Robert Louis Balfour Stevenson, el escritor escocés,
nació en Edimburgo. Nieto del famoso ingeniero Robert Stevenson e hijo de otro
ingeniero especializado en la construcción de faros, se educó en la Edinburgh
Academy. Era un niño enfermizo y su familia viajó con él al extranjero para
alejarle del clima escocés. Durante una breve temporada estudió Ingeniería en
la Universidad de Edimburgo antes de decidirse por el Derecho. Escribió unas
cuantas obras teatrales, pero su primer éxito llegó con dos libros de viajes
por Bélgica y Francia. Fue en este país donde Stevenson conocería en 1876 a una
divorciada norteamericana; Fanny Osbourne, a la que seguiría a Estados Unidos.
Tras contraer matrimonio en 1880, ambos regresaron a Europa en compañía del
hijo de ella, Lloyd Osbourne. Stevenson comenzó a escribir relatos y ensayos
cortos para las revistas. A continuación vino una popular serie de novelas de
aventuras: La isla del tesoro (1883),
Raptado (1886), El señor de Ballantrae (1888); y una historia de terror: El extraño caso del doctor Jekyll y míster
Hyde (1886). En 1889, enfermo aún de tuberculosis, partió con su familia
hacia Samoa para pasar allí los últimos años de su vida.
Stevenson y sus acompañantes habían partido de Londres
en el vapor SS Ludgate Hill a finales de agosto de 1887. Cuando el barco se
aproximaba al puerto de Nueva York fue abordado por dos pilotos llamados señor
Hyde y señor Jekyll, igual que los personajes de la versión teatral de la
famosa novela de Stevenson que había de estrenarse en breve en Nueva York. El
periodista del Herald describiría a Stevenson, que iba vestido con una chaqueta
corta de terciopelo y un sombrero bajo de corte peculiar. Añadía que “su pelo
oscuro y abundante le llegaba hasta los hombros. Su figura y rasgos refinados
recordaban a un Van Dyke”.
En respuesta a la pregunta del periodista sobre el
objeto de su visita a América, el señor Stevenson respondió:
—Sencillamente expresado, he venido a causa de mi
salud, que es lamentable. Padezco tisis, pero confío en que la estancia aquí
contribuya a mi total recuperación, he viajado a bordo del Ludgate Hill
principalmente porque me gusta el mar, y porque pensé que el largo viaje me
haría bien. Pero ciertamente no creí que tuviera que hacer el viaje acompañado
de un centenar de caballos. Los subieron a bordo en El Havre. El agente de la
compañía en esa ciudad fue de lo más impertinente con nosotros, pero los
caballos se han portado extremadamente bien. Es para mí una satisfacción añadir
que los oficiales del barco nos han tratado con exquisita amabilidad en todo
momento y que, una vez que nos acostumbramos a los establos, todo ha resultado
francamente agradable.
¿Dónde tiene
pensado ir?
Bueno, sólo Dios lo sabe, no yo. Es mi intención
abandonar Nueva York tan pronto como me sea posible, aunque me atrae
enormemente esta ciudad. Para mí es una mezcla de Chelsea, Liverpool y París.
No obstante, estoy ansioso por perderme en el campo.
Hay grandes
diferencias de opinión respecto a la fuente de inspiración de sus obras, en
particular por lo que se refiere a El
extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y Deacon Brodie.
Bueno, se trata de algo que nunca ha sido
adecuadamente explicado. En cierta ocasión andaba muy necesitado de dinero, y
decidí que tenía que hacer algo. Le di vueltas y más vueltas, intentando
encontrar un tema sobre el que escribir. Durante la noche, la historia se me
presentó en forma de un sueño. No exactamente como la escribí con
posterioridad, ya que en los sueños siempre aparecen cosas estúpidas, pero a
todos los efectos vino a mí como un regalo. Y lo más curioso de todo es que
tengo por costumbre soñar historias. Así, no hace mucho tiempo soñé el
argumento de "Olalla", que apareció en mi libro de cuentos The Merry Men. En este momento dispongo
de dos historias aún no escritas e igualmente soñadas. Se diría que tengo el
hábito de idearlas tanto mientras duermo como cuando estoy despierto. En
ocasiones se me aparecen en forma de pesadillas, que llegan incluso a hacerme
gritar, pero nunca me he dejado engañar por ellas. Aun cuando esté
profundamente dormido sé que soy yo quien las está inventando, y si grito es
por la gratificación que me produce saber que una historia es buena. Tan pronto
como despierto, y siempre lo hago cuando estoy detrás de algo que vale la pena,
me pongo a trabajar y lo estructuro. Por ejemplo, todo lo que soñé acerca del
Dr. Jekyll fue que alguien intentaba introducir a un hombre a la fuerza en el
interior de un armario. Entonces éste bebía una droga y se convertía en un ser
diferente. En ese momento me desperté diciendo que había encontrado el eslabón
perdido que tanto tiempo llevaba buscando. Antes de volver a dormirme tenía ya
claro casi hasta el último detalle del relato, tal y como después lo narré. Por
supuesto, escribirlo fue otra historia. ¡Deacon Brodie! Desde luego eso no lo
soñé, pero en la habitación en la que dormía de niño en Edimburgo había un
armario, un hermoso trabajo salido de las manos del Diácono (Deacon) Brodie
original. Cuando tenía alrededor de diecinueve años escribí una especie de
melodrama de misterio que permaneció guardado en mi baúl hasta que lo repescó
mi amigo W. E. Henley, que creyó ver algo en él. Así pues, empezamos a trabajar
juntos y, tras denodados esfuerzos, vio la luz la versión original de Deacon Brodie, que fue estrenada en
Londres, y más recientemente, según tengo entendido, en esta ciudad (Nueva
York), con bastante éxito. Ambos éramos jóvenes cuando la escribimos y
compartíamos la idea de que la maldad de corazón era prueba de fortaleza. Ahora
la pieza ha sido revisada y, aunque no tengo modo de saber si complacerá o no
al público, me atrevería a decir que ni el señor Henley ni yo nos avergonzamos
de ella. En la actualidad, la consideramos un melodrama honrado que no está
demasiado mal escrito.
en The New York Herald,
8 de septiembre de 1887
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