martes, noviembre 19, 2013

“La asesina ilustrada”, de Enrique Vila-Matas









Fragmento


Chorros de vino salían de sus orejas, y sus piernas barrían el suelo como dos mástiles ciegos. Todo terminó al alba: un amanecer rojo que comenzó remolineando en el jardín y que llegó a barrer la estancia cubriendo de luz los espesos almohadones y el tapiz en el que se representaba, velada por los cortinajes de la ventana, la escena de su muerte. Violeta azul y negro dominaban el colorido de los almohadones, y más lejos estos colores reaparecían en la ventana, en la pequeña bóveda, estrecha y gótica, y en las cortinas de la tela de pesados pliegues, movidas por el viento de la mañana. Me incorporé sobre la cama y contemplé su cuerpo caído al pie de una mesa. Le abracé, pronuncié su nombre. Como antaño su hermana en las largas noches de invierno, le llamé con un tono de voz que le era familiar. Pero ya no podía oírme. Todo estaba en calma; llegaron los primeros pájaros de la mañana. Olor de encierro, de tabaco de pipa y de sedas viejas y viejos pergaminos. Estaba (ahora lo sabía) abrazando a un cadáver.





en La asesina ilustrada, 1977














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