martes, marzo 27, 2018

"Solo hago películas para dar de comer a mis perros". Entrevista a Aki Kaurismäki, de Matías G. Rebolledo





Érase una vez un cigarro electrónico pegado a un hombre. Sentarse junto a Aki Kaurismäki (Finlandia, 1957) es como hacerlo frente a una maraña gigante de celuloide ardiendo: hay en él un romanticismo intrínseco tan tristón como contradictorio y una mirada al abismo tan necesaria como poco complaciente. Y humo, mucho humo. Mala educación calculada, si gustan. El realizador de La chica de la fábrica de cerillas o El Havre es un hombre tranquilo, que habla un tosco pero correcto «puto inglés imperialista» (para que nos podamos entender) y que no se entretiene en respuestas pretenciosas. «Me va usted a perdonar, pero no oigo un carajo. Es lo único en lo que me parezco al genio de Buñuel», dice antes de sentarse.

El director finlandés que destrozó la imagen idílica de aquel país (no lo decimos nosotros, lo dijo su oficina de turismo) está en Madrid para recibir la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes y para presentar un ciclo de películas suyas. En el acto de entrega, en la mañana del miércoles, Kaurismäki se mostró agradecido y, con la naturalidad que le caracteriza, dijo: «El poder está en manos del capital y este está dirigido por idiotas». Cortita y al pie. Ya nadie recordaba cuál había sido la pregunta. Y continuó: «Nos queda la esperanza, que mueve montañas. Sin ella, busquemos el siguiente bar, ¿dónde está el más cercano?».

Antes de comenzar el «interrogatorio», como nos lo define él mismo, le preguntamos por lo «idiota» del capital, por si hubiera matiz: «Nos gobiernan imbéciles», responde y acto seguido se pone una copa de vino blanco. No en vano, su residencia habitual es el norte de Portugal («Mucho mejor para soportar el frío»). Insistimos y, antes de responder, reflexiona mirando por una ventana que da a la Gran Vía: «Nunca había tenido la sensación de haber dejado el mundo en manos de tales estúpidos. Trump es peor que un trozo de mierda, y Putin... No me deje usted hablar de Putin». Pasamos al premio mismo.

¿Qué hay que hacer para ser reconocido así?
No suelo contar mis premios. Mi única receta ha sido ser honesto conmigo mismo, siempre y hasta las últimas consecuencias.

¿Eso es no sucumbir a Hollywood?
Hollywood no tiene nada que ver con la honestidad. Allí no hay nadie honesto y nunca lo habrá.

¿Cómo se siente uno cuando le premian toda la carrera?
Viejo. Es la mejor manera de decirme que estoy acabado.

Con esa sonrisa perenne que no deja entrever si algo es irónico o no, el finlandés da largas caladas a su aparato de vapeo y analiza su cine: «No tiene mucho de interpretativo, lo que ve es lo que hay. Sería estúpido darle más vueltas». Seguimos. O no, porque después de una pausa, se replica a sí mismo: «Hablemos de Wittgenstein. Bueno, no, porque me dejaría usted en ridículo. Lo único que sé de él es que en algún momento nació», dice.

En ese cine anticanónico suyo, ha rodado mucho con niños y más con perros...
Claro que sí. Solo hago películas para dar de comer a mis perros, son mis actores más baratos. Todos los que salen en mis películas son míos, porque he crecido con ellos y moriré con ellos.

Y ahora, su trilogía de la inmigración, ¿se nos olvida demasiado rápido este drama?
Tristemente, sí.

¿Por qué dejamos que ocurra?
Porque la televisión y los medios actuales son una mierda, se han vuelto exclusivos para idiotas.



en El Mundo, 22 de marzo de 2018











No hay comentarios.: