lunes, noviembre 21, 2016

“Los grandes días del poeta”, de Robert Desnos






Los discípulos de la luz
solo inventaron tinieblas apenas opacas.
El río arrastra un diminuto cuerpo de mujer,
lo que es indicio de un final cercano.
La viuda vestida con ropas nupciales
se equivoca de séquito.
Todos llegaremos con atraso a nuestras tumbas.
Un navío de carne encalla en una playa pequeña.
El timonel invita a los pasajeros a callarse.
Las olas esperan impacientes.
¡Más Cerca oh Dios de ti!
El timonel invita a las olas a hablar.
Éstas hablan.
La noche ciega sus frascos con estrellas
y hace fortuna con la exportación.
Se construyen grandes tableros para vender ruiseñores,
pero no pueden satisfacer
los deseos de la Reina de Siberia
que quiere un ruiseñor blanco.
Un capitán inglés jura que no lo sorprenderán
recolectando salvia de noche
entre los pies de las estatuas de sal.
A propósito de esto una pequeña salera con Cerebos
se endereza con dificultad
sobre sus delgadas piernas
y derrama en mi plato todo lo que me queda por vivir;
lo bastante para salar el océano Pacífico.
Pondréis en mi tumba un salvavidas.
Porque uno nunca sabe.


en Antología de la Poesía Surrealista, 1961





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