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Lo más honesto es cantar rancheras, en el silencio que le diste
a mis palabras. Que sea de cinco balazos en el pecho amarillo del señor que
alimenta gatos nuevos en la vereda, con mala confianza, para que muera en
falsete. Como la mancha de vino en la camisa blanca, un ruedo de música se
expande con el grito de amor a su aldea. Ya no estoy ahí, pero soy el ausente.
Más voces que se entrelazan con la pérdida de la expansión, con el ruido de las
cañerías de la casa vecina.
en
La casa devastada, 2017
Alquimia
Ediciones
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