Casi todo aquel que ama el tenis
y sigue el torneo masculino por televisión ha experimentado, durante los
últimos años, lo que podría ser definido como momentos Federer. Hay veces,
mientras observas jugar al joven suizo, que tu mandíbula cae y los ojos
sobresalen y se hacen sonidos que obligan a los conyugues a venir a ver si
estás bien.
Los momentos son más intensos si
has jugado suficiente tenis para entender la imposibilidad de lo que acabas de
ver. Todos tenemos nuestros ejemplos. Aquí hay uno. Es la final del U.S. Open
de 2005, Federer sirviéndole a Andre Agassi en el cuarto set.
Hay un intercambio de golpes de
fondo en la media cancha, uno, con la distintiva forma de mariposa que ha sido
referencia del juego moderno. Federer y Agassi tirándose de un lado al otro,
cada uno tratando de ganar el punto… Hasta que, de repente, Agassi golpea un
fuerte revés que atraviesa la cancha y empuja a Federer hacía su izquierda, y
Federer la alcanza pero el revés queda corto, un par de pies más allá de la
línea de servicio, que, por supuesto, son la clase de cosas que Agassi cenaría,
y mientras Federer lucha para regresar y volver al centro, Agassi se mueve para
esperar la pelota corta, y logra devolverla para la misma esquina, tratando de
descolocar a Federer, lo cual logra. Federer está todavía cerca de la esquina
pero corriendo hacía la línea central, y la pelota dirigida a un punto detrás
de él ahora, donde acababa de estar, y no tiene tiempo de voltear, y Agassi
siguiendo el tiro, golpea y devuelve la pelota a la misma esquina… Y lo que
Federer ahora hace de alguna manera es, instantáneamente, dar marcha atrás el
empuje y algo como saltar tres o cuatro pasos hacia atrás, con una rapidez
imposible, para golpear un derechazo desde el costado de su revés, todo su peso
moviéndose hacia atrás, y da el golpe, con un efecto endemoniado y sensacional
que pasa a Agassi a través de la red, quien trata de alcanzarla pero la pelota
lo pasa, y se coloca justo en la línea de banda y aterriza, exactamente, en la esquina
de salida del lado de Agassi, un punto ganador y Federer todavía balanceándose
mientras la pelota cae.
Y pasa ese pequeño y familiar
segundo de silencio estupefacto de la multitud neoyorkina antes de ovacionar y
John McEnroe dice en televisión (suena más que todo para sí mismo), “¿Cómo
vences a un ganador desde esa posición?” Y él tiene razón: dada la posición y
mundialmente famosa rapidez de Agassi, Federer hubiese tenido que mandar esa
pelota por un tubo de dos pulgadas de espacio para poder pasar a Agassi, cosa
que hizo, moviéndose hacia atrás, sin tiempo y nada de su peso detrás del tiro.
Era imposible. Fue como algo sacado de la “Matrix”. No sé todos los sonidos que
se escucharon, pero mi esposa dice que corrió y había pop-corn derramado por el
sofá y yo estaba arrodillado y mis ojos parecían ojos de mentira.
En fin, ése es un ejemplo de un
momento Federer, y eso fue a penas en la televisión, y la verdad es que el
tenis en televisión equivale a ver tenis en vivo, tanto como comparar la
pornografía con verdadero amor.
Periodísticamente hablando, no
hay nada nuevo que ofrecer sobre Roger Federer. Él es, a sus 25 años, el mejor
jugador de tenis vivo. Tal vez, el mejor de todos los tiempos. Biografías y
perfiles abundan. “60 Minutes” hizo un especial sobre él justo el año pasado.
Roger N.M.I. Federer, su pasado; Basel, su lugar de origen; Suiza; el sano y no
abusivo apoyo de sus padres a su talento; su querido entrenador en la junior,
la muerte accidental de este entrenador en 2002, lo cual quebró y a la vez
fortaleció a Federer para que se convirtiera en el jugador que es hoy; sus 39
títulos, sus ocho Grand Slams; su inusual, maduro y estable compromiso con la
novia que viaja con él (lo cual es muy raro en el tour masculino) y como maneja
sus asuntos (lo cual nunca se ha visto en los tours masculinos), su estoicismo
de la vieja escuela y su fortaleza mental; su ética deportiva y decencia fuera
de serie, su consideración y caritativa generosidad. Todo eso está a la
distancia de una búsqueda en google. Dense banquete.
Este artículo es más sobre la
experiencia de un espectador de Federer y su contexto. La tesis específica aquí
es la siguiente: si nunca has visto al joven jugar en vivo, y después lo haces,
en la sagrada grama de Wimbledon, con un calor marchito y después viento y
lluvia, durante una quincena de 2006, entonces tendrías lo que uno de los
conductores de los autobuses de la prensa describe como una “experiencia casi
religiosa”. Podría ser tentador, al principio, escuchar una frase como esta cuando
la gente emocionada trata de describir un momento Federer. Pero la frase del
conductor se vuelve realidad, literalmente, por un instante de éxtasis, aunque
tome un tiempo y una seria observación ver la verdad emerger.
La belleza no es un objetivo de los
deportes competitivos, pero los deportes de alto nivel son escenarios
privilegiados para la expresión de la belleza humana. La relación se aproxima a
la que existe entre la valentía y la guerra.
La belleza humana de la que
hablamos aquí es una belleza muy particular; la podríamos llamar belleza
cinética. Su poder y atractivo son universales. No tiene nada que ver con el
sexo o normas culturales. Pero si pareciera tener relación, en el fondo, con la
reconciliación del ser humano con el hecho de tener un cuerpo.
Claro, en los deportes masculinos
nunca nadie habla de belleza o gracia o del cuerpo. Los hombres profesan su
“amor” a los deportes, pero ese amor siempre debe estar fundido y promulgado
dentro de la simbología de la guerra: Eliminación vs avance, jerarquía de
rangos y posiciones, obsesivas estadísticas, análisis técnicos, trivial fervor
nacionalista, uniformes, el ruido de la multitud, pancartas, golpes de pecho,
caras pintadas, etc. Por razones poco comprensibles, los códigos de la guerra
les resultan más seguros a las personas que los códigos del amor. Si quieres
encontrar estos códigos, está el caso del mesomórfico y totalmente marcial
jugador español Rafael Nadal quien sería el hombre entre los hombres para ti,
el tipo de los bíceps y de la exhortación Kabuki. Además, Nadal es también la
némesis de Federer y la gran sorpresa de este año en Wimbledon, ya que es un
especialista en cancha de arcilla y nadie se esperaba que pasara las primeras
rondas aquí. Mientras tanto, Federer, a través de las semifinales, no ha dado
sorpresas ni dramas en la competencia. Él ha superado a cada uno de sus
oponentes de tal forma que la televisión y la prensa están preocupados porque
sus partidos se tornen aburridos y no puedan competir eficazmente con el fervor
nacionalista de la copa del mundo.
La final masculina del nueve de
julio es, sin embargo, un sueño hecho realidad para todos. Nadal vs. Federer es
una repetición de la final del abierto francés del mes pasado, final donde ganó
Nadal. Hasta estos momentos, Federer sólo ha perdido cuatro encuentros en el
año, y en todos ha caído frente a Nadal. Tendríamos que considerar, que la
mayoría de estos partidos han sido sobre arcilla, la especialidad de Nadal. La
grama, en cambio, es la superficie de Federer. Por otro lado, el calor de la
primera semana ha afectado algunas de las canchas en Wimbledon haciéndolas más
lentas. Otro hecho para tomar en cuenta es que Nadal ha ajustado su juego en
arcilla a la grama, poniendo más cerca de la línea de saque sus golpes de
fondo, ampliando sus saques, superando su alergia a la red. Nadal acaba de
destripar a Agassi en la tercera ronda. Los medios están en éxtasis. Antes del
partido, en la Cancha Central, detrás de los vidrios sobre el respaldo Sur,
mientras los jueces de línea salen a la cancha con sus nuevos uniformes Ralph
Laurent que se parecen a un uniforme de marinerito, se puede ver a los
comentaristas, prácticamente, saltando sobre sus sillas. La final de Wimbledon
adquiere la atmosfera de una revancha, el rey versus la dinámica del regicidio,
el contraste de caracteres. Es el apasionado machismo del Sur europeo contra el
intrincado arte clínico del norte. Apolo y Dionisio. Bisturí y cuchillo de
carnicero. Diestro y zurdo. Número uno y dos del mundo. Nadal, el hombre que ha
llevado el juego moderno de golpes fuertes desde la línea de base tan lejos
como se puede, contra un hombre que ha trasfigurado el juego moderno, cuya
precisión y variedad son tan grandes como su ritmo y velocidad. Pero quien
podría ser particularmente vulnerable o quebrado sicológicamente por este
primer hombre. Un columnista deportivo británico, regocijándose con sus
compañeros en la sección de deporte, ha dicho, dos veces: “Habrá guerra”.
A todo esto se suma que el
partido será en la catedral, la Cancha Central. Y la final masculina es siempre
el segundo domingo de la quincena, simbolismo que Wimbledon enfatiza evitando
siempre jugar el primer domingo del mes. El húmedo vendaval que volteó las señales
del estacionamiento y los paraguas toda la mañana ha parado de repente, una
hora antes de la hora fijada para el encuentro, el sol emerge justo cuando se
recoge la lona sobre la cancha central y la red se coloca en su santo lugar.
Federer y Nadal salen entre
aplausos a la cancha, hacen su ritual reverencia a la caja de los nobles. El
suizo lleva la chaqueta beige que Nike logró que llevara este año en Wimbledon.
En Federer, y tal vez sólo sobre él, la chaqueta no se ve absurda acompañada
por shorts y zapatillas deportivas. El español evita usar ropa que lo abrigue y
es inevitable ver sus músculos inmediatamente. Él y el suizo están vestidos de
Nike de pies a cabeza, hasta llevan el mismo pañuelo sobre la frente con
símbolo de Nike sobre el tercer ojo. Nadal mete su pelo por dentro de su
pañuelo, pero Federer no lo hace, y ese gesto de echar para atrás suavemente
los desordenados cabellos que le caen sobre el pañuelo es el tic más
característico de Federer que los espectadores logran captar en televisión; al
igual que el retiro obsesivo de Nadal a la toalla del recogepelotas entre
puntos. Hay otros tics y hábitos, sin embargo, pequeños beneficios de verlo en
vivo. Está el gran cuidado con que Federer guinda su chaqueta sobre el espaldar
de su silla para que no se lea arrugue, lo hace antes de cada partido, y algo
en ese gesto resulta infantil y extrañamente dulce. O la manera, como
inevitablemente, cambia su raqueta en algún momento del segundo set, la nueva,
siempre en el mismo estuche de plástico con tapa azul, la cual despoja cuidadosamente
y se la da al recogepelotas. Está el hábito de Nadal de constantemente sacarse
su largo short del trasero mientras rebota la pelota antes de sacar, su manera
de tocar sus ojos mientras camina hacía la línea de saque, como un convicto
esperando ser golpeado.
Hay algo raro en el servicio del
suizo si se le mira bien de cerca. Sosteniendo la pelota y la raqueta en
frente, justo antes de comenzar el movimiento, Federer siempre coloca la pelota
precisamente donde está el hueco en forma de V en la garganta de la raqueta,
justo debajo de la cabeza, sólo por un instante. Si no está en el lugar
perfecto, él siempre ajusta la pelota para que lo esté. Pasa muy rápido, y sin
embargo siempre lo hace, tanto en el primer como en el segundo servicio.
Nadal y Federer ahora calientan
por precisos cinco minutos; el árbitro mide el tiempo. Hay un orden y etiqueta
bien definido para los calentamientos previos que la televisión ha decidido que
tú no estás interesado en ver. La Cancha Central alberga a 13.000 espectadores.
Otros miles han hecho lo que la gente aquí hace voluntariamente cada año: pagar
un rígido pase general en la entrada y después reunirse, con dificultades y
spray para mosquitos, para ver el partido en una enorme pantalla de televisión
en las afuera de la Cancha Central. Tus conjeturas aquí, probablemente sean tan
buenas como las de cualquier otro.
Antes de empezar a jugar, justo
arriba de la red, hay una ceremonia donde se lanza una moneda para ver a quien
le corresponde el primer servicio. Es otro de los rituales en Wimbledon. El
honorable lanzador de monedas este año es William Caines, asistido por el
umpire y el referí. William Caines es un niño de siete años proveniente de
Kent, quien resultó diagnosticado con cáncer de hígado a los dos años, y de
alguna manera, sobrevivió después de una cirugía y horribles sesiones de
quimioterapia. Él está representando al Centro de Investigación de Cáncer del
Reino Unido. William es rubio, tiene cachetes rosados y le llega a la cintura a
Federer. La multitud ruge su aprobación del lanzamiento re-actuado. Federer
sonríe distantemente todo el tiempo. Nadal, justo al otro lado de la red, sigue
bailando en su lugar como un boxeador, batiendo sus brazos de lado a lado. No
estoy seguro de si las cadenas norteamericanas muestran el lanzamiento de la
moneda o no, si esta ceremonia es parte de sus obligaciones contractuales o si
cortan a comerciales. Mientras William es echado, hay más vítores, pero son
esporádicos y desorganizados; la mayoría del público no sabe bien qué hacer. Es
como que, una vez terminado el ritual, la razón por la que ese niño está ahí se
hunde. Hay la sensación de que algo importante está por comenzar, algo a la vez
agradable pero incomodo, algo como un niño con cáncer lanzando una moneda en la
final soñada. La sensación de “qué significa todo esto” adquiere una cualidad
de “no sé cómo definir este sentimiento” que se mantiene, por lo menos, durante
los primeros dos sets.
La belleza de un atleta de
primera es imposible de describir directamente. O evocarlo. El derechazo de
Federer es un gran látigo líquido, su revés, un tiro que él puede manejar
plano, cargado con efectos, o deslizarlos, deslizarlos con una clase de golpe
seco que la pelota hace formas en el aire y patina en la grama, tal vez a la
altura de los tobillos. Su servicio tiene clase mundial y a la altura de sus
variadas posiciones nadie le llega de cerca; sus movimientos a la hora de sacar
son agiles y centrados, distintivos en televisión sólo como una completa agilidad
al momento del impacto. Su anticipación y el dominio de cancha que tiene son de
otro mundo, el movimiento de sus pies son los mejores del tenis (cuando niño,
también fue un prodigioso jugador de fútbol.) Todo esto es verdad y, sin
embargo, nada se puede hacer para explicar o evocar la experiencia de ver a
este hombre jugar, presenciar, de primera mano, la belleza y genialidad de su
juego. Tienes que mirar el ángulo estético oblicuamente, reflexionar sobre el
asunto o, como hizo Tomás de Aquino con su inefable tema, tratar de definirlo
en términos de lo que no es su juego.
Televisable es una de las cosas
que no es. Por lo menos, no completamente. Ver tenis por televisión tiene sus
ventajas, pero estas ventajas tienen sus desventajas, la mayor de todas, es la
ilusión de intimidad. Las reposiciones en cámara lenta, los close ups y los
gráficos, son tan privilegiados para los espectadores, que no se dan cuenta de
lo mucho que pierden durante la trasmisión. Y mucho de lo que se pierde es la
total física del tenis de altura, sentir la velocidad con la cual la pelota se
está moviendo y cómo reacciona el jugador. La pérdida es simple de explicar. La
prioridad de la televisión, durante un punto, es cubrir toda la cancha, y es
compresible, se busca que el espectador puede ver a ambos jugadores durante el
intercambio. Es por eso que la televisión escoge una toma completa, desde
arriba, ubicándose detrás de la línea de saque. Esta perspectiva, como te
podría explicar cualquier estudiante de arte, acorta la cancha. El verdadero
tenis, después de todo, es tridimensional, pero la imagen que te da una
pantalla está en 2D.
La dimensión que se pierde (o
mejor dicho, se distorsiona) en la pantalla es la verdadera longitud de la
cancha, los 78 pies entre las líneas de saque; y la velocidad en la que la
pelota recorre esta longitud es el ritmo del disparo, el cual se pierde en TV y
en persona es impresionante. Eso podría sonar abstracto o exagerado, en cuyo
caso, por favor ve en persona a un torneo profesional – especialmente a las
canchas exteriores en las primeras rondas, donde puedes sentarte a 20 pies de
la línea de saque – y prueba la diferencia por ti mismo. Si has mirado tenis
sólo en televisión, simplemente no tienes idea de la fuerza con la que estos
profesionales están pegándole a la pelota, cuán rápido la pelota se mueve, el
poco tiempo que tienen los jugadores para alcanzarla, y cuán rápido son capaces
de moverse y rotar y pegarle y recuperarse. Y ninguno es tan rápido, o más
engañosamente hábil para hacerlo, que Roger Federer.
Interesantemente, lo menos oscuro
de la trasmisión televisiva, es la inteligencia que Federer aplica, tomando en
cuenta que la inteligencia, en este caso, se manifiesta gracias a un ángulo.
Federer es capaz de ver, o crear, espacios o ángulos ganadores que nadie puede
predecir, y la televisión es perfecta para ver y revisar estos momentos
Federer. Lo que es difícil de apreciar en la televisión es que estos ángulos no
se logran de la nada, de hecho, han sido pensados varios golpes atrás, y dependen
de cómo manipules al oponente, de cómo ellos se colocan o el paso que den en
estado de gracia. Y entender, cómo y por qué Federer es capaz de mover como
nadie a jugadores de clase mundial, requiere, de alguna manera, un mejor
entendimiento técnico del juego, que lo que cualquier televisor pueda darte.
Wimbledon es extraño. De hecho,
es la Meca del juego, la catedral del tenis; pero sería más fácil mantener ese
apropiado privilegio, si no fueran tan insistentes, en recordarte una y otra
vez, que son la catedral del tenis. Hay una mezcla de pesada satisfacción, con
impecable promoción y una marca. Es algo parecido a la autoridad de un maestro
que tiene su pared forrada de títulos, diplomas y premios que ha recibido, y
cada vez que vienes a la oficina, te ves obligado a ver la pared y decir algo
apropiado para impresionar. Wimbledon tiene su propia pared, a través de cada
corredor, están alineados afiches y episodios de los campeones que han pasado,
listas de hechos y trivias de Wimbledon, historia, y pare usted de contar.
Algunos de estos hechos son interesantes, otros, son extraños. El Museo Oficial
de Wimbledon, por ejemplo, tiene una colección de raquetas que han sido usadas
durante décadas, y una de los muchos carteles, en el segundo nivel, en el
Millenniom building, promociona, tanto con fotos y texto didáctico, la historia
de la raqueta. Y aquí, sic, llega el clímax de este texto:
«Los livianos marcos de hoy,
hechos de material espacial como grafito, boro, titanio y cerámica, con cabezas
más grandes, las medianas (de 90-95 pulgadas cuadradas) y las grandes (110
pulgadas cuadradas), han transformado totalmente el carácter del juego.
Actualmente, son los poderosos golpeadores quienes dominan con pesados efectos.
Jugadores que sirven y volean, y aquellos que confían en la sutileza y los
toques han virtualmente desaparecido».
Parecería raro decir lo anterior,
que este diagnóstico se mantenga tan destacado en el cuarto año del reinado de
Federer en Wimbledon, tomando en cuenta que el suizo ha llevado la sutileza y
toque del tenis masculino a un nivel nunca antes visto desde, por lo menos, los
días del mejor McEnroe. Pero ese cartel es en realidad un testamento al poder
del dogma. Por casi dos décadas, esa ha sido la evolución. Los avances en la
tecnología para hacer las raquetas, el acondicionamiento y el entrenamiento de
pesas, han transformado al tenis profesional, de un juego de rapidez y tacto en
una de atletismo y fuerza bruta. Y dada la etiología del poderoso juego
moderno, esta inclinación parece, en general, muy precisa. Los jugadores
profesionales de hoy, son, evidentemente, más grandes, fuertes y gozan de una
mejor condición física, y las raquetas de alta tecnología han aumentado la
capacidad de velocidad y efectos. Cómo, entonces, la consumada sutileza de
Federer ha dominado el tour masculino, resulta en una interrogante fuente de
honda confusión dogmática.
Hay tres explicaciones válidas
para explicar el poder de Federer. Una, sería misteriosa y metafísica, y creo,
que es la que más se acerca a la verdad. Las otras son más técnicas y hacen
mejor periodismo.
La explicación metafísica es que
Roger Federer es uno de esos raros casos de atletas, extraordinarios, que está
exento, por lo menos en parte, de ciertas leyes físicas. Una buena analogía
aquí sería Michael Jordan, quien no sólo podía saltar inhumanamente alto, sino
que se sostenía allí arriba un momento más de lo que la gravedad permite.
Muhammad Ali, quien de verdad podía flotar a través de la lona y lanzar dos o
tres golpes en el tiempo requerido para uno. Probablemente, hay media docena de
ejemplo desde los sesentas. Y Federer pertenece a ese grupo, ese tipo de
atletas que uno podría llamar genio, o mutante o avatar. Él nunca está apurado
o fuera de balance. La llegada de la pelota se detiene, para él, una fracción
de segundo más de lo que debería. Sus movimientos son más livianos que
atléticos. Tal como Ali, Jordan, Maradona y Gretzky, él se ve menos y más
sustancial que el hombre al cual enfrenta. Particularmente, en el blanco de
Wimbledon que tanto exige, él parece lo que, tal vez, sea: una criatura cuyo
cuerpo es carne, y de alguna manera, también luz.
Esto de la pelota sosteniéndose,
desacelerándose, tan susceptible al suizo, encierra una verdad metafísica y
sirva la siguiente anécdota. Después de las semifinales del siete de julio en
donde Federer destruyó a Jonas Bjorkman, (no sólo lo derroto, lo destruyó), y
justo antes de las declaraciones a la televisión, Bjorkman, quien es amigo de
Federer, dijo estar complacido por “haber tenido el mejor asiento en la casa”
para ver al suizo “jugar lo más cercano a la perfección en tenis”. Mientras
Bjorkman y Federer bromeaban, el primero le preguntó cuan sobrenatural la
pelota le llegaba en la cancha, Federer respondió, confirmando que era “como
una bola de bowling o de basket”. Lo dijo como una broma, como una modesta
manera de hacer sentir mejor a Bjorkman, para confirmar que estaba igual de
sorprendido por la manera que jugó ese día; pero, de alguna manera, también
está revelando como es el tenis para él. Imagínate que eres una persona con
extraordinarios reflejos, coordinación y velocidad, y que estás jugando tenis
profesional. Tu fortaleza en el juego no sería que tú poseas fenomenales
reflejos y velocidad, sino que la pelota parecerá para ti más lenta, y que
siempre tendrás el tiempo suficiente para golpearla. Es decir, tú no
experimentaras nada parecido a la (empíricamente real) velocidad que observa el
público en vivo, para quienes la pelota se mueve tan rápidamente que les
resulta algo parecido a un borroso silbido, eso no te pasa a ti.
La velocidad es sólo una parte de
todo este asunto. Ahora nos ponemos técnicos. El tenis suele ser llamado el
“juego de las pulgadas” pero este cliché más que todo se refiere a donde el
tiro cae. En términos de un jugador golpeando la pelota, el tenis es más un
juego de micrómetros: casi imperceptibles cambios en el momento del impacto
tendrán efectos en cómo y hacia donde la pelota se dirige. El mismo principio
explica por qué la más pequeña imprecisión a la hora de apuntar con un rifle
causa que no se acierte el objetivo. Para ilustrar, vamos a relajar las cosas.
Imagínate que tú, un jugador de tenis, estás parado justo detrás de la línea de
la esquina del deuce. Una pelota te
es servida, tú te giras (o rotas) para ponerte en el camino de la pelota y
empiezas a colocar tu raqueta para darle de vuelta. Sigue visualizando que te
encuentras a medio camino durante el movimiento de darle a la pelota; la pelota
ahora se dirige hacia ti, a la altura de la cadera, tal vez a seis pulgadas del
punto de impacto. Considera todas las variables involucradas aquí. En el plano
vertical, colocar la raqueta un par de grados hacia adelante o hacia atrás
creará un efecto o un slice,
respectivamente; mantenerla perpendicularmente producirá una trayectoria plana
y sin efecto.
Horizontalmente, ajustar la
raqueta ligeramente hacía la izquierda o derecha, y golpear la pelota unos
milisegundos antes o después, producirá un tiro que cruce la cancha o llegue a
la línea de retorno. Un leve cambio en la curva de tu golpe ayudará a
determinar cuan alto tu retorno pasa sobre la red, lo cual, junto a la
velocidad de tu movimiento (y junto a las características del efecto que des)
afectará en cuán profundo o llano la pelota aterrizará en la parte de la cancha
de tu oponente, cuan alto rebotará, etc. Y éstas son sólo las más básicas
distinciones. Claro, cuanta también que el efecto sea liviano o pesado, o que
la pelota cruce rápidamente la cancha vs ligero cruce de cancha, etc. También
está la cuestión de cuan cerca dejas que la pelota se acerque a tu cuerpo, cual
grip estés utilizando, el grado de
flexión de tu rodilla o el peso moviéndose hacia adelante, y si eres capaz de,
simultáneamente, ver la pelota y lo que hace tu oponente después del servicio.
Todos esos factores importan también. Súmale el hecho que no le estás dando a
un objeto inmóvil, sino que estás revirtiendo el efecto de un proyectil (en
grado variante) dirigido hacia ti, y que viene, en el caso del tenis
profesional a una velocidad que hace imposible pensar conscientemente. El
primer servicio de Mario Ancic, por ejemplo, regularmente viene,
aproximadamente, a 130 millas por hora. Eso quiere decir que, desde los 78 pies
desde la línea de saque hasta ti, le toma a la pelota 0.41 segundos alcanzarte.
Esto es menos tiempo de lo que toma pestañar, rápidamente, dos veces.
Los golpes en tenis profesional
pasan en intervalos de tiempo tan breves que no puede haber acciones
deliberadas. Temporalmente, somos más presa de reflejos y pura reacción física
que sobrepasa el pensamiento consciente. Y, sin embargo, un efectivo reverse depende de un largo conjunto de
decisiones y ajustes físicos que son mucho más intencionales que simplemente
pestañar o que brincar por un susto, etc.
Regresar una pelota exitosamente
en tenis requiere, lo que a veces, se denomina “sentido cenestésico”, es decir,
la habilidad de controlar el cuerpo y su extensión superficial a través de una
complejo y rápido sistema de tareas. El inglés tiene varios términos para
clasificar partes de esta habilidad: sentir, tocar, formar, propricepción,
coordinación, coordinación ojo-mano, cinestesia, gracia, control, reflejos,
etc. Para prometedores jugadores en la junior, refinar el sentido cenestésico
es el principal objetivo de la práctica diaria que conocemos. El entrenamiento
aquí es tanto físico como neurológico. Golpear miles de tiros, día tras día,
desarrolla la habilidad de hacer por “instinto” lo que no podríamos hacer
pensando conscientemente. Prácticas repetitivas como éstas, regularmente, parecen
tediosas y hasta crueles para un outsider,
pero el outsider no puede sentir qué
es lo que está pasando en lo interno del jugador, pequeños ajustes, una y otra
vez, y un sentido de los efectos de cada cambio que se vuelve más y más preciso
cuanto más se aleja del plano de lo consciente.
El tiempo y la disciplina que
requiere serio entrenamiento cenestésico es la razón por la que los mejores
jugadores de tenis profesional, generalmente, dedican la mayoría del tiempo,
desde que caminan, al tenis, empezando (lo más lejos) en su temprana juventud.
Fue, a la edad de 13 años, que Roger Federer finalmente renunció al fútbol y a
su infancia y entró al centro de entrenamiento nacional de tenis suizo en
Ecublens. A los 16, desertó de las aulas de clase y empezó seriamente a
competir internacionalmente.
Fue, semanas después que abandonó
la escuela, que Federer ganó Wimbledon Junior. Obviamente, esto no es algo que
cualquier junior que se dedica el tenis puede hacer. Resulta tan obvio,
entonces, que hay mucho más que tiempo y entrenamiento involucrado en esto,
también hay puro talento, en gran cantidad. Extraordinaria habilidad
cenestésica debe haber (y apreciable) en un niño sólo para hacer que los años
de práctica y entrenamiento valgan la pena… Pero desde allí, a medida que pasa
el tiempo, la crema empieza a subir y a separarse. Así que una explicación
técnica para entender el poder de Federer, podría ser que él es más
cenestésicamente talentoso que el resto de los jugadores masculinos. Pero sólo
un poco, porque todos en el top 100 son ya cenestésicamente privilegiados, pero
igual, el tenis es un juego de pulgadas.
Esta explicación es plausible
pero incompleta. Tal vez no hubiese sido incompleta en los ochentas. En 2006,
sin embargo, es justo preguntar por qué este tipo de talento importa tanto
todavía. Recuerden lo que es verdad sobre el dogma y el cartel de Wimbledon.
Cenestésicamente virtuoso o no, Roger Federer está ahora dominando el más
largo, fuerte, apto, mejor entrenado campo de los profesionales que ha existido,
con todo el mundo usando una especie de raqueta nuclear que está hecha para
hacer del sentido cenestésico más agudo algo irrelevante. Es como tratar de
silbar Mozart durante un concierto de Metallica.
De acuerdo a fuentes confiables,
la historia del honorable lanzador de moneda William Caine es que un día,
cuando tenía dos años y medio, su madre encontró un bulto en su estómago y lo
llevó al doctor, y el bulto fue diagnosticado como un tumor maligno en el
hígado. A este punto, uno, por supuesto, no podría imaginar… Un pequeño niño
soportando quimioterapia, de la dura, su madre teniendo que ver esto, llevarlo
a la casa, atenderlo, volverlo a llevar al sitio para recibir más
quimioterapia. ¿Cómo respondía ella las preguntas de su hijo, las importantes,
las obvias? ¿Y quién podía responder a las preguntas de ella? ¿Qué podía
cualquier pastor o cura decir que no pareciera grotesco?
Está 2-1 en el final del Segundo
set de Nadal y él está sirviendo. Federer ganó el primer set con amor, pero
languideció un poco, como a veces le pasa, y está rápidamente ante un break.
Ahora, a favor de Nadal, hay un golpe de 16 puntos. Nadal está sirviendo mucho
más rápido que en Paris, y ésta la coloca abajo, en el centro. Federer da un
suave derechazo, alto sobre la red, punto que logra porque Nadal nunca se va a
hacia atrás cuando saca. El español ahora golpea con un su característico
efecto pesado profundo de derecha, al revés de Federer; Federer la devuelve con
un aún más pesado efecto casi un tiro de cancha de arcilla. Resulta inesperado
y hace que Nadal retroceda, levemente, y su respuesta es una pelota baja y
corta que cae un poco más allá de la línea T de servicio, en el lado de
Federer. Contra cualquier otro oponente, Federer podría, simplemente, finalizar
el punto con una pelota así, pero una de las razones por las cuales Nadal le da
problema es que él es más rápido que los otros, puede alcanzar lo que los demás
no pueden; y aquí, entonces, Federer golpea un revés que atraviesa la parte
media de la cancha, buscando no un ganador sino un bajo, superficialmente
dirigiendo la pelota para forzar a Nadal a subir e ir hacia fuera de zona de
saque, a su lado ciego. Nadal, en la carrera, la devuelve de contragolpe con
fuerza hacia el lado ciego de Federer; Federer la desliza justamente abajo, en
la misma línea, lenta y flotando con efecto, haciendo que Nadal regrese al
mismo lugar. Nadal, en carrera, le da un revés por la línea hasta el revés de
Federer; Federer la cuela de vuelta justo por la misma línea, lenta y flotando
con efecto, haciendo que Nadal vuelva al mismo lugar. Nadal la corta de vuelta
– tres tiros en la misma línea – y Federer la regresa hasta el mismo punto una
vez más, aún más lenta y flotante, y Nadal se planta y le pega un gran golpe a
dos manos de vuelta por la misma línea –es como si Nadal ha acampado en su lado
de deuce–. Ya no se mueve al centro
de la línea de saque entre golpes; Federer lo ha hipnotizado un poco.
Federer ahora mete un duro revés
elevado y profundo, del tipo que silba, hasta un punto ligeramente del lado
ciego de la línea de base de Nadal, que Nadal recibe y golpea con un duro
derechazo cruzado; y Federer responde con un golpe aún más duro y más pesado
cruzando transversalmente la cancha, tan profundo y tan rápido que Nadal tiene
que cruzar el golpe de derecha y luego se apura por volver al centro mientras
el tiro aterriza tal vez dos pies en el lado ciego de revés de Federer de
nuevo. Federer le sale al paso a la pelota y ahora la golpea con un totalmente
diferente revés, que atraviesa la chancha, uno mucho más corto y filoso, un
ángulo que nadie hubiese podido anticipar, con un efecto tan pesado y borroso,
que la pelota aterriza superficialmente y justo adentro de la línea y se quita
después de rebotar, y Nadal no puede desplazarse para cortarlo y no llega por
la lateral a lo largo de la línea de base, debido a todo el ángulo y efecto,
final del punto. Es un punto espectacular, un momento Federer; pero mirándolo
en vivo, puedes ver que también es un punto que Federer empezó a armar cuatro o
cinco tiros antes. Todo después de ese primer slice abajo fue diseñado por el suizo para maniobrar a Nadal y
adormecerlo, para después interrumpir su ritmo y balance, y luego abrir ese
último, inimaginable ángulo, un ángulo que hubiese sido imposible sin un golpe
con un efecto extremo.
Golpes con efectos extremos son
la marca del juego moderno. Esto es algo en lo que los carteles de Wimbledon
aciertan. Por qué los efectos son claves, sin embargo, no es comúnmente
entendido. Lo que sí se entiende es que la alta tecnología de las raquetas
imprime a la pelota más ritmo, al igual que en el béisbol hacen los bates de
aluminio en lugar de los viejos y buenos bates de madera. Pero ese dogma es
falso. La verdad es que, logrando la misma tensión en las cuerdas, las raquetas
compuestas a base de aluminio, son más livianas que la madera, y esto permite
que las raquetas modernas sean un par de libras más livianas y por lo menos,
hacen una pulgada más ancha la cara que las de las antiguas Kramer y Maxply. Es
la longitud de la cara lo que es vital. Una cara más ancha significa que hay
más área de cuerdas, lo cual significa que el punto de gracia sea más grande.
Con una raqueta de compuestos de
carbono, no tienes que golpear la bola con el centro preciso de las cuerdas
para generar una buena velocidad. Tampoco tienes que ser extremadamente preciso
para dar un efecto, un giro que requiere una cara inclinada y un golpe arriba y
curvado, cepillando la pelota en vez de dar un golpe seco, era difícil hacerlo
con raquetas de madera, por sus pequeñas cabezas y pequeño punto de gracia.
Cabezas compuestas más livianas y anchas, y un centro más generoso, les permite
a los jugadores moverse más rápido y poner aún más efecto en la pelota… Y, a su
vez, mientras más efecto pones en la pelota, más duro puedes golpearla, porque
hay más margen de error. Los efectos hacen que la pelota se alce alta sobre la
red, hagan un más definido arco, y vayan más rápido a la cancha de tu oponente.
Así que la formula básica aquí es
que las raquetas compuestas permiten más efecto, lo cual hace que los golpes
vayan mucho más rápidos que hace 20 años. Actualmente, es común ver jugadores
profesionales levantándose del piso y a medio camino en el aire por la fuerza
de sus golpes, cosa que, en los viejos tiempos, era algo que uno veía sólo en
Jimmy Connors.
Connors no fue, por cierto, el
padre del juego actual. Él se aprovechó de la línea de saque, cierto, pero sus golpes
eran planos, sin efecto, y pasaban bajo sobre la red. Tampoco fue Bjorn Borg un
verdadero baseliner. Tanto Borg como
Connors jugaron una versión especializada del clásico juego de base de línea,
lo cual ha evolucionado de manera contraria, al más clásico aún servicio y
volea, estilo que dominó el tenis masculino por décadas, y del cual, John
McEnroe, fue el mejor exponente moderno. Tú, probablemente, sabes todo esto, y
quizás, también sepas que McEnroe derrocó a Borg y después, más o menos, lideró
el tenis masculino hasta la aparición, a mediados de los ochentas, de la
raqueta moderna y que Ivan Lendl, quien jugó con una primera versión de la
raqueta compuesta, fue el verdadero padre del juego moderno.
Ivan Lendl fue el primer jugador
profesional cuyos golpes parecían diseñados especialmente para las capacidades
de la raqueta compuesta. Su meta era ganar puntos desde la línea de base, ya
sea a través de tiros a ganar o tiros de pase. Su arma era su golpe de fondo,
especialmente su golpe de derecha, los que podía golpear con una velocidad
abrumadora debido a la cantidad de efecto que le da a la bola. La mezcla de
ritmos y efectos también le permitió a Lendl hacer algo que resultó crucial
para la llegada del juego actual: Él pudo lograr radicales y extraordinarios
ángulos con duros golpes, básicamente, debido a la rapidez con que el efecto
hace que la bola caiga y toque la cancha sin irse demasiado lejos. En
retrospectiva, esto cambió toda la física del tenis agresivo. Por décadas, era
el ángulo del tiro lo que hacía al juego tan letal. Mientras más cerca esté uno
de la red, más abierta está la cancha del oponente. La ventaja clásica de la
volea era que podías golpear ángulos mucho más amplios que golpeando desde la
línea de base o desde el centro de la cancha. Pero al poner efecto en un golpe,
si se hace bien, pueden traer la pelota lo suficientemente rápido para explotar
muchos de estos mismos ángulos. Especialmente si el golpe es corto, mientras
más corta la pelota, más ángulos son posibles. Ritmo, efecto y ángulos
agresivos en la línea de saque: he aquí el juego de tenis moderno.
No es que Ivan Lendl fuera un
gran e inmortal jugador de tenis. Simplemente, él fue el primer jugador
profesional que demostró todo lo que la fuerza bruta y el efecto extremo pueden
lograr desde la línea de base. Y lo que es más importante, el logro era
imitable, como la raqueta compuesta. Pasando el umbral de talento físico y
entrenamiento, los requerimientos importantes eran atletismo, agresión y una
condición y fortaleza superior. El resultado (omitiendo varias complicaciones y
subespecialidades) ha sido el tenis profesional masculino por los últimos 20
años: ahora más grandes, fuertes y entrenados jugadores generando ritmo y
efectos, tratando de forzar fuera de su juego cualquier bola corta o débil
posibles.
Estadísticas ilustrativas: Cuando
Lleyton Hewitt venció a David Nalbandian en el 2002 en la final masculina de Wimbledon,
no hubo ni un solo punto producto de servicio y volea.
El genérico juego moderno no es
aburrido, por supuesto, no comparado con los puntos de dos segundos de servicio
y volea de la vieja escuela o el tedio del juego clásico de desgaste de tiros
por elevación. Pero es algo estático y limitado. No es, como los expertos
asustados han publicitado por años, el punto final de la evolución del tenis.
El jugador que ha refutado esta hipótesis es Roger Federer. Y lo ha demostrado
dentro del juego moderno.
Esto de hacerlo desde adentro es
lo importante aquí; esto es lo que la explicación puramente neural no toma en
cuenta. Y es la razón por la que atractivas atribuciones como el toque y la
clase no deben ser mal interpretados. Con Federer, no es esto o lo otro. El
suizo tiene todo el ritmo de Lendl y Agassi cuando golpea, y sale del mundo
cuando se mueve, y puede incluso responderle a Nadal desde el fondo. Lo que
está mal y extraño en el cartel de Wimbledon, es, sobre todo, el tono de
lamento. Sutilmente, el toque y la finesa no están muertas en la línea de
saque. Por eso, en el 2006, es la era del juego moderno: Roger Federer es un
jugador de primera clase, patea traseros, desde la línea de saque. Pero no es
todo lo que él es. También está su inteligencia, su oculta anticipación, su
sentido de cancha, su habilidad para leer y manipular a su oponente, su
capacidad para combinar efectos y ritmos, como extravía y disfraza el tiro, eso
de usar una previsión táctica, su visión periférica y su sentido cenestésico en
lugar de pura velocidad, todo esto lo ha llevado al límite de todas las
posibilidades en el tenis masculino que se juega ahora.
Afirmaciones que pueden parecer
altisonantes y agradables, claro, pero por favor entiendan, nada es gratis o
abstracto con este tipo. O grato. De la misma manera en la que Lendl fue
enfático, empírico y dominante con su lección, Roger Federer está demostrando
que la velocidad y fortaleza del juego actual son apenas el esqueleto, no el
todo. Él ha, figurativa y literalmente, reencarnado el tenis masculino, y por
primera vez, en años, el futuro del tenis parece impredecible. Ustedes tenían
que ver, en los alrededores de la cancha principal, el ballet que fueron las
junior este año. Volea contra la red y efectos combinados, servicios fuera de
ritmo, tácticas previsivas tres tiros atrás, además de los gruñidos estándar y
las pelotas rápidas. Que haya algo parecido a un Federer entre estos jóvenes no
es algo que se pueda saber, por supuesto. El genio no es imitable. En cambio,
la inspiración es contagiosa, multiforme, y de alguna manera, ver de cerca que
el poder y la potencia son vulnerables a la belleza, es como sentirse (de una
manera fugaz y mortal) reconciliado.
2006
Fotografía original de Tony O'Brien
Fotografía original de Tony O'Brien
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