lunes, agosto 08, 2016

“Hayy es criado por la gacela y vive los primeros años entre estos animales”, de IbnTufayl






Desde aquí coinciden los partidarios de la segunda versión con los de la primera, respecto al crecimiento del niño. Dicen, de común acuerdo, que la gacela que lo había recogido, encontró pastos abundantes y fuertes y engordó; tuvo mucha leche, hasta el extremo de criarlo de la mejor manera posible. Estaba con él, sin apartarse de su lado más que cuando le obligaba la necesidad de ir a pacer. El niño se acostumbró de tal modo a la gacela, que, cuando se retardaba, con su llanto la hacía volver apresuradamente a su lado.

Creció el niño, en esta isla, libre de animales dañinos, criándose con la leche de la gacela, hasta alcanzar los dos años de edad. Aprendió a andar y echó los dientes. El niño la seguía, y ella era buena y complaciente con él. Lo llevaba a los sitios en que había árboles frutales, y le daba a comer los frutos que se caían del árbol, dulces y maduros; si tenían cáscara dura, los partía con sus muelas; cuando él volvía a las ubres, lo amamantaba; cuando quería agua, lo llevaba a abrevar; si el sol le molestaba, lo ponía a la sombra; si tenía frío, lo calentaba; y al llegar la noche, conducíale a su primera guarida y lo cubría con su mismo cuerpo y con plumas que quedaban allí, resto de las que había en la caja en que lo arrojaron al mar. Un rebaño de gacelas tenía costumbre de acompañarles al pasto por la mañana y por la tarde, y de pasar la noche en el mismo lugar que ellos. El niño siguió viviendo con las gacelas en la forma dicha; imitaba los gritos de ellas con su voz, hasta el punto de no hallarse diferencia entre ambos, y del mismo modo reproducía, con gran exactitud, todos los cantos de pájaros o gritos de otras especies de animales que oía. Pero lo que mejor imitaba eran los gritos que daban las gacelas en demanda de socorro, para comunicarse, para pedir algo o para rechazarlo; porque los animales en cada uno de estos distintos estados, dan un grito diferente. Ellos y Hayy se conocían mutuamente, y no se repelían ni se trataban como extraños. Cuando se habían fijado en el espíritu del niño las representaciones de las cosas, una vez desaparecida su percepción actual, nacía en él o el deseo hacia algunas de ellas, o la aversión respecto de otras.



en El filósofo autodidacto, 1150






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