miércoles, abril 29, 2015

“La máquina de los deseos”, de Arkadi y Boris Strugatski






Aclaración preliminar

«Hace varios años tuvimos el honor de participar en la creación del filme Stalker. En un principio, como base para esta película, nos sirvió el cuarto capítulo de nuestra novela Picnic junto al camino. Pero en el proceso de trabajo (cerca de tres años) llegamos a la idea de que la película no tiene nada en común con la novela. Y en la variante definitiva de nuestro guión sólo quedaron de la novela los términos “Stalker” y “Zona” y el lugar místico donde se cumplen los deseos. Ofrecemos al lector una de las primeras variantes del guión en el que apenas apunta el futuro Stalker. Nos han propuesto amablemente publicarlo suponiendo, por lo visto, que una película rodada según este guión también tendría derecho a la existencia».

            Arkadi Strugatsky





Fragmentos escogidos


La casa del guía

Una vivienda sórdida y llena de trastos. Una temprana mañana de invierno. Fuera reinan las tinieblas. Un hombre taciturno aparta la frazada y se levanta silencioso de la cama. Toma en sus brazos la ropa, sale de puntillas al cuarto de baño y empieza a vestirse. No advierte que en el umbral del cuarto de baño aparece su mujer, desgreñada y soñolienta, desaseada, en ajado camisón de dormir.

—¿A dónde vas tan madrugador?

No responde. Lo han sorprendido.

—A buscar sapos en la tierra… Volveré pronto. Tengo un asunto. Tú duerme.
—¿Qué quiere decir pronto?
—Te he dicho que volveré y basta. Tú duerme.
—No mientas. Sé donde vas. Ni se te ocurra. No te dejo ir.
—¡Cálmate! Y no grites…
—No quiero que vayas. Si ya me lo decía el corazón: ¡otra vez en las andadas! ¿Quieres que te metan preso?
—Vale más la cárcel que… que esta vida.
—Tú no vas a ninguna parte.

Él se endereza bruscamente. Ella grita:

—¡Anda, pégame, pégame, eso sí puedes hacerlo! ¿Por qué no me pegas? ¡Cobarde, eso eres, un cobarde! ¿Dónde está tu palabra? ¡Mira en lo que te has convertido!
—¡Cálmate te digo! Vas a despertar a la niña…
—¡Y la despertaré! ¡Para que vea a su padre! Dime, ¿dónde esta tu palabra? ¿Dónde? Como un ladrón, saliendo de puntillas…
—¡Es lo que soy, un ladrón! ¡Con lo que me sales ahora! ¿Has descubierto América? Pero no le quito nada a la gente… ¡He dicho que te calmes!
—No, ahora no me calmaré. Cinco años has estado yendo a la Zona y no dije nada. Esperando que te atrapasen a cada instante. Callé mientras estuviste en la cárcel. ¿Me oíste decir una sola palabra? ¡Dos años sin ver en esta casa un centavo, y yo callando! La pulsera, el recuerdo de mi mamá, la robaste, te la jugaste en el hipódromo, ¿o crees que no sé lo que fue de ella?
—¿Te vas a a callar o no?
—Óyeme. ¡Te lo pido! Nunca te he pedido nada. Si quieres me pongo de rodillas… Espera, espera un momento que vuelvo en seguida.

Sale corriendo del cuarto de baño y vuelve con un sobre en las manos.

—Mira, aquí tienes dinero, ¿quieres? Tómalo, vete con los amigos a las carreras, a lo mejor tienes suerte.
—¿Qué me das? ¿Estás loca? Si ese dinero lo guardamos para el médico.
—No importa, ya conseguiré más. Pediré prestado, pero no vayas a la Zona.
—¡Cálmate de una vez! ¿Puedes callarte? No pedirás prestado, nadie te dará más. ¡Mira a quien te pareces! ¡No podemos seguir viviendo así!
—¡Me lo habías prometido! ¡Me habías dado tu palabra!
—Fui un imbécil, por eso te la di. ¡Tú misma tienes la culpa! ¡Tú misma me has llevado a este extremo! ¿Quieres que yo, un stalker, pida limosna? ¿Que viva de tu dinero? Basta. Mejor será que no me estorbes.
—¡Pero si te han prometido un trabajo! ¡Tú mismo me lo dijiste! Si ibas a trabajar en un taxi.
—¡Pf, otra vez me sales con el taxi! Cuántas veces te lo tengo que decir: ¡No trabajaré para ellos! ¡Nunca he trabajado para nadie! ¡Que trabajen ellos para mí! ¡Déjame pasar!
—¡No quiero!
—Desde que no voy, ¿qué ha cambiado? ¿Se ha puesto bien la nena? ¿O tenemos más dinero?
—Y si no vuelves, ¿qué será de nosotras?
—¡No seas pájaro de mal agüero! ¡Y si no vuelvo, merecido me lo tengo!

La empuja.

—¡Bueno, lárgate! —grita—. ¡Ojala te pudras allí! ¡Maldito sea el día en que te conocí! ¡Sabandija! ¡Te maldijo Dios dándote esta criatura! ¡Y a mí por tu culpa, canalla! ¡Ladrón! ¡Ladrón! ¡Ladrón!

Rompe a llorar la niña. Él sale al rellano dando un portazo. Una bombilla sin pantalla ilumina vivamente el sórdido descansillo. Un tramo más abajo, en un rincón del rellano, se tambalea un hombre bien vestido, sin sombrero, con el gabán manchado. La ancha bufanda floreada se le ha salido y cuelga hasta el suelo. Mirándolo de cerca se ve que el desconocido está más borracho que una cuba.



La cafetería

El Stalker atraviesa una manzana de casas por la calle oscura y embarrada bajo la nieve húmeda. Entra en una cafetería abierta día y noche. No hay casi nadie, el tabernero dormita tras la barra.    Sentado en una mesa toma café el Científico. Al ver al Stalker mira el reloj, pero éste le hace una seña con la mano.

—Aguarda, voy a tomarme un café.

Toma una taza de café de la barra, se sienta en frente del Científico, bebe unos sorbos. El Científico lo mira.

—Bueno, no te hagas muchas ilusiones —dice el Stalker—. Puede que volvamos con las manos vacías. Eso depende del tiempo… Conque no te alegres por adelantado. Vamos… ¿No habrás olvidado la linterna?
—No, está en el auto.

Salen de la cafetería y suben a un auto que se encuentra cerca. El Stalker se sienta al volante y parten.



Otra vez la cafetería
(Después del periplo por la Zona)

El local está vacío. Tras la barra trajina un corpulento camarero de sucia chaquetilla. Los tres personajes se han sentado a una mesa en un rincón: sucios, andrajosos, con barba de varios días. Ante cada uno hay una jarra de cerveza medio vacía. Expone el Escritor…

—Yo me figuro este edificio como un templo gigantesco. Todo lo que ha creado la imaginación, la fantasía y el osado pensamiento del hombre son ladrillos, ladrillos de oro con los que se han levantado las paredes de este templo: filosofía, libros, lienzos, teorías éticas, tragedias, sinfonías… hasta, ¿por qué no?, las ideas científicas fundamentales más audaces. Todo eso pase… En cuanto a vuestra tecnología, los altos hornos, las cosechas, todo ese tráfago para trabajar menos y ausentarse más, son los andamios, los cabríos… Naturalmente, son necesarios para construir el templo, sin ellos el templo sería absolutamente imposible, pero ceden, se desmoronan, son levantados de nuevo, primero de madera, luego de piedra, de acero, de plástico finalmente, pero no pasan de ser cabríos para levantar el gran templo de la cultura, objetivo magno e infinito de la humanidad. Todo muere, todo se olvida, todo, desaparece, queda sólo este templo… Hablando con franqueza, la Humanidad en general existe únicamente para…

El Profesor toma un sorbo de la jarra y gruñe:

—¿Y usted se atreve a responder a la pregunta de para qué existe la Humanidad?
—No me interrumpa —ataja el Escritor—. Eso es descortesía. ¡Únicamente —continúa— para producir obras de arte! Imágenes de la verdad absoluta. Eso, por lo menos, es desinteresado…

De pronto el Escritor se sonríe irónico:

—Es una broma —añade casi turbado—. Aquí la cerveza… ¿Esto es cerveza? ¿Qué les parece, nos tomamos otra ronda?
—Yo no tengo más dinero —dice el Profesor.
—Yo tampoco, —profiere con voz decaída el Escritor.
—Usted presumía de que le fían en todas partes —dice irritado el Profesor al Escritor.
—¡Sí! —responde el otro desafiante—. ¡En todas partes! Menos aquí.

El Stalker echa sobre la mesa varias monedas menudas mezcladas con basura, mueve las monedas con un dedo contándolas.

—Aquí tienen —dice—. Hay bastante para otras dos jarras.

En este momento junto a la mesa aparece el camarero, coloca con destreza ante ellos jarras llenas con cerveza y retira las jarras vacías. Mirándolo, el Stlker, con aire compungido, golpea con la sucia uña la exigua pila de monedas. El camarero hace un gesto tranquilizador y desaparece.

—¡Es un lector mío! —anuncia con aire significativo el Escritor—. ¡Me ha reconocido!

El Stalker y el Profesor lo miran —su semblante sucio y sin afeitar, el enorme cardenal que le rodea el ojo derecho, el trapo ensangrentado que le ha caído sobre la frente—, lo miran y después, sin decir palabra, beben largo rato de sus jarras.

—No —dice el Stalker—. Esto no es beber. Ahora mismo le telefoneo a mi mujer y le digo que me traiga dinero.

El Escritor lo sujeta de la manga.

—¿Para qué? Voy a telefonear a cualquier redacción…

El Stalker lo rechaza.

—Tranquilo… Soy yo quien convida y no tú. No te muevas.

Se acerca al teléfono automático, marca un número y en este momento ve por la ventana a su mujer que se dirige a la cafetería. Cuelga el teléfono y retorna a la mesa. La mujer se acerca a la mesa y dice al marido:

—Bueno, ¿qué haces aquí sentado? ¡Vámonos!
—Ahora mismo —dice—. Siéntate un poco. Siéntate con nosotros. ¿Es que llevas prisa?

Ella se sienta de buen grado, lo toma del brazo y recorre con la mirada al Escritor y al Profesor.

—Saben ustedes —dice—, mi mamá estaba en contra de que me casara con él. Porque él era un auténtico bandido. Le tenía miedo toda la región. Era guapo, ágil como… Pero mi madre decía: si es un Stalker, si es un suicida, si se pasa la vida en la cárcel… y los hijos. Recuerda, decía, los hijos que suelen tener los Stalker… Yo no discutía con ella. Todo eso lo sabía perfectamente: que era un suicida, que se pasaba la vida en la cárcel, sabía lo de los hijos. Pero ¿qué podía hacer yo? Estaba segura de que con él sería feliz. Sabía, claro, que también pasaría muchas penas, pero pensaba: más vale una felicidad amarga que una vida gris. Pero, puede ser que todo esto se me haya ocurrido ahora. Entonces él se me acercó y me dijo cariñosamente: «¡Oye, vente conmigo!». Y yo me fui. Y nunca me arrepentí. Nunca. Las pasamos mal. Tuve que aguantarme el miedo. Me daba vergüenza y a pesar de todo no me arrepentí nunca y no envidié a nadie. Él tampoco se arrepintió ni envidió. Es que el destino es así. La vida es así, nosotros somos como somos. Y si no hubiera penas en nuestra vida, no habría alegrías. Sería peor. Porque tampoco habría una felicidad así ni habría esperanza. Eso es. Y ahora tenemos que irnos. Vámonos. La Monita se ha quedado sola.

Se ponen en pie.

—Estos son mis amigos —dice el Stalker—. Hasta ahora no he conseguido nada más…

Se alejan caminando. El Escritor y el Profesor miran como se alejan.




Título original: Mashina zhelanij, 1981

Traducción: Ángel Pozo Sandoval, 1984








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