miércoles, enero 24, 2018

"Tejas Verdes", de Hernán Valdés

Fragmento





18 de Febrero, lunes

Nos sacó a hacer gimnasia el duro del oeste. En realidad, le han apodado el «Tres Tiempos», porque nos obliga a hacer todo en cedida: salir de la cabaña, lavarnos, abandonar el WC, entrar en la cabaña, etc.:

-¡Salir en tres tiempos, y van dos y medio !

Ante cualquier retraso, como él dice, masticando odiosamente las palabras, nos hace «comer tierra». Esto consiste en someternos a órdenes casi simultáneas y contradictorias: echarse a tierra de vientre echarse de espaldas, sentarse, pararse, echarse de vientre, etc. De esto resulta que nuestras pobres vestimentas, que no nos hemos sacado casi en una semana, y menos para dormir, queden grises y compenetradas de polvo. Cuando íbamos al baño nos cruzamos con los prisioneros de la cabaña vecina, que regresaban. Conté 17, entre ellos el aficionado al teatro o a la artesanía. Nos hicimos un pequeño guiño. En la tienda estaban los oficiales y algunos sargentos; en la puerta ardía una fogata. A la entrada del otro patio hay a veces algunas mujeres mirando por las ventanas de sus cabañas. No sabemos si son prisioneras o sirvientas. A veces, al fondo, vemos a algunos tipos que riegan el polvo del patio o que hacen fuego en lo que parece la cocina; también ignoramos su condición. En todo caso, las cabañas de ese patio están siempre cerradas, pero a veces se ven luces en sus interiores. César me ha dicho que hay gusanos en el WC y otros compañeros lo confirman. Me imagino que son gusanos que pululan en el magma de mierda, y si bien la idea me repugna, no me extraña demasiado. Pese al frío del alba y a la imposibilidad de secarse, he tratado de lavarme lo más posible; al quitarme la blusa he visto que tengo la piel totalmente aguijoneada por las picadas de pulgas. El color de mi camisa no lo deja ver, pero en quienes tienen camisas blancas se observan un firmamento de defecaciones sanguinolentas.

Después del desayuno hemos estado esperando minuto a minuto que suceda algo. Espiamos todas las idas y venidas de los militares por el patio. Me hallo en un estado onírico, viciado, no puedo concentrarme en nada. Seis días sin cagar y seis noches sin dormir. Y atormentado de frío. Me parece ridículo no estar enfermo. Ni siquiera un resfrío ni siquiera un dolor de cabeza. Comienzo a admirarme de una resistencia física que nunca tuve. Comienzo a desconfiar de una debilidad física que siempre me inhibió para competir en cierto tipo de esfuerzos.

...

Después nos traen los elementos que habíamos encargado comprar: pasta de dientes, cepillos, jabón, dos rollos de papel y -curiosa inspiración del soldado- un spray desodorante. Incomprensiblemente, nos dicen que hay prohibición de comprar toallas. Algo más ilógico todavía: olvidando el celo del «secreto militar» de nuestra prisión, nos entregan la factura de la compra con las señas impresas de un almacén de Llolleo. Es un balneario muy próximo, entre San Antonio y Santo Domingo. Bajamos a tomar una cerveza allí, en algún bar de la plaza, cuando vinimos con Eva, hace un mes y medio. Habíamos pasado toda la mañana en la playa de El Tabo y buscábamos un lugar donde almorzar. De pronto, vestido con unos pantalones deshilachados, como un anciano hippy, apareció en la playa, a pasos nuestros, el poeta P. Hice un violento esfuerzo para no verlo, para no reconocerlo. Había tenido que escupirlo, de lo contrario, y no tenía ganas de enturbiar el placer del sol y las olas. Pues el poeta P., quizá para vengarse de haber recibido algunos raspacachos y no los honores que esperaba durante el gobierno de Allende -y todo esto a partir, anecdóticamente, de una irrefrenable aceptación de una invitación para tomar té con la señora Pat Nixon en la Casa Blanca, que provocó la consecuente ira de los intelectuales cubanos, sus anfitriones del día anterior-, ahora ha asumido la sucia responsabilidad de dirigir un departamento en la Universidad de Chile, intervenida por los militares, y de depurarlo de «elementos extremistas». Pero su resentimiento no ha terminado allí. Debía extremarlo hasta un exhibicionismo grotesco, y se ha dejado fotografiar por un periódico tomando helados con el interventor militar. Todavía más: quiso ser el antihéroe de la antihistoria: envió unos versos a «El Mercurio», el antiguo diario de derecha chilena, ridiculizando la lucha final de Allende y las circunstancias de su «suicidio». Parece que el diario decidió no publicarlos, quizá por respeto al propio prestigio que una vez tuvo el poeta.

He ahí el final, cuando la lucha de clases se agudiza y la sociedad pierde su ambigüedad, de algunos intelectuales y artistas que antes fácilmente se definían como independientes o francotiradores y que entonces podían usufructuar de los favores de ambos sin comprometerse a fondo con ninguno.




1974























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