a mi madre, la modista
Tenía el poema que casi
descendía por la bata,
como desciende un animal
por la colina, ladeado.
Él me dejaba (como todos)
aflojar el hilo a cada rato.
Tomar de nuevo la
distancia, sus medidas.
Yo la veía morir, orinar a
poquito,
de pie sobre la tela
estrujada.
Una mujer pasa con su
bastón de empuñadura de plata
(antes ha pasado su mascota
abriendo el paso)
y “...no le digas a nadie
que estoy desesperada,
amarra la cadena contra el
puño, apriétala”.
“Vocación de remendar con
esa larga hebra
de los haraganes –diría mi
madre-
y tres nudos que se
deshacen en la garganta
contra el hipo”.
Cosas que sirven para una
cantidad de males infinitos.
Después, el susto con el
vaso al revés sobre la manta
mal zurcida con candelillas
frágiles.
La pasión se fue, se escapó
al
borde junto a una vieja
mascota
sobre tela mojada.
en
El libro de las clientas, 2005
Tomado
de Luz acuosa (antología), 2015
Ediciones
Biblioteca Nacional
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