domingo, abril 13, 2014

"Entretiempo", de Bernardita Yanucci

Descontexto celebra la estrella 30 del conjunto albo



Hace casi seis años, ni siquiera sabía lo que era un entretiempo. Mi relación con el fútbol se reducía a saber los nombres de la dupla Za-Sa y a que la camiseta de la selección era roja. En mi casa nunca se habló de fútbol y nunca tuve amigos a los que les gustara, a excepción de mi mejor amiga hasta los 14 años, que era fanática de Colo-Colo. Todo cambió cuando conocí al que fue mi pololo por cinco memorables años. De no tener ningún vínculo, pasé a estar con un hincha colocolino que puede llegar hasta las lágrimas cuando su equipo le regala un gol. Con él aprendí que Colo-Colo es Chile, que Barti es lo más grande y que Arellano murió en su ley, como el grande que fue.

La primera vez que me invitó al estadio, le rompí el corazón. Yo como buena estudiante de literatura, tenía que dedicar muchas horas a leer. El día del partido, llevé mis apuntes de Stanislavsky y no dudé en ponerme a leer mientras en la cancha se disputaban la pelota. Cuando terminó el partido, pude notar en él una profunda tristeza: la polola que él había elegido no estaba ni ahí con lo que ocupaba el otro cincuenta por ciento de su corazón. La verdad, en ese momento no entendí su frustración, pensé que estaba siendo un machista que daría su vida por ver ganar a su equipo una y otra vez. Yo sentía que esas cosas no estaban a la altura de mis libros. Me equivoqué.

Poco a poco, empecé a estar más atenta a los resultados, a los cambios de técnico y de jugadores. Los nombres me los fui a aprendiendo uno a uno, fui conociendo sus historias, sus triunfos y sus derrotas. Comprendí que Cienfuegos #41 era mucho más que una sede de la universidad en la que estudié y donde además defendí mi tesis de grado. Le fui agarrando el gustito a ese dolor en la guata que te da cuando esos últimos minutos son decisivos. Comprendí además que las alegrías que te da tu equipo son verdaderas y que vienen del fondo del corazón y que al mismo tiempo, una derrota puede hacer de tu semana un castigo.

Para un aniversario fuimos a Valparaíso a un Wanderers v/s Colo-Colo, estaba nublado y no me importó pasar la mayor parte del paseo en el estadio, porque a él la felicidad le llenaba la cara y le iluminaba la sonrisa. Lo disfruté mucho.

Para un cumpleaños lo invité al Paseo Monumental y al Museo de Colo-Colo. Todo el tiempo fue estar frente a un niño de ocho años, feliz hasta no poder más y al que solo le hubiera bastado estar con su viejo recorriendo el túnel y los camarines para tenerlo todo. Ese día comprendí que un hincha puede ser un niño que tiene una Fe ciega en que su equipo es lo más grande del mundo o un adulto que piensa que representar a esa camiseta no es un juego o un pololo que al preguntarle un sinónimo de pasión, respondería sin dudar: Colo-Colo.

La verdad, me fui haciendo colocolina de la mano de él. Como él se hizo colocolino de la mano de sus papás. Y aunque nunca se lo dije, me hubiera encantado que hubiéramos tenido hijos para que de nuestra mano también hubieran sido colocolinos.

Ahora ya nos somos nosotros, no sé en qué ocupa su tiempo, pero sé que cada vez que juega Colo-Colo, estamos pensando en lo mismo. Gracias al fútbol sé también que hay primeros tiempos donde se puede sufrir mucho, pero que siempre queda la esperanza de que luego del entretiempo vendrá un segundo aire donde el marcador puede revertirse a favor para terminar siendo el partido de nuestras vidas. Porque yo diría que a nuestra historia le faltan muchos campeonatos más por ganar, muchos goles por perder, y muchas mañanas, donde el té nos parezca más dulce y la marraqueta sea mucho más crujiente.







en colocolodetodos.com, 11 de julio, 2012















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