jueves, mayo 26, 2016

“El último sortilegio de Ricardo Reis”, de Armando Roa Vial







Desde la habitación 64:

I

Nos multiplicábamos para sentir,
necesitábamos sentirlo todo,
nos desbordábamos, no hacíamos otra cosa
que derramarnos,
nos desnudábamos, nos entregábamos
porque en cada rincón de nuestras almas
había un altar para un Dios diferente.



II

¿Qué escándalos hace ahora el espejo,
enemigo indisimulable de mí mismo?
¿De qué me sirve esa muda dramaturgia,
el insípido rostro que paga su entrada
y olfatea mis gestos desde el otro lado de la vidriera,
sin que acierte en conciliar mis líneas con las suyas?
¿Impostor? ¿Palpitando a quién?
¿Somos el preludio de otro?
Nada hay tan vano
como empuñar un rostro ajeno en el espejo
y responderle "soy yo" ante la consabida pregunta “¿quién eres?”:
Porque soy y no soy.



III

Antes de partir arranqué de mí todos los saludos.
Y ahora aquí, en el Hotel Celine,
donde ya no hay sol que incendie mis oscuridades,
recompongo mis ademanes de hombre de nadie,
el monólogo secreto de quien descree de sus propias huellas
-confusas como el tráfago de una calle-
y que afirma, sin pudores, que ya hay bastante metafísica
si no se piensa en nada,
con sólo comer, beber y dormir.
He apostado a la omisión, al aullido fecundante del silencio,
a la respiración sin boca, al tacto sin manos.
Hambriento de la nada
busco a tientas, en éste, mi último hospedaje,
diluir aquella gestación
que alguna vez llevó mi nombre.



en Hotel Celine, 2003







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