domingo, julio 19, 2015

"El borracho es un fingidor", de Roger Wolfe





La cosa es muy sencilla, en realidad.
Coges y agarras
una borrachera de dos días
y al tercero resucitas
de debajo de una pila
de mierda, sudor rancio,
sangre coagulada y heridas sin cicatrizar.
Luego te arrodillas
en el lugar más propicio de la casa
—la cocina, por ejemplo—
extiendes los brazos en cruz
como un santo enajenado bajo la lluvia
en una de esas infames películas de la Biblia
que rodaban hace años
en este país de todos los demonios,
y pides clemencia a Dios y a la memoria
de todos los muertos
y mediomuertos que conoces,
y llamas por teléfono,
agenda en mano, a la esperanza,
a los amigos,
enemigos
y otra gente
de sexo impreciso o intermedio
para anunciar a todos la inminencia
de tu último suicidio
mientras juras
y perjuras
no volverlo a hacer
hasta la próxima
vez.





en Hablando de pintura con un ciego, 1992












Fotografía original de Thomas Canet






















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