martes, marzo 13, 2018

“Después de mí, el diluvio”, de Daniel Matamala








No sabemos si lo dijo Luis XV o su poderosa amante, Madame de Pompadour. Qué importa. La frase es eficaz, porque mezcla la advertencia profética (mal que mal, el sucesor de Luis XV no lograría conservar su real cabeza sobre sus hombros), con una desganada indolencia sobre lo que viene después del monarca de turno.

Luis XV dejó una bomba de tiempo: un Estado económicamente arruinado, con una estructura de poder fosilizada, sorda a las demandas de la pujante burguesía.

Pero qué más da. Après moi, le déluge.

La frase captura el espíritu que marcó la desconcertante última semana de Michelle Bachelet en La Moneda.

No tenía por qué terminar así. De hecho, el calendario regalaba un cierre dulce para la Presidenta. El Día Internacional de la Mujer le permitía redondear su mandato sacando lustre a sus éxitos en materia de igualdad de género, como el aborto en tres causales y la ley de cuotas.

Mejor aún: el Oscar a Una Mujer Fantástica le entregó en bandeja una ocasión perfecta para liderar la discusión nacional y poner a la defensiva a un Sebastián Piñera que había dicho que a veces casos como el de la aclamada Daniela Vega “se corrigen con la edad”.

Desde el episodio Bielsa que no había un momento tan propicio para contraponer los puntos fuertes de la Presidenta con los débiles del Presidente.

Pero Bachelet no lo quiso así. Prefirió que sus éxitos (un Chile más inclusivo, con libertades individuales ampliadas y menos tabúes sociales que hace cuatro años) pasaran a segundo plano.

Y que, dictado desde La Moneda, un tono de apatía ante la inminencia del diluvio se tomara la escena.

¿Cómo si no describir la impavidez de un gobierno bajo cuyas narices se desenvuelve el escándalo del caso Huracán? Una “máquina de implantación de pruebas”, en palabras del Ministerio Público, con la cual Carabineros embarcó a La Moneda en lo que se presentó como su mayor éxito policial en La Araucanía.

¿Qué queda de eso? Evidencia inventada para encarcelar sujetos incómodos, desprestigiar fiscales y espiar periodistas. Y por añadidura, todo esto hecho a punta de chambonadas dignas del Súper Agente 86.

La respuesta de La Moneda: un enérgico “téngase presente” dirigido… al fiscal nacional. De Ripley.

La sobrevivencia en sus puestos de los generales Blu y Villalobos (cómplices en el peor de los casos, negligentes en grado sumo en el mejor) terminó siendo indicativa de una herencia nefasta de este gobierno: el relajo de las normas de responsabilidad, e incluso de la sujeción policial a la autoridad civil.

Sigamos con el proyecto de nueva Constitución, otro monumento a una cierta indolencia, a la falta de disciplina de una idea que tuvo dos momentos potentes (el “Marca AC” en 2013 y los cabildos en 2016), desperdiciados sin mayor explicación ni estrategia.

Presentar un proyecto a la hora nona, después de haber dilapidado todo el capital político ganado en esas movilizaciones ciudadanas, suena más a frivolidad que a la concreción de una promesa. Una sensación que se refuerza con un texto que saca del sombrero el conejo de vetar a los menores de 40 años la posibilidad de ser candidatos presidenciales. ¿Cómo un proceso ciudadano para abrir de par en par las puertas de la política termina como instrumento para sacar de carrera posibles nuevos líderes de 2021?

Sumemos el epílogo de Punta Peuco, una serie por entregas en que la Presidenta tenía dos opciones respetables: mostrar su compromiso con los derechos humanos cerrando ese penal de privilegio, o explicar al país por qué esa medida no era conveniente.

En cambio, Bachelet convirtió el futuro de los violadores de derechos humanos en un jueguito de misterio, que terminó por enervar hasta a sus más fervientes partidarios en la izquierda.

Y qué decir del notario.

En cualquier país serio, lo ocurrido es un escándalo gigantesco. Un fiscal investiga un caso que involucra al hijo de la Presidenta de la República. Tiene en sus manos parte del futuro judicial de su familia, y el político de su gobierno. Toma decisiones de enorme trascendencia: formaliza a la nuera, pero no hace lo propio con el hijo, y se niega a interrogar a la Presidenta.

Tras dejar el caso, ese fiscal postula a una lucrativa posición de privilegio, decidida a dedo (desde una terna) por el gobierno. Se elige a otro candidato, pero “instrucciones superiores” (como explica Jaime Campos a sus colaboradores según La Tercera), obligan al ministro de Justicia a deshacer el decreto original y nombrar en cambio al ex investigador.

El único superior directo del ministro es la misma Presidenta de la República, cuya suerte política y familiar había dependido de las resoluciones del beneficiado.

La pérdida de pudor de todos los involucrados en el episodio (partiendo por el propio Toledo) resulta pasmosa.

Los críticos al gobierno que terminó ayer se han centrado en el frenazo económico y la polarización política como los grandes pasivos en el balance de Bachelet. Y, en consecuencia, el nuevo gabinete repite como mantra las palabras “crecimiento”, “inversión”, “diálogo” y “consensos”.

Pero la parte oscura del cuatrienio Bachelet es mucho más profunda y, a largo plazo, peligrosa, que un par de puntos menos en el PIB. Lo que se instaló en estos cuatro años fue la cohesión de una élite atrincherada en sus privilegios, e impúdica a la hora de usar las instituciones para defender su impunidad.

Huracán y el notario no son casos aislados. Más bien resultan el corolario en la destrucción de la credibilidad de instituciones tan fundamentales como Carabineros, el Servicio de Impuestos Internos (usado por el gobierno como dique salvador de los políticos en los casos de platas irregulares), y la propia fiscalía, convertida en escenario de arreglos bajo cuerda que aseguran la impunidad para los que tienen el cargo, el apellido o la conexión correcta.

Fue una seguidilla incremental de decisiones, primero tímidas, luego envalentonadas y finalmente desembozadas, que han cerrado uno a uno los boquerones que amenazaban con hacer de la igualdad ante la ley algo más que un bonito eslogan.

En esto Bachelet no estuvo sola, claro. Pero ella tuvo una oportunidad única para haber canalizado la indignación ciudadana en un movimiento reformista capaz de desatar los nudos entre política y dinero, a la usanza de Theodore Roosevelt y su cruzada contra el poder de los “barones ladrones”, a comienzos del siglo pasado en Estados Unidos.

Tras llegar a la Presidencia con dinero ilegal de los magnates de Wall Street, Roosevelt tuvo el talento político para encabezar el movimiento de repulsa a las mismas prácticas que lo habían beneficiado. Reformó el sistema, y hoy su cabeza está esculpida en el monte Rushmore junto a las de George Washington, Thomas Jefferson y Abraham Lincoln.

El camino del Chile de 2014-2018 fue otro. Cuando el agua entró en ebullición, la élite decidió sellar la olla a presión en vez de darle una vía de escape.

Al menos Luis XV estaba consciente de que venía el diluvio.




en La Tercera, lunes 12 de marzo, 2018











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