lunes, marzo 27, 2017

"Mundo conocido", de Seamus Heaney

Traducción de Juan Cameron







‘Nema problema’ el taxista
macedonio chillaba y el taxi chillaba
en cada esquina sin barreras del camino
y luego aceleraba.
                              ‘¡Beria! ¡Beria! ¡Beria!’
chillaba Vladimir Chupeski cada vez
que se mandaba un vodka al seco y llenaba otro
durante esos días y noches del 78
cuando apenas sobrios andábamos
en el Festival de Poesía de Struga
                              Rafael Alberti
era el ‘homenajeado’ y Caj Westerburg
un Hamlet finlandés en negro cotelé
transpiraba ‘por principio’ (o fue acaso mi proyección
de mi norteña tozudez ante un usuario de tweed).

También allí: ‘Hans Magnus Enzensberger.
Imprevisto. Delineado en sombrero panamá,
ajustado en un tieso ambo en lino color crema.
Se sale con la suya’.
                              Y un adivino danés
de la avant-garde, mirando estrábico hacia un poste,
su ojo tan claro como el agua y el piso de coral
del lago Ohrid. Sus primeras palabras para mí han sido:
‘¿Esto no es tuyo, estos mosaicos y estas vírgenes?
Tú eres del sur. Tus pantanos son pantanos de verano'.

***

En Belgrado hallé mi oeste en el este.

«La melancolía de Belmullet en boliches de barrio
y pequeñas vitrinas. Pan duro, arvejas enlatadas.
También los viejos de Belmullet por las calles
Chales negros, derecho caminar, la mirada del clima, los rosarios.

Luego vi hombres en fez, dejé el mundo conocido
en la corta y endulzada borra de un café.

***

En el inmóvil centro de los puntos cardinales
el cazamoscas cuelga del cielo en la cocina,
serpentina en melaza y trampa mortal, un dulce de cebada
de gula y relajante...
                              En aquellos cincuentas
de horno de acero y parentelas aún allí,
congregaciones que ensombrecen a lo largo
y ancho los senderos del verano.
                              Y ahora los refugiados
sobre los tapabarros de tractores y carretas,
cargados en remolques, motores, carretillas, coches de guaguas,
en bastones, muletas, en hombros de algún otro.
Veo de nuevo la serpentina como jarabe de Estigia,
la vieja cadena de oro del mundo desde donde el mundo
continúa cayendo
en la olla nubosa de la lente.
¿Acaso no veníamos al verano, la sombra y el frescor
y mirar por la entreabierta puerta la luz del sol?
¿Al perdido paraíso? ¿No aquello me enseñaron?

***

El antiguo sentido de la tragedia continúa
incomprendido en el mero borde
de lo usual, nunca me ha abandonado...
Una pena no saber por entonces (a causa de Caj)
la alegoría de Finlandia de Hugo Simberg,
aquella donde el ángel caído es acarreado
a campo traviesa por dos jóvenes labriegos:
pantanal, luz del estuario, una orilla lejana
con fabriles chimeneas. ¿Son los treintas socialistas
o el alquitrán y escoria de la sucia tierra del gran dolor?
Un ángel de primera comunión con grandes blancas alas,
con cintillo en la frente, flores blancas en mano,
la sostiene a ella misma el lugar de una camilla improvisada
entre el muchacho número uno de redondo sombrero
y el muchacho número dos en chaquetilla
y en las que podrían ser las botas de su padre.
¿Alegoría, digo, pero quién puede saber
como leer bien esa tristeza, o nada?

***

La puerta entreabierta, los bordes, la gastada montura
y el granito que ahora enloza su peldaño.
Ahora entra otro ángel, cabe como siempre,
pasa a cada casa con su escalón rayado ‘casa serbia’.

***

¿Cómo entra lo real en lo imitado?
Pregúntame una fácil.
                                       Pero ésto es más de lo que sé:
nuestro taxista, a toda marcha, iba atrasado
al recital que íbamos a dar
en una cementera en la montaña.
Así un regado almuerzo con los compañeros dirigentes
terminó en una siesta y un mareado despertar
justo antes del crepúsculo. Luego el notebook anuncia,
‘Personas en movimiento, campo lleno de gente,
caballos de carga con alforjas, hacia arriba empujando
a las familias, interminable marcha de peregrinos.
Hoy es el Día de los Trabajadores en memoria
de la Huelga General. También el Día de la Virgen
de los griegos ortodoxos’.
                                       Seguimos un reseco curso de agua,
crujido de piedras apagados por el murmullo de la multitud
al caer la noche. Pasamos al Bautista
en su casa en la roca. El Greco demacrado y encorreado
(‘El mago’ dijo Vladimir) agitando su cruz
sobre hojalatas y colgantes potes de mermelada.

Luego arriba en la cima, afuera de la iglesia,
íconos cargados, velas encendidas, flores
y dulce albahaca en abundancia, algún tipo de misa
celebrándose atrás de todo ícono,
un incensario ondeando entre la multitud.
Yo había estado allí, conocía aquello, pero aún seguía
encantado por aquello así un sueño indescifrado.
La venta de objetos sagrados. Los pequeños grupos
que habían caminado la jornada ahora juntos en círculos,
se ofrecen a probar sus panes y aceitunas.

***

Mientras dentro del Boeing temblaba y ascendíamos
en la serena pureza y los protocolos
del Control de Tráfico Aéreo cortesía de Lufthansa,
mantuve el cinturón ajustado según las instrucciones,
fumé al minuto de apagarse el No Fumar,
y tomé tal mi deber cuando el vino fue ofrecido
con una leve venia de mi testa con auriculares,
Nema problema. Ja. Todo el sistema funciona.




en Frankfurter Allgemeine Zeitung, 1 de junio 1999



















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