viernes, diciembre 13, 2013

“Lo que ha hecho Israel”, de Edward Said









Pese a los esfuerzos israelíes por restringir la cobertura en los medios de su destructiva invasión de los pueblos y campos de refugiados palestinos en la franja occidental, imágenes e información han logrado filtrarse a la red electrónica; existen ahí cientos de testimonios verbales y visuales de testigos presenciales. Esto ha sido posible también gracias a la cobertura de las televisiones europea y árabe –esta última inaccesible, bloqueada o hecha a un lado por los principales medios estadunidenses-. Dicha evidencia proporciona pruebas contundentes de lo que es y siempre ha sido la campaña israelí: el intento por conquistar irreversiblemente el territorio palestino y la sociedad.

La línea oficial (que tiene el respaldo de Washington y de prácticamente todos los comentaristas de noticias estadunidenses) es que Israel se defiende emprendiendo acciones de represalia por los bombazos suicidas que minan su seguridad, y que incluso amenazan su existencia. Tal afirmación ha logrado un estatus de verdad absoluta, y no la moderan ni con las acciones que Israel emprende ni con lo que en realidad ha ocurrido.

Se repite tan frecuentemente, y sin argumentos, que hay que arrancar la red del terrorismo, destruir su infraestructura, atacar los nidos de terroristas (nótese la total deshumanización que implica cada una de estas frases) que se le ha otorgado a Israel el derecho de hacer lo que le place, ocasionando enorme daño a la vida civil palestina, destrucción desenfrenada y sin motivo, matanzas, humillación, vandalismo, violencia muy tecnificada, sobrecogedora y sin razón. Ningún otro Estado sobre la tierra hubiera podido hacer lo que Tel Aviv ha hecho, con tanta aprobación y respaldo como le ha dispuesto Estados Unidos. Ningún Estado ha sido tan intransigente y destructivo, tan fuera de sus propias realidades, como Israel.

Pero hay señales de que la sorprendente, por no decir grotesca, naturaleza de sus reclamos (la "lucha por su existencia") se erosiona lentamente merced a la burda y casi inimaginable devastación tendida por el Estado judío y su homicida primer ministro, Ariel Sharon. Echemos un vistazo al reportaje escrito por Serge Schmemann (quien no es precisamente un propagandista pro-palestino), aparecido en la primera plana del New York Times el 11 de abril, cuyo encabezado reza: "Los ataques israelíes convierten los planes palestinos en metales retorcidos y pilas de escombro. No hay forma de evaluar en toda su envergadura el daño a ciudades y pueblos -Ramallah, Belén, Tulkarem, Qalqilya, Nablus y Jenin- que se mantienen bajo un estrecho estado de sitio; las patrullas y los francotiradores disparan en las calles. Pero es factible afirmar que se ha devastado la infraestructura de la vida misma y de cualquier futuro Estado palestino -las carreteras, las escuelas, las torres eléctricas, las bombas de agua y el cableado telefónico".

Qué cálculo inhumano llevó al ejército israelí a lanzar 50 tanques, 250 ataques diarios con misiles y docenas de embestidas con F-16 para sitiar el campo de refugiados de Jenin durante toda una semana. Este sólo es un predio de un kilómetro cuadrado, tachonado de barracas que alojan unos 15 mil refugiados y no más de una docena de hombres armados con rifles automáticos, pero sin defensas mayores, ni líderes; sin misiles ni tanques; sin nada. ¿Cómo es que a esto se le llama responder a la violencia terrorista que amenaza la supervivencia de Israel? Los reportes hablan de cientos de enterrados por el escombro que ahora los bulldozer tratan de amontonar sobre las ruinas del campamento. ¿Acaso los hombres, las mujeres y los niños palestinos, todos ellos civiles, son sólo ratas o cucarachas que pueden atacarse o asesinarse por miles sin que se invoque palabra alguna de compasión o en su defensa? ¿Y qué de la captura de miles de hombres palestinos, desaparecidos por los soldados israelíes sin rastro alguno; qué del desamparo y la falta de vivienda de los tantos seres, comunes y corrientes, que intentan sobrevivir entre las ruinas creadas por los bulldozer por toda la franja occidental, en un estado de sitio que lleva ya meses y meses; qué de los cortes a la electricidad y al agua en todos los poblados palestinos, de los largos días de toque de queda total, de la escasez de alimentos y medicinas, de los heridos que se desangran hasta la muerte, de los ataques sistemáticos a las ambulancias o al personal de asistencia, que incluso de manera velada Kofi Annan ha decretado como peligrosos? No podrán tirarse al agujero de la memoria todos estos actos. Los amigos de Israel deberían preguntarle cómo es que tales políticas suicidas podrán traerle paz, aceptación, seguridad.

La más formidable y temible maquinaria de propaganda ha logrado la monstruosa transformación de un pueblo entero en poca cosa más que "militantes" y "terroristas". Esto ha solapado que no sólo los soldados de Israel, sino una flotilla de sus escritores y defensores borroneen la terrible historia de sufrimiento y abuso con tal de destruir impunemente la existencia civil del pueblo palestino.

Ha desaparecido de la memoria pública la destrucción de la sociedad palestina en 1948, al igual que la fabricación de un pueblo desposeído; la conquista de las franjas occidental y de Gaza, así como su ocupación militar desde 1967; la invasión de 1982, junto con los 17 mil 500 libaneses y palestinos muertos; las masacres de Sabra y Chatila; el continuo asalto a escuelas, campos de refugiados, hospitales e instalaciones palestinas de todo tipo. Qué objetivo antiterrorista se cumple destruyendo los edificios del Ministerio de Educación, el cabildo de Ramallah, la Oficina Central de Estadística, varios institutos especializados en derechos civiles, salud y desarrollo económico, hospitales y estaciones de radio y televisión para luego retirar los archivos de todos ellos. ¿No está claro que Sharon se inclina no sólo a "quebrar" a los palestinos, sino a tratar de eliminarlos como pueblo con instituciones nacionales?

En un contexto de tal disparidad y poder asimétrico, parece de locos el seguir pidiendo a los palestinos -que no cuentan con ejército, fuerza aérea, tanques, defensas de algún tipo o un liderazgo en funciones- que "renuncien" a la violencia, sin exigir limitaciones comparables a los actos de Israel. Incluso el asunto de los bombazos suicidas, algo a lo que siempre me he opuesto, no puede examinarse desde un punto de vista que permita que el racismo, oculto, sea el rasero por el que se valora más las vidas israelíes que la de muchos más palestinos desaparecidos, baldados, distorsionados y menospreciados de antemano por la larga ocupación militar israelí y por la barbarie sistemática utilizada abiertamente por Sharon contra ellos desde que iniciara su carrera en los años 50.

En mi opinión no puede concebirse paz alguna que no ataje el problema real: que Israel, a ultranza, se rehúsa a aceptar la existencia soberana del pueblo palestino, pese a que tiene derechos sobre lo que Sharon y muchos de quienes lo apoyan consideran tierra exclusiva del Gran Israel, es decir, la franjas occidental y de Gaza.

En los números del 6 y 7 de abril (2002) del Financial Times, un perfil sobre Sharon concluía con este revelador pasaje de su autobiografía, que el diario introdujo con la frase: "ha escrito, con el orgullo que le da estar convencido, como sus padres, que árabes y judíos pueden vivir unos con otros". Entonces viene la relevante cita del libro de Sharon: "Pero ellos creían, sin cuestionamiento alguno, que sólo ellos tenían derechos sobre esta tierra. Y nadie los iba a echar de aquí, pese al terrorismo y a todo lo demás. Cuando posees la tierra físicamente... entonces tú tienes el poder, no sólo el poder físico, también el poder espiritual".

En 1988 la OLP concedió que sería aceptable partir la Palestina histórica en dos estados diferenciados. Esto se ha reafirmado en numerosas ocasiones y, ciertamente, de nuevo, en los documentos de Oslo. Pero únicamente los palestinos reconocieron explícitamente la noción de tal partición. Israel nunca lo ha hecho. Esto explica por qué ahora hay más de 170 asentamientos israelíes en tierras palestinas, por qué existen 482 kilómetros de red carretera que conecta estas localidades e impide los movimientos palestinos (de acuerdo a Jeff Halper, del Comité Israelí contra la Demolición de Casas, ésta costó 3 mil millones de dólares y la financió Estados Unidos). Por último, también explica por qué ningún primer ministro israelí, de Rabin hasta ahora, ha concedido una soberanía real a los palestinos y por qué los asentamientos crecen año a año. El simple atisbo a un mapa reciente de estos territorios revela lo que ha estado haciendo Tel Aviv durante los acuerdos de paz, y la discontinuidad y el achicamiento geográficos de la vida palestina que resultaron de sus actos. En efecto, Israel se considera a sí mismo y al pueblo judío como los poseedores del territorio en su totalidad: en Israel hay leyes de tenencia de la tierra que lo garantizan, pero en la franja occidental y en Gaza cumplen la misma función la red de asentamientos y las carreteras, y no dan ningún derecho soberano sobre la tierra a palestino alguno.

Lo que perturba la mente es que ningún funcionario -ni estadunidense ni palestino ni árabe, ni de Naciones Unidas, ni de Europa o cualquier otra parte- ha cuestionado a Israel en este punto, que se entretejió en todos los documentos, procedimientos y acuerdos de Oslo. Lo que explica, por supuesto, que después de casi 10 años de "negociaciones de paz" siga controlando la franja occidental y Gaza. Estos territorios los controlan más directamente (¿los poseen?) mediante más de mil tanques y miles de soldados israelíes. El principio que subyace sigue siendo el mismo. Ningún líder (ciertamente ni Sharon ni sus allegados pertenecientes al movimiento Tierra de Israel, que son mayoría en su gobierno) ha reconocido oficialmente los territorios ocupados como tales, o ha reconocido que los palestinos podrían, por lo menos teóricamente, tener derechos soberanos, es decir, sin que Israel controle las fronteras, el agua, el aire, la seguridad, en el territorio que todo el mundo, con la excepción ya descrita, considera tierra palestina. Así que hablar de la "visión" de un Estado palestino, como hoy es la moda, es una pura visión, a menos que el gobierno de Israel conceda oficial y abiertamente el punto de la tenencia de la tierra y la soberanía. Nadie lo ha hecho y, si no me equivoco, nadie lo hará en un futuro próximo.

Debe recordarse que Israel es el único Estado del mundo actual que nunca ha tenido fronteras internacionales declaradas; el único país que no es de sus ciudadanos, sino de todo el pueblo judío; el único donde más del 90 por ciento de la tierra está destinada, bajo custodia, al uso exclusivo del pueblo judío. Que sea también el único Estado en el mundo que nunca ha reconocido ninguna de las previsiones principales de las leyes internacionales (como lo argumentara recientemente Richard Falk) sugiere la profundidad del enredijo estructural de rechazo absoluto que deben afrontar los palestinos.

Es por estas razones que he sido escéptico de las discusiones y encuentros por la paz, una palabra adorable que en el contexto presente significa llanamente que los palestinos debieran dejar de resistir a los israelíes y perder control sobre su tierra. Una de las muchas deficiencias del terrible liderazgo de Arafat (por no hablar de los más lamentables de otros líderes árabes en general) es que a lo largo de casi una década de negociaciones en Oslo nunca enfocó siquiera la tenencia de la tierra, nunca emplazó a Israel a que se declarara legalmente dispuesto a ceder tierra a los palestinos, y nunca le exigió hacerse responsable por el sufrimiento de su pueblo. Ahora me preocupa que esté simplemente tratando de salvarse a sí mismo, otra vez, cuando lo que en realidad necesitamos son monitores internacionales que nos protejan, nuevas elecciones que aseguren un futuro político real para el pueblo palestino.

La pregunta más profunda que encaran Israel y su pueblo es la siguiente: ¿están dispuestos jurídicamente a asumir los derechos y las obligaciones que entraña ser un país como cualquier otro, y a abandonar los imposibles reclamos de tenencia por los que Sharon, sus padres y sus soldados han estado luchando desde el primer día? En 1948 los palestinos perdieron el 78 por ciento de su territorio, y en 1967 se quedaron sin el 22 por ciento restante. En ambas ocasiones en favor de Israel.

Hoy, la comunidad internacional debe fijar a Israel la obligación de aceptar un principio de partición real, no uno ficticio; la obligación de limitar sus insostenibles reclamos extraterritoriales, sus absurdas pretensiones basadas en la Biblia, sus leyes que permiten avasallar a otro pueblo por completo. ¿Por qué se tolera, sin cuestionamiento, tal fundamentalismo?

Hasta ahora lo único que escuchamos es que los palestinos debemos renunciar a la violencia y condenar el terror. ¿Acaso alguna vez se demandará de Israel algo sustantivo, o seguirá actuando sin pensar por un momento en las consecuencias? Este es el punto real de su existencia: ¿puede existir como un Estado cualquiera o deberá estar siempre por encima de las restricciones y responsabilidades de todos los otros estados del mundo? El recuento no da confianza.



en La Jornada, 17 de abril de 2002
















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