jueves, noviembre 06, 2014

“Noche primitiva”, de Jorge Cocio








La gente de aquí se ha convertido en la  gente que finge ser.
                    Sam Shepard




Yo viajaba con mi cuerpo en la espalda
por leves símbolos en tacto
de motel a motel
de seis a seis
con el recuerdo de cortarse el rostro
sobre un cielo de ilusiones intactas por papel;
es una pérdida de tiempo, me decía.  

Pero si el último recuerdo de un marino cortado en el mar bajo un metro cuadrado detrás de una playa de botellas que se evaporan por millones de años ligados al ahí donde las gaviotas no recuerdan por qué aún se comen sus almas para reír por las aguas profundas de fe sin cuerpos que nos detengan ni el sueño del último indígena que ha sido quemado en la noche primitiva de la gravedad.    
   
Madre, tengo miedo
porque siento frío que no me reconozco
esperando noches sentado en los ríos de los puentes
bajo estrellas sin amor ni insectos.
Temo
porque la melancolía no tiene más que odio
que no me avergüenza
moler el polvo
mascar mis brazos 
comer ceniza
porque aún tengo coraje para autoflagelar mi espíritu.

Donde los labios vuelven a crecer como raíces
Del silencio se hace un eco entre sombras;
Y pasos de los nombres germinan voces
Donde cada pedazo late en el estómago de algún vagabundo
De bordes, rozando bordes.
De esa que acecha en los rostros de la gente
Que vuelve a aprender a rezar a contraluz para que no le escuchen.
Capullo roto en octavas por esa herida transparente 
Para pensar en el sentido de los vasos rotos.  

Si el silencio de lo infinito iluminar bajo vuelo
se sumergiera en un recuerdo vago, no creerías nada.
Como cielo hecho polvo en espacios de antaño 
de momentos aire neón.
Cuando la tierra no era más que hielo,
éramos demasiado jóvenes para nacer. 
 
¿No será que el silencio de la noche nos acuesta sin darnos cuenta? Como claro de luna perfecta que ronda nuestra imaginación. ¿Acaso es posible volver al último sonido de la primera noche?

De tan sólo un gesto que resuena hasta que vuelve el silencio / de la primera línea que escuchamos a la espina dorsal de madrugada que hasta la piel se abre ligeramente para ver la materia / en forma de árbol como el recuerdo de haber tenido otra vida.

Por un cielo a pedazos desde el otro lado
Hasta el frío de la madrugada, tan distante
Como ecos bajo el agua
Soñábamos recuperar el silencio entre instantes eternos.

Desde el ardor trasparente que irradia su savia convirtiéndola en mera adivinación para fanáticos. Sentado hasta el momento de quiebre nocturno. Cuando se detiene el segundo párpado y volvemos a imaginar el pasado; cuando el cosmos se comía como corazón de buey a fuego lento desde su piel. “Es como secarse en la nieve”, me decían, pero en el fondo era otra cosa. A contraluz del año invertebrado... Era una manera de convertirnos en algo.

Por el límite reflejo de nuestra inocencia.
Por cada sinónimo de vida envuelto
En pequeñas moléculas de madrugada. 

Con ese aire congelado, medio tibio casi intacto; sobre la mesa de café en la garganta. Entre los últimos ruidos del mundo. Cuando escapábamos de los golpes escondidos en los techos y la tonalidad no nos alcanzaba. Fundiendo la materia en aura de hielo.

En ese límite reflejo de nuestra conciencia; cuando los sonidos se entrelazan bajo tejidos congelados / en el exilio de los símbolos de violencia metafísica / con la vacuidad de las bestias en la memoria. En colores que se hacen eternos en el hígado, pero tan distantes como el agua busco que aún se pueda respirar.


Noche primitiva [texto íntegro], 2013







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