Esta entrevista es resumen de dos
conversaciones que tuve con Milán Kundera tras haber leído el manuscrito de la
traducción de su Libro de la risa y del
olvido: una durante su primera estancia en Londres, la otra durante su
primera estancia en Estados Unidos. En ambas ocasiones viajó desde Francia,
donde su mujer y él llevaban instalados, en calidad de emigrados, desde 1975,
en la ciudad de Rennes, en cuya universidad él daba clase. Luego pasó a la Universidad
de París. Durante nuestras conversaciones, Kundera se expresó alguna que otra
vez en francés, pero casi siempre en checo, mientras Vera, su mujer, nos hacía
de intérprete a ambos. Luego, Peter Kussi tradujo al inglés el texto checo
resultante.
Roth: ¿Cree que llegará pronto la
destrucción del mundo?
Kundera: Depende de lo que entienda usted por pronto.
Roth: Mañana o pasado.
Kundera: La idea de que el mundo se precipita hacia su perdición es muy
antigua.
Roth: Entonces, no hay de qué preocuparse.
Kundera: Al contrario. Si este miedo lleva desde hace tantísimo tiempo en la
mente de los hombres, por algo será.
Roth: En todo caso, lo que a mí me parece es que ese temor es el trasfondo
de todos los relatos de su último libro, incluso de los declaradamente
humorísticos.
Kundera: Si, cuando era un muchacho, alguien me hubiera dicho: «Un día verás
desaparecer tu país de la faz de la tierra», me habría parecido una tontería,
algo inimaginable para mí. Los hombres nos sabemos mortales, pero damos por
sentado que nuestro país posee una especie de vida eterna. Pero, tras la
invasión rusa de 1968, todos y cada uno de los checos hubieron de enfrentarse a
la idea de que su país podía tranquilamente ser borrado de Europa, igual que
durante los cinco últimos decenios hubo cuarenta millones de ucranianos
obligados a ver cómo desaparecía del mundo su país, sin que el mundo prestara
la más pequeña atención. O los lituanos. ¿Sabe usted que en el siglo XVII
Lituania era una potencia en Europa? Hoy, los rusos mantienen a los lituanos en
sus reservas, como si fueran una tribu a medio extinguir: tienen rigurosamente
prohibidas las visitas, para que el resto del mundo no conozca su existencia.
No sé qué le reservará el futuro a mi país. Los rusos, sin duda alguna, harán
todo lo posible por irlo disolviendo en su civilización, en la de ellos. Nadie
sabe si lo lograrán o no. Pero la posibilidad existe. Y la súbita comprensión
de que tal posibilidad existe basta para cambiarle a uno todo el sentido de la
vida. Hoy en día, hasta la propia Europa me parece frágil y mortal.
Roth: Pero, ¿no están radicalmente diferenciados los respectivos destinos
de Europa oriental y Europa occidental?
Kundera: En cuanto noción histórica cultural, Europa oriental es Rusia, con
su propia y concreta historia anclada en el mundo bizantino. Bohemia, Polonia,
Hungría, como Austria, nunca han sido parte de Europa oriental. Ya desde el
principio participaron en la gran aventura de la civilización occidental, con
su gótico, su renacimiento, su reforma —movimiento, este último, que tiene su
cuna precisamente en esta región. Fue de allí, de Europa central, de donde
recibió la cultura moderna sus más poderosos impulsos: el psicoanálisis, el
estructuralismo, la dodecafonía, la música de Bartók, la nueva estética
novelística de Kafka y Musil. El hecho de que la civilización rusa se
anexionara Europa central (o, al menos, buena parte de ella) dio lugar a que la
cultura occidental perdiera su centro de gravedad vital. Es el acontecimiento
más importante de la historia de Occidente, en nuestro siglo, y no cabe
descartar la posibilidad de que el fin de Europa central haya supuesto también
el principio del fin de Europa.
Roth: Durante la Primavera de Praga, su novela La broma y sus relatos del Libro
de los amores ridículos tuvieron tiradas de ciento cincuenta mil
ejemplares. Tras la invasión rusa, fue usted apartado de su cátedra de la
academia cinematográfica y todos sus libros desaparecieron de las estanterías
de las bibliotecas públicas. Unos años más tarde, su mujer y usted echaron unos
cuantos libros y algo de ropa al maletero del auto y no pararon hasta llegar a
Francia, donde se ha convertido usted en uno de los autores extranjeros más leídos.
¿Cómo se siente ahora, en su condición de emigrante?
Kundera: Para un escritor, la experiencia de vivir en varios países en una
bendición. No se puede entender el mundo sin verlo desde varios lados. Mi
último libro [El libro de la risa y el
olvido], que nació en Francia, se desarrolla en un espacio geográfico
especial: los hechos que ocurren en Praga están vistos con ojos de europeo
occidental, y, en cambio, lo que ocurre en Francia se ve con ojos de Praga. Es
la conjunción de dos mundos. Por un lado, mi país natal: en el breve transcurso
de medio siglo, ha conocido la democracia, el fascismo, la revolución, el
terror estalinista y la desintegración del estalinismo, las ocupaciones alemana
y rusa, las deportaciones en masa, la muerte de Occidente en su propia patria.
De modo que está hundiéndose bajo el peso de la historia y mira el mundo con
inmenso escepticismo. Al otro lado, Francia, que fue el centro del mundo
durante varios siglos y que ahora padece la ausencia de grandes acontecimientos
históricos. Por eso le encantan las posturas ideológicas radicales. Es la
expectativa lírica y neurótica de alguna hazaña propia, que sin embargo no va a
producirse, ni se producirá nunca.
Roth: ¿Vive usted en Francia como un extranjero o se siente culturalmente
en casa?
Kundera: Soy muy amante de la cultura francesa, enormemente, y le debo
muchísimo. Sobre todo en lo que se refiere a la literatura antigua. Rabelais es
el escritor que yo más quiero entre todos los escritores. Y Diderot. Jacques el fatalista me gusta tanto como
Lawrence Sterne. Son los mayores experimentos en forma de novela que se han
hecho nunca. Y son experimentos, por así decirlo, divertidos, gozosos, llenos
de alegría; algo que hoy en día ya no existe en la literatura francesa y sin lo
cual todo pierde significación, en el campo del arte. Sterne y Diderot conciben
la novela como un gran juego. Descubrieron el humor de la forma novelística.
Cuando oigo esas eruditas exposiciones donde se explica que la novela ha
agotado sus posibilidades, me doy cuenta de que pienso exactamente lo
contrario: en el transcurso de la historia, la novela ha perdido y dejado de
explotar muchas de sus posibilidades. Así, muchos impulsos para el desarrollo
de la novela que están ocultos en Sterne y Diderot no han sido recogidos por
ninguno de sus sucesores.
Roth: El libro de la risa y el
olvido no se da el nombre de novela; no obstante, usted declara en el
texto: Este libro es una novela en forma de variaciones. De modo que ¿es o no
es una novela?
Kundera: En lo que atañe a mi juicio estético personal, es realmente una
novela; pero no pretendo imponerle esa opinión a nadie. Hay una enorme libertad
latente en la forma novelística. Es un error pensar que la esencia de la novela
está en una determinada estructura típica.
Roth: No obstante, algo habrá que convierta un libro en una novela y que
limite tanta libertad.
Kundera: Una novela es una larga pieza de prosa sintética basada en un
argumento con personajes inventados. Ésos son los únicos límites. Cuando digo sintética,
me refiero al deseo del novelista de asir su tema desde todas las perspectivas
y del modo más completo posible. El ensayo irónico, la narrativa novelística,
el fragmento autobiográfico, el hecho histórico, la fantasía libre… No hay nada
que la capacidad de síntesis de la novela no logre combinar en un todo
unitario, como las voces de la música polifónica. La unidad de un libro no
tiene por qué derivarse del argumento, porque también puede suministrarla el
tema. En mi último libro hay dos temas: la risa y el olvido.
Roth: La risa siempre ha sido algo cercano a usted. Sus libros provocan la
risa por medio del humor o la ironía. Cuando sus personajes han de enfrentarse
al dolor, es porque tropiezan con un mundo que ha perdido el sentido del humor.
Kundera: Aprendí a valorar el humor durante la época del terror estalinista.
Tenía yo veinte años. Para identificar a alguien que no fuera estalinista, al
que no hubiera que tener miedo, bastaba con fijarse en su sonrisa. El sentido
del humor era una señal de identificación muy fiable. Desde aquella época, me
aterroriza la idea de que el mundo está perdiendo su sentido del humor.
Roth: En El libro de la risa y el
olvido, sin embargo, hay otras cosas en juego. En una pequeña parábola,
compara usted la risa de los ángeles con la risa del diablo. El diablo ríe
porque el mundo de Dios no tiene sentido para él; los ángeles ríen de alegría,
porque en el mundo de Dios todo tiene su sentido.
Kundera: Sí, el hombre utiliza la misma manifestación fisiológica —la risa—
para expresar dos actitudes metafísicas distintas. Si de pronto a alguien se le
cae el sombrero encima del ataúd, en una tumba recién abierta, el entierro
pierde todo su sentido y nace la risa. Dos enamorados corren por un prado,
cogidos de la mano, riéndose. Su risa no tiene nada que ver con ningún chisté
ni con ninguna clase de humor: es la risa seria de los ángeles cuando
manifiestan su alegría de existir. Ambas modalidades de risa forman parte de
los placeres de la vida, pero, llevados al extremo, también indican un apocalipsis
dual: la risa entusiasta de los fanáticos-ángel, tan convencidos de su
importancia en el mundo, que están dispuestos a colgar del cuello a todo el que
no comparta su alegría. Y la otra risa, procedente del lado opuesto, la que
proclama que nada tiene ya sentido, que hasta los entierros son ridículos y que
el sexo en grupo es una mera pantomima cómica. La existencia humana transcurre
entre dos abismos: a un lado, el fanatismo; al otro, el escepticismo absoluto.
Roth: Lo que ahora llama usted risa de los ángeles es una nueva manera de
denominar la «actitud lírica ante la vida» de sus novelas anteriores. En una de
sus novelas, dice usted que la era del terror estalinista fue el reino del
verdugo y del poeta.
Kundera: El totalitarismo no es sólo el infierno, sino también el sueño del
paraíso: el antiquísimo sueño de un mundo en que todos vivimos en armonía,
unidos en una sola voluntad y una sola fe comunes, sin guardarnos ningún
secreto unos a otros. También André Bretón soñaba con este paraíso cuando se refería
a la casa de cristal en que ansiaba vivir. Si el totalitarismo no hubiera
explotado estos arquetipos, que todos llevamos en lo más profundo y que están
profundamente arraigados en todas las religiones, nunca habría atraído a tanta
gente, sobre todo durante las fases iniciales de su existencia. No obstante, el
sueño del paraíso, tan pronto como se pone en marcha hacia su realización,
empieza a tropezar con personas que le estorban, y los regidores del paraíso no
tienen más remedio que edificar un pequeño gulag al costado del Edén. Con el
transcurso del tiempo, el gulag va creciendo en tamaño y perfección, mientras
el paraíso a él adjunto se hace cada vez más pobre y más pequeño.
Roth: En su libro, el gran poeta francés Paul Éluard se eleva hacia los cielos
con el paraíso y el gulag, cantando. ¿Es auténtica esta anécdota?
Kundera: Después de la guerra, Éluard abandonó las filas del surrealismo para
convertirse en el mayor exponente de lo que podríamos llamar «poesía del
totalitarismo». Cantó la fraternidad, la paz, la justicia, el mañana mejor, la
camaradería, en contra del aislamiento, a favor de la alegría y en contra del
pesimismo, a favor de la inocencia y en contra del cinismo. Cuando, en 1950,
los dirigentes del paraíso sentenciaron a un amigo suyo, el surrealista Závis
Kalandra, a morir en la horca, Éluard no se permitió ningún sentimiento de
amistad: se puso al servicio de los ideales suprapersonales, declarando en
público su conformidad con la ejecución de su camarada. El verdugo matando, el
poeta cantando. Y no sólo el poeta. Todo el período del terror estalinista fue
un delirio lírico colectivo. Es algo que ya está completamente olvidado, pero
resulta de crucial importancia para entender el caso. A la gente le encanta
decir: qué bonita es la revolución; lo único malo de ella es el terror que
engendra. Pero no es verdad. El mal está presente ya en lo hermoso, el infierno
ya está contenido en el sueño del paraíso; y si queremos comprender la esencia
del infierno hemos de analizar también la esencia del paraíso en que tiene
origen. Es extremadamente fácil condenar los gulags, pero rechazar la poesía
totalitaria que conduce al gulag, pasando por el paraíso, sigue siendo tan
difícil como siempre. Hoy, no hay en el mundo nadie que no rechace de modo inequívoco
la noción del gulag, pero todavía queda mucha gente que se deja hipnotizar por
la poesía totalitaria y se pone en marcha hacia nuevos gulags al son de la
misma canción lírica que entonaba Éluard mientras planeaba sobre Praga como un
gran arcángel del lirismo, con el humo del cadáver de Kalandra elevándose al
cielo desde la chimenea del crematorio.
Roth: Lo característico de su prosa es la constante confrontación entre lo
privado y lo público. Pero no en el sentido de que el telón de fondo de los relatos
privados sea lo público, ni de que los hechos políticos invadan las vidas
privadas. Es, más bien, que usted continuamente nos está haciendo ver que los
hechos políticos están gobernados por las mismas leyes que los privados,
logrando así que su prosa se convierta en una especie de psicoanálisis de la
política.
Kundera: La metafísica del hombre es la misma en la esfera privada que en la
pública. Tomemos, por ejemplo, el otro tema del libro, el olvido. Éste es el
gran problema privado del hombre: la muerte en cuanto pérdida del yo. Pero ¿qué
es el yo? Es la suma de todo lo que recordamos. Así, lo que nos aterroriza de
la muerte no es la pérdida del futuro, sino la pérdida del pasado. El olvido es
una forma de muerte que siempre está presente en la vida. Ése es el problema de
mi protagonista femenino, que trata desesperadamente de preservar la
evanescente memoria de su amado marido difunto. Pero el olvido es también el
gran problema de la política. Cuando una gran potencia quiere despojar a un
pequeño país de su conciencia nacional, acude al método del olvido organizado.
Así está ocurriendo actualmente en Bohemia. La literatura checa contemporánea,
en la medida en que aún conserve algún valor, lleva doce años sin imprimirse.
Hay doscientos escritores checos proscritos, incluidos algunos que ya no viven,
como Franz Kafka. Ciento cuarenta y cinco historiadores han sido destituidos de
sus cargos, se ha vuelto a escribir la historia, se han echado abajo muchos
monumentos. La nación que pierde conciencia de su pasado también va perdiendo
gradualmente la conciencia de sí misma. Y, así, la situación política arroja
una luz brutal sobre el problema metafísico ordinario del olvido, el que
estamos enfrentando todo el tiempo, todos los días, sin prestarle atención. La política
desenmascara la metafísica de la vida privada, la vida privada desenmascara la
metafísica de la política.
Roth: En la sexta parte de su libro de las variaciones la principal
protagonista, Tamina, llega a una isla en la que sólo hay niños. Éstos, al final,
la acosan hasta la muerte. ¿Es un sueño, un cuento de hadas, una alegoría?
Kundera: No hay nada más ajeno a mí que la alegoría, es decir la historia
inventada por el autor para ilustrar alguna tesis. Los hechos, reales o
imaginarios, han de tener significado per se, y el lector ha de rendirse
ingenuamente a su fuerza y su poesía. Siempre me ha perseguido esa imagen.
Incluso, durante cierto período de mi vida, la soñaba de modo recurrente:
alguien se encuentra de pronto en un mundo de niños, del que no puede escapar.
Y la niñez, que tanto amamos y que tantos sentimientos líricos nos evoca,
resulta ser un puro horror. Como una trampa. Este relato no es una alegoría.
Pero mi libro es una polifonía en que los relatos se explican unos a otros, se
iluminan, se complementan. El hecho básico del libro es el relato del
totalitarismo, que deja sin memoria a los seres humanos y los convierte en una
nación de niños. Todos los totalitarismos hacen esto. Puede, incluso, que
nuestra edad tecnológica, entera, lo haga también, con su culto del futuro, su
culto de la juventud y de la niñez, su indiferencia ante el pasado y su modo de
desconfiar del pensamiento. En mitad de una sociedad incansablemente juvenil,
cualquier adulto dotado de memoria e ironía se encontrará en la misma situación
que Tamina en la isla de los niños.
Roth: Casi todas sus novelas —de hecho, todos los episodios individuales
del último libro— hallan su desenlace en grandes escenas de coito. Incluso la
parte que lleva el inocente título de «Madre» no es sino una prolongada escena
de sexo a tres bandas, con prólogo y epílogo. ¿Qué significa el sexo para
usted, como novelista?
Kundera: Hoy que la sexualidad ha dejado de ser tabú, la mera descripción, la
mera confesión sexual, resultan notablemente aburridas. Lawrence se nos ha
quedado anticuado, e incluso Miller, con su lírica de la obscenidad. Y, sin
embargo, ciertos pasajes eróticos de Georges Bataille sí que me han dejado una
impresión duradera, quizá porque no son líricos, sino filosóficos. Tiene usted
razón, todo lo mío termina en grandes escenas eróticas. Creo que toda escena de
amor físico genera una luz extremadamente fuerte que pone de manifiesto,
súbitamente, la esencia de los personajes, resumiendo su situación vital. Hugo
hace el amor a Tamina mientras ella trata desesperadamente de pensar en las
vacaciones perdidas con su difunto marido. La escena erótica es el foco en que
convergen todos los relatos y donde se localizan sus más profundos secretos.
Roth: De hecho, la última parte, la séptima, sólo se ocupa de la
sexualidad. ¿Por qué es esta parte la que cierra el libro, en lugar de
cualquier otra, como, por ejemplo, la sexta, que es mucho más dramática, con la
muerte de la protagonista?
Kundera: Metafóricamente hablando, Tamina muere entre las risas de los
ángeles. Por otra parte, a lo largo de toda la última sección del libro resuena
la risa contraria, la que se oye cuando las cosas pierden todo su sentido. La
imaginación traza una línea divisoria más allá de la cual las cosas empiezan a
parecemos tan ridículas como carentes de sentido. Una persona se pregunta:
¿Tiene algún sentido levantarme por las mañanas, ir al trabajo, luchar por
algo, pertenecer a un país, sólo porque así nací? El hombre vive muy cerca de
esa frontera, y no es nada difícil que de pronto se encuentre al otro lado de
ella. Es una frontera que está en todas partes, en todas las áreas de la
existencia humana, e incluso en la más profunda y biológica de todas: la
sexualidad. Y precisamente porque es la región más profunda de la vida, la
pregunta que se plantea a la sexualidad es también la más profunda de todas.
Tal es la razón de que mi libro de las variaciones no pueda terminar en ninguna
otra variación, sino ésa.
Roth: ¿Es, pues, éste el punto más lejano a que ha llegado usted en su
pesimismo?
Kundera: Tengo siempre mucho cuidado con las palabras pesimismo y optimismo.
Una novela no afirma nada: una novela busca y plantea interrogantes. No sé si
mi nación perecerá y tampoco sé cuál de mis personajes tiene razón. Invento
historias, las pongo frente a frente, y por este procedimiento hago las
preguntas. La estupidez de la gente procede de tener respuesta para todo. La
sabiduría de la novela procede de tener una pregunta para todo. Cuando don
Quijote sale al mundo, éste se convierte en un misterio puesto ante sus ojos.
Tal es el legado de la primera novela europea a toda la historia de la novela
que vino después. El novelista enseña al lector a aprehender el mundo como
pregunta. Hay sabiduría y tolerancia en esta actitud. En un mundo edificado
sobre verdades sacrosantas, la novela está muerta. El mundo totalitario, básese
en Marx, en el Islam, o en cualquier otro fundamento, es un mundo de
respuestas, en vez de preguntas. En él no tiene cabida la novela. En todo caso,
me parece a mí que hoy en día, en el mundo entero, la gente prefiere juzgar a
comprender, contestar a preguntar. Así, la voz de la novela apenas puede oírse
en el estrépito necio de las certezas humanas.
en El oficio:
un escritor, sus colegas y sus obras, 2001
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