miércoles, julio 15, 2015

"Me fui a nadar", de Richard Flanagan





Nada, escribe Borges, es más secundario al éxito de un libro que las intenciones de su autor. Y en definitiva las novelas, ese gran medio de expresión subversivo, subvierten no sólo lo que la sociedad piensa que es lo correcto, sino lo que el escritor quiere escribir.

¿Y por qué?

Porque una novela, cuando cumple su objetivo, lleva al escritor más allá de su propia historia y su propio carácter, escapa a las cadenas de su ideología política y sus opiniones, y la alquimia de la historia logra que el alma de un escritor una a un ser humano con todos los seres humanos. Por esta razón, las maravillosas historias de Kipling nunca podrán ser reducidas a su imperialismo, ni el genio de Dostoievksy será invalidado por su antisemitismo.

Algunos escritores son por cierto seres políticos, otros no, pero eso no nos revela ninguna cosa. Los malos escritores pueden tener nobles ideas políticas, mientras que Hamsun y Pound ciertamente no las tuvieron. Los grandes libros pueden servir a la causa de grandes campañas políticas: uno piensa en Memorias de un cazador, de Turgenev, que se dice ayudó a la emancipación de los siervos, o en muchas obras de Dickens. Libros que están escritos en contra de la actividad política, que cuestionan sus fundamentos mismos, pueden, en sociedades represivas y tiránicas, cargarse irónicamente de un enorme significado político: uno piensa en Dr. Zhivago o en Vida y destino (sobre este último libro el jefe de la KGB decretó que nadie debería leerlo en doscientos años).

Pero las ideas políticas de Tugenev o Dickens ya no son las razones por las que leemos a estos escritores, ni tampoco la persecución de Pasternak o la confiscación de la obra maestra de Grossman es la razón por la que sus libros importan. Se los continúa leyendo, quizás, porque los reconocemos simplemente como obras fieles al caos de la vida. Si una novela puede lograr esto, nunca podrá ser reducida a una ideología, y siempre será la enemiga de las mentiras y la opresión.

Escribir no es impedimento para que un escritor tenga opiniones políticas o quiera intervenir en ella, pero tampoco se lo exige. Esos son problemas entre un hombre y su alma, que un escritor debe enfrentar junto con el plomero, el peluquero y el ejecutivo. Paradójicamente, los escritores más preocupados con hacer de la política parte de su trabajo con frecuencia escriben una obra autista respecto de la política de su tiempo; por otro lado, hay escritores que con casi ningún interés en ella escriben a veces de manera muy perceptiva sobre su época: en pleno despilfarro propagandístico durante la década de 1920, nadie presagió con más agudeza el apocalipsis político que se venía que Kafka, el hombre que anotó el momento históricamente más significativo de su vida, el inicio de la Primera Guerra Mundial, con un fino sentido de proporción humana: “Por la mañana: se declaró la guerra. Por la tarde: me fui a nadar”.

Hay tantas fuerzas en el mundo que nos dividen profunda y mortalmente. En tiempos recientes hemos vivido no tanto una crisis política como un colapso del atributo más humano: la empatía. Un colapso tan catastrófico que en ocasiones parece ser una crisis del amor, manifiesta en epidemias de soledad y depresión. En Occidente, este extraño evento parece ser más pronunciado en los Estados Unidos, un país en donde el pesimismo sobre el futuro de la novela se ha convertido en su tradición literaria más duradera.

No podemos escapar de la política, la historia, la religión y el nacionalismo, porque las fuentes que los alimentan yacen profundas en nuestro corazón tal como el amor y la bondad, que yacen quizás más profundamente en nosotros. Pero en sus mejores momentos, el arte nos recuerda todo lo que compartimos, todo lo que nos une.

Es por esta razón que los libros importan. Es por esta razón que los libros no son solamente novedades en listas de cosas más vendidas, o propaganda para los famosos y los poderosos. En un mundo donde el camino hacia las nuevas tiranías está pavimentado con el miedo a los otros, los grandes libros nos muestran que ni estamos solos, ni que a fin de cuentas somos tan diferentes; que lo que nos une es siempre más importante que lo que nos divide; y que el precio de la separación es siempre el de la obscenidad y la opresión.



Mayo, 2008






Traducción de Marcelo Pellegrini
















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