro Bisama deriva en disquisiciones sobre los poetas chilenos de los años 90 y la Novísima poesía chilena, además de afirmar los posibles nuevos bríos que Zambra, Patricio Jara, Jorge Baradit y el mismo Bisama representan en la narrativa chilena actual. Dicen que Paul Thomas Anderson, el director de Magnolia, confesaba que sus películas nacían a partir de listas que realizaba. Eso dicen. O mejor dicho, eso leí en un artículo que Alvaro Bisama (Valparaíso, 1975) escribió sobre George Perec, otro tipo al que le fascinaban las listas.


¿Cuáles son las ideas que te quedaron rondando después de escribir Cien con respecto a nuestra literatura?
Lo primero, es que  rayé con todo lo escrito entre 1910 y 1930: Pedro Prado, González Vera, Federico Gana, Orrego Luco. Volver sobre ellos sin el karma de la crítica académica, tipo Eduardo Godoy o José Promis, resultó ser un verdadero agrado. Redescubrir que Pedro Prado era un tipo que escribía en la melancolía absoluta mientras contemplaba el paisaje, o que Alhué es un libro de casas vacías en un pueblo fantasma fueron cosas interesantes. En el fondo ese fue un descubrimiento positivo.

¿Y algún descubrimiento negativo?
En la escuela de literatura donde yo estudié (UPLA), me enseñaron que la generación del 50 (Claudio Giaconi, Jorge Edwards, José Donoso) era relevante, y luego de volver a leer a esos autores te das cuenta de que no eran centrales, sino que los que estaban antes o después eran más importantes, como Gómez Morel, Skármeta o Wacquez. En el fondo, los de la generación del 60 eran más importantes que los del 50. Y ahí también hay una lectura política, porque me parecen mucho más los gestos de civilidad en Skármeta o de la crisis de la fractura de la identidad que aparece en Gómez Morel, que todo el rollo de la clásica novela burguesa chilena que está presente en los del 50.

En una de tus columnas de El Comelibros decías que después de escribir Cien, sentías que La difícil juventud se caía frente a una novela como El río.
O sea, claro, porque Goméz Morel, como Droguett y Rojas, son tres novelistas que están fuera de la experiencia de lo burgués. Y están metidos en una clase de redes sociales mucho más complejas, contradictorias y heterogéneas. Hay un sujeto nacional mucho más complejo ahí que en los autores del 50.

Es como esa cita de Droguett que aparece en Cien: “Todos han visto al patrón enamorando a la chinita, aun le han ayudado a enamorarla, pero no han mirado la sangre del aborto”.
Claro. Y eso está en Synco, por ejemplo. Ahí es Droguett aplicado. Todo lo que dice Droguett en los 40, Baradit lo aplica en su novela, sin que esté pensando en eso, a pesar de que Baradit es un lector oblicuo de ese Droguett..

Ahora, cambiando de vereda, ¿cuál es tu impresión de la poesía chilena después de Cien?
En realidad yo soy fan de la poesía chilena. Pero claro, me di cuenta de otras cosas. Por ejemplo, que la escritura de Maquieira es una poesía muy sola, muy de espalda al mundo, una especie de brazo muerto, parecido al Couve final. Son brazos muertos que alcanzan obras mayores, pero justamente en esas obras mayores, entre comillas, se quedan atrapados y solos. Perdidos. No sé, estoy pensando en Venus en el pudridero, que es la misma sensación. Es un lugar que solo Anguita puede habitar.

Anguita es como alguien aislado…
Claro, porque en el fondo no sé si Anguita deje discípulos. En cambio Parra creó un método que se ve hasta hoy. Anguita no creó un método en un sentido de generar herramientas de trabajo. Por eso es brillante... pavoroso y brillante.

Hablando de poetas mayores en edad… ¿Por qué no pusiste algún libro de Gonzalo Rojas?
Porque Rojas me parece aborrecible, es uno de los autores más aborrecibles en Chile. O sea no sé si aborrecible, pero Rojas es muy predecible. En el fondo es una derivación del proyecto de las vanguardias leído desde un Rimbaud de provincias. Sin fuerza. Rojas no hace libros de poesía, escribe bonitos poemitas sueltos. Hay que juzgarlo desde ahí, desde su deseo de ser un poeta de estadio, de grandes masas. En el fondo qué sentido tiene leer a Rojas si tenemos a Nicanor Parra.

Aunque en la Academia no piensan eso…
Al lado de Parra, da como penita. Lo que pasa es que en el fondo Parra pone al poema en una tesis de vanguardia tan radical que ya ni siquiera escribe poemas, sino que traduce. Parra hace avanzar el texto en su propia desilusión y Rojas sólo quiere homenajes, lo mismo que Jorge Edwards en la narrativa. Lo único que quieren es el autobombo.

Una de las sorpresas fue ver a Rolando Cárdenas, quien siempre ha estado relegado a un segundo plano por la figura de Teillier.
Sí, tenía que estar. Porque en el fondo es muy distinto a Teillier en 2 o 3 aspectos. Porque Cárdenas trabaja hacia adentro, hacia su propia opacidad. En sus textos Cárdenas nunca dejó el sur, Teillier sí. Y eso es súper chocante, porque en Cárdenas está el verdadero proyecto lárico. En cambio, Teillier se muda literariamente a Santiago y se transforma en un cliché de sí mismo. Y eso está bien igual, pero Cárdenas además tuvo el gesto de agregar esa clase de poesía tan íntima, tan opaca, tan profundamente conmovedora que había que colocarlo, había que volver sobre él.

Otra de las sorpresas, fue ver La ciudad anterior, sabiendo que nunca te ha gustado lo que hace Contreras. ¿Por qué él y no otro representante de “La nueva narrativa”?
Era Contreras o Collyer. Pero en el fondo creo que todavía no aparece el gran libro de Collyer, y lo estoy esperando como fan de él que soy. Además que tenía ganas de releer La ciudad anterior, sin ánimo de nada. De hecho, la otra vez Pancho Ortega me dijo que la reseña sobre Contreras era muy triste, no tenía odio, sino que tenía tristeza. Y claro, porque hablaba más de la pena de encontrarme con una obra que no estaba a la altura de lo que muchos dicen. Como que me quedó la sensación de que había una tristeza de algo no logrado, a pesar de que pareciera que estaba logrado. Cosa que es distinto con Fuguet.

¿Por qué?
Porque Por favor, rebobinar es un libro que me parece cada vez más jugado, sobre todo en la edición sin cortes que apareció después. En el fondo hartas cosas que nos gustan están en esa novela de Fuguet. La disolución de las voces, el uso de formatos narrativos distintos. La primera versión la criticaron todos, pero en la versión con bonus tracks, que sacó Alfaguara 4 o 5 años después, está todo eso. Ahí te das cuenta de que Fuguet tenía un rollo bastante más complejo, que tenía algo que decir.

Cuando cierras Cien, sobre todo en la década de los noventa, aparecen más textos de narrativa que de poesía, sobre todo de “No ficción”. ¿Sientes que estos libros se toman el panorama en esos años de la literatura chilena?
Sí, porque ninguna novela de los noventa es tan poderosa como Chile actual: anatomía de un mito, de Tomás Moulian, que es una novela en el fondo. Ninguna novela escrita en ese tiempo es tan poderosa como El empampado Riquelme, de Pancho Mouat. Como tampoco ninguna novela  de los ochenta es tan o más poderosa que Chao no más, de Hervi. Ahí están los mismos procedimientos y las mismas reflexiones que hacía Diamela Eltit. De hecho Chao no más y Lumpérica son casi el mismo libro: ahí la ciudad que se va deteriorando, los cuerpos y las voces son acosados por la violencia y el miedo, todos quedan desnudos en la plaza pública.

¿Y cómo ves el panorama en la actualidad?
En realidad no sé si esto ha cambiado. De todas formas a partir de Ygdrasil, Bonsái, los libros del Pato Jara y Caja negra, siento que algo pasó. O sea, apareció en los últimos cuatro años una escena que nadie predijo y eso es muy raro. Yo aún no lo entiendo. Porque en el fondo ¿quiénes eran las estrellas de la narrativa chilena joven? La Nona Fernandez, Leonart, que es casi la misma generación de los noventa. Además estaba todo lo de los talleres literarios, y eso desapareció hace un par de años. Se borró de un día para otro y me parece maravilloso. Se abrió la cancha y aparecieron jugadores que nadie esperaba.

¿Y qué pasa con la poesía de los noventa? ¿O con los más jóvenes?
La verdad es que no lo tengo claro.

Sergio Parra una vez me dijo que faltaban obras importantes. Que en los noventa sí había un par de libros, como La insidia del sol sobre las cosas, de Germán Carrasco, y Metales pesados, de Yanko González, pero que en los más jóvenes aún no encontraba ese libro.
Claro, o Calas de Carrasco, o Especies intencionales de Anwandter. El problema que pasa con la poesía más joven chilena es que heredó el mecanismo de los 80 que venía con la avanzada, que tenía que ver con esa instalación de la lectura de la obra en la medida de la crítica. En los ochenta tenía sentido porque adquiría un tono político y de uso súper práctico, porque civilizaba obras que no hubieran sido posibles si es que no hubiera aparecido esa pareja de crítico-autor, como la Diamela Eltit y la Nelly Richard.

¿Y ahora?
Veo esa misma idea, pero ya no existe el sustrato de una dictadura que da eso. Igual yo no creo que Héctor Hernández sea malo, me parece interesante en muchas cosas,  pero sí me parece, por ejemplo, que Felipe Ruiz es un pésimo crítico, un pésimo lector que no dice nada que uno no sepa. Ahora sí está bien que toda esta generación maneje las redes, se gane concursos, pero claro, como decía Parra sobre las obras importantes… los libros van  a decantar. Todo lo que nos parecía brillante de la Novísima hace 4 años, ya no nos parece nada. Y está bien que sea así, porque eso le hace bien a los textos.

¿Tan duro ha sido el paso del tiempo?
Lo que pasa es que en el fondo muchos pensamientos que ellos mencionaban yo los había visto en las canciones de Dorso. El uso del bilingüismo y el uso de la cultura popular y la parodia y el tema de lo urbano. En el fondo también Lemebel agotó ese tema. A mí nunca me sorprendieron mucho.



en RevistaContrafuerte.wordpress.com, 24 de mayo de 2009

(Recuperado el 21.06.2018)

Fotografía: Carla Mc-Kay










No hay comentarios.: