miércoles, junio 14, 2017

“El revolucionario”, de Ernest Hemingway






En 1919 viajaba por los ferrocarriles de Ita­lia. En los cuarteles generales del partido le entregaron un trozo de hule escrito con lápiz indeleble en donde se decía que se trataba de un camarada que en Budapest había sido muy perseguido y castigado por los reaccionarios, y al mismo tiempo se pedía a los camaradas que lo ayudasen en cualquier forma. Lo usaba en vez de billete. Era muy tímido y muy joven y los guardafrenos lo pasaban de una línea a otra. Como no tenía dinero, le daban de comer detrás del mostrador de los restaurantes de las estaciones.

Le encantaba Italia. Decía que era un país hermoso, de habitantes muy cordiales. Estuvo en muchas ciudades. Anduvo mucho y vio mu­chos cuadros. Compró reproducciones de Giotto, Masaccio y Piero della Francesca, que lle­vaba envueltas en un ejemplar de Avanti. Mantegna no le gustaba.

Se me presentó en Bolonia y lo llevé conmi­go a la Romaña, donde yo tenía que entrevistar a cierta personalidad de manera imperiosa. Hicimos un viaje agra­dable en la época más propicia: los primeros días de septiembre. Él era húngaro, un muchacho muy simpático y muy tímido. Los hombres de Horthy le habían hecho algunas cosas desagradables, pero de eso habló poco. A pesar de lo que sucedía en Hungría, creía con fervor en la revolución mundial.

— ¿Y cómo va el movimiento en Italia? —me preguntó.
—Muy mal —le contesté.
—Pero mejorará —dijo—. Aquí tienen de todo. Es el único país que ofrece cierta seguridad. Será el punto de partida de lo que va a empezar.

No expresé mi opinión.

En Bolonia nos dijo adiós antes de tomar el tren para Milán y Aosta, desde donde iba a atravesar solo el paso que lo llevaría a Suiza. Le hablé de los cuadros de Mantegna que había en Milán. «No», me respondió con su apocamiento característico, «Mantegna no me gusta». En un papel le escribí la dirección de varios camaradas de Milán y la de un sitio donde podría comer. Me agradeció muchísimo lo que hacía por él, pero ya estaba pensando en la travesía del paso. Estaba ansioso por llevarla a cabo mientras aún hiciera buen tiempo. Adora­ba las montañas durante el otoño. La última noticia que tuve de él fue que los suizos lo en­carcelaron cerca de Sion.



Originalmente en The First Forty-Nine Stories, 1939

Tomado de Cuentos (Debolsillo), 2016






No hay comentarios.: