viernes, julio 24, 2015

“Hasta el mejor de los poetas tiene que convertirse de nuevo en alumno de la gran maestra de todos nosotros: la Historia”. Entrevista a Stefan Zweig, de Robert van Gelder







Stefan Zweig (1881-1942), el biógrafo y novelista austríaco, nació en Viena. Escribió populares biografías de Balzac, Dickens, María Estuardo y María Antonieta, y también novelas como Letter to an Unknown Woman (Carta a una desconocida, 1922) y Beware of Pity (1939). Dos años después de esta entrevista, Zweig se suicidó en Brasil. Su autobiografía, The World of Yesterday, publicada póstumamente en Brasil en 1943, fue uno de sus mayores éxitos.

—La concentración del artista —dijo Stefan Zweig— ha sido dañada. —Se golpeó el pecho con los nudillos de la mano izquierda—. ¿Cómo van a captar nuestra atención los viejos temas? Un hombre y una mujer se conocen, se enamoran, tienen una aventura: en otra época eso fue una historia. Volverá a serlo dentro de algún tiempo, pero ¿cómo vivir con entusiasmo en un mundo tan trivial como el de ahora?
"Los últimos meses han sido fatales para la producción literaria europea. La norma básica para todo trabajo creativo sigue siendo la concentración y jamás ha sido tan difícil de alcanzar para los artistas en Europa. ¿Cómo concentrarse en medio de un terremoto moral? En Europa, la mayoría de los escritores están haciendo un tipo u otro de trabajo bélico. Otros han tenido que huir de su país y viven en el exilio, vagando de acá para allá. Incluso los contados autores que pueden seguir trabajando en sus propias mesas son incapaces de rehuir la turbulencia de nuestros tiempos.
"La reclusión ya no es posible mientras nuestro mundo está en llamas. La 'torre de marfil' de la estética no es a prueba de bombas, como ha dicho Irwin Edman. De hora en hora uno espera las noticias. No puede evitar leer los periódicos, escuchar la radio y, al mismo tiempo, sentirse oprimido por la preocupación sobre el destino de parientes cercanos y amigos. En la zona ocupada huye sin hogar, uno de ellos. Otros han sido internados y piden su libertad. Los hay que van de un consulado a otro en busca de un país dispuesto a acogerles. Todos los que hemos tenido la suerte de encontrar cobijo nos vemos asaltados día tras día y desde todos lados por cartas y telegramas que solicitan nuestra ayuda e intervención. Cada uno de nosotros vive la vida de otros cien, aparte de la nuestra propia.


Habló de las eternas dificultades causadas por los apagones, por la falta de libertad de movimientos, por la imposibilidad de obtener acceso a materiales de investigación.
Por ejemplo, estaba a punto de darle los toques finales a mi libro favorito, en el que llevaba veinte años trabajando, una biografía en profundidad y realmente extensa del gran genio Balzac. He tenido que abandonar a regañadientes este volumen casi finalizado porque la biblioteca de Chantilly, en la que se encuentran todos los manuscritos de Balzac, ha sido cerrada mientras dure la guerra y su contenido trasladado a algún lugar desconocido e inaccesible. Por otra parte, no pude llevarme conmigo cientos de notas debido a la censura. Al igual que en mi caso, para miles de artistas y científicos el trabajo de muchos años ha quedado interrumpido, tal vez durante mucho tiempo, por dificultades puramente técnicas.
"Y luego están los problemas internos. ¿Qué significa la psicología, la perfección artística en un momento así, cuando está en juego el destino, durante siglos, de nuestro mundo real e individual? Yo mismo, tras finalizar mi última obra, Beware of Pity, había preparado el esbozo de otra novela. Entonces comenzó la guerra y, de repente, me pareció frívolo tratar el destino privado de personas imaginarias. No me sentía capaz de enfrentarme a hechos psicológicos individuales. Cada una de las 'historias' me parecía irrelevante en contraste con la Historia.


Observó que la mayoría de los escritores que conocía habían experimentado el mismo problema. Paul Valéry, Roger Martín du Gard, Duhamel y Romains, le habían confesado que se sentían incapaces de concentrarse en su trabajo.
Cualquier autor europeo capaz de concentrarse hoy en su trabajo despertaría mis sospechas. Algo que le estuvo permitido al matemático Arquímedes, continuar sus experimentos sin molestias mientras la ciudad se encontraba asediada, a mí me parece inhumano para el poeta o el artista. Ellos no trabajan con abstracciones, sino que su misión es sentir con la mayor intensidad el destino y los sufrimientos de sus congéneres.


Con todo, esta guerra generará amplios campos de experiencia en los que podrá trabajar el artista. (Zweig recorría excitadamente la habitación mientras hablaba de ello)…
En cada barco, en cada agencia de viajes, en cada consulado, pueden escucharse historias de personas anónimas, insignificantes, que no son menos arriesgadas y emocionantes que la de Ulises. Si alguien publicara, sin cambiar ni una coma, los documentos sobre los refugiados que se conservan en las oficinas de organizaciones de beneficencia, en la Sociedad de Amigos (organización religiosa cuáquera) o en el Ministerio del Interior en Londres, obtendría cien volúmenes de historias más estremecedoras e improbables que las de Jack London o Maupassant.
"Ni siquiera la I Guerra Mundial supuso una crisis semejante para tantas vidas como este año. Jamás la existencia humana ha conocido las tensiones y los temores de hoy en día; demasiada tensión para disolverla en forma artística. Es por eso por lo que, en mi opinión, la literatura de los próximos años tendrá un carácter más documental que imaginativo o de ficción.
"Asistimos a la batalla más decisiva por la libertad que jamás se haya librado. Seremos testigos de una de las mayores transformaciones sociales que el mundo haya conocido, y nosotros, los escritores, tenemos el deber, por encima de todo, de rendir testimonio de lo que ha pasado en nuestro tiempo. Si reproducimos fielmente nuestras propias vidas, nuestras experiencias —yo tengo intención de hacerlo en una autobiografía— tal vez logremos más que ultimando el proyecto de una novela.
"No hay genio hoy en día capaz de inventar nada que supere los dramáticos hechos del momento actual. Hasta el mejor de los poetas tiene que convertirse de nuevo en alumno de la gran maestra de todos nosotros: la Historia.


El señor Zweig dice que lo único en que puede trabajar ahora es en su autobiografía, que tendrá por título Three Lives.

Mi abuelo vivió una vida; mi padre también. Yo he vivido al menos tres. He presenciado dos grandes guerras, una revolución, la devaluación monetaria, el exilio, el hambre. La etapa de la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas no fueron muy distintas de ésta. Ningún otro periodo puede compararse con los cambios de los que hemos sido testigos los que hoy somos de mediana edad.


Comentó que en tiempos había sido el "autor más traducido del mundo".
Mis libros eran publicados en italiano, en japonés, en prácticamente todos los países del planeta. Tenían... cómo se dice... alcance universal. Cuando Hitler subió al poder, mis libros fueron prohibidos en Alemania. Hoy están prohibidos en Italia; la semana que viene tal vez lo estén en Francia. Antes había grandes ediciones en finlandés y en polaco, pero eso se ha acabado. Pierdo un país cada quince días. Aunque eso no es importante. Mientras puedan ser publicados en otra lengua, para mí es suficiente. Y creo que en este país lograrán resistir ante la pérdida de la libertad durante mucho tiempo. Es inconcebible que la libertad pueda ser destruida aquí. En Francia se recuperará, pero aquí no se perderá.


El señor Zweig está aquí con un visado de turista. Tiene intención de partir en breve hacia Suramérica, donde dará una serie de conferencias. Luego regresará a Inglaterra.
No puedo perderme lo que está ocurriendo allí.


Comentó que la autobiografía que estaba escribiendo era como todo lo que escribe:
Cuatro veces demasiado larga. La primera vez escribo por darme gusto. Incluyo todo lo que se me ocurre. Soy un escritor calmoso, capaz de trabajar todo el día y sentirme feliz. Así que mis primeros borradores son muy, muy largos. Por otra parte, soy un lector nervioso. Me impaciento cuando un autor, yo mismo incluido, divaga. Así pues, cuando leo lo que he escrito, suprimo grandes fragmentos. Corto y recorto hasta que no queda ni una palabra de más, ni una frase de la que pueda prescindir.



en The New York Times Book Review, 28 de julio de 1940







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