sábado, agosto 23, 2014

"El baile de la Victoria", de Antonio Skármeta

Premio Nacional de Literatura 2014



Fragmento

El joven compró dos cartones de leche y atravesaron la calle hacia la plaza de Armas. Se tendieron sobre los bancos de madera y reclinaron los pies sobre sus respectivos bultos: él la mochila con sus pertenencias traídas de la cárcel, ella la cartera con los útiles, libros y cuadernos escolares.

Ella se abrió el abrigo exhibiendo un uniforme liceano con una insignia indescifrable sobre el jumper.

—¿Desde cuándo haces la cimarra?
—Desde hace un mes. Me echaron del colegio y todavía no me atrevo a decírselo a mi madre.
—¿Y qué haces?
—Me levanto en las mañanas, hago como que voy a clases, doy vueltas por aquí y allá hasta que abren los cines rotativos. Después veo una o dos películas y vuelvo a casa.

El joven consideró con el entrecejo fruncido la posibilidad de que la lluvia se desatara. Todas las nubes encima eran negrísimas: algunas compactas y abultadas, otras deshilachadas y veloces.

Ella también subió la mirada y aprovechó para peinarse la cabellera con los dedos. Cuando bajaron los ojos, se encontraron en una súbita intimidad. Ella le sonrió, y él estimó atractivo y viril no hacerlo. Simplemente le mantuvo la mirada mientras se apartaba el agua de la frente.

Se llevaron simultáneamente los cartones de leche a la boca, y al beber, un relámpago se desprendió entre las nubes y un feroz estruendo rodó por el cielo. Ambos levantaron la vista hacia esas nubes hostiles, volvieron a mirarse a los ojos y saborearon sus leches como si estuvieran en un primaveral picnic campestre. Ella se limpió con la manga del abrigo la blanca estela que quedó sobre sus labios simulando un bigote, y al advertir que también el joven tenía su nariz embadurnada, se la secó con un dedo.

La lluvia irrumpió con goterones y la chica hundió los hombros, refugiándose en sí misma. Él no le prestó atención al agua que caía y recibió la gracia del sorbo blanco que inundaba su estómago como una bendición.

—Esto es lo que soy —le dijo a la muchacha—. Soy absoluta y totalmente este momento. No tengo casa ni amigos, ni un pasado, ni nada que quiera recordar, ni dinero, pero sé que seré feliz. Soy un estómago con un delicioso supercompleto alojado en mis entrañas, y ésta es mi ciudad de hielo y barro.





2003