jueves, julio 18, 2013

"El silencio", de Maurice Maeterlinck






Y cada vez que el silencio, ángel de las verdades supremas y mensajero de la incógnita especial de cada amor, descendía entre nosotros, nuestras almas parecían pedir gracia de hinojos e implorar algunas horas más de mentiras inocentes, algunas horas de ignorancia o algunas horas de infancia. .. Y sin embargo, es preciso que llegue su hora. Es el sol del amor y hace madurar los frutos del alma, como el otro sol los frutos de la tierra.

Pero no sin razón los hombres le temen, pues nunca se sabe cuál será la calidad del silencio que va a nacer. Si todas las palabras se parecen, todos los silencios difieren, y casi siempre todo un destino depende de la calidad de ese primer silencio que dos almas van a formar. Se efectúan mezclas, no se sabe dónde, porque los depósitos del silencio están situados muy por encima de los depósitos del pensamiento; y el brebaje imprevisto se vuelve siniestramente amargo o profundamente dulce. Dos almas admirables y de igual fuerza pueden crear un silencio hostil, y se harán en las tinieblas una guerra sin tregua, mientras que el alma de un presidiario vendrá a callar divinamente con el alma de una virgen.

No se sabe nada de antemano, y todo eso pasa en un cielo que nunca previene; por esto los seres que más se aman difieren con frecuencia el mayor tiempo posible la solemne entrada del gran revelador de las profundidades del alma...

Es que saben también —porque el amor verdadero conduce a los más frívolos al centro de la vida— que todo lo demás eran juegos de niños en torno del recinto, y que ahora es cuando las murallas caen y la existencia se abre. Su silencio valdrá lo que valen los dioses que encierran, y si no entienden en ese primer silencio, sus almas no podrán amarse, porque el silencio no se transforma. Puede subir o bajar entre dos almas; pero su naturaleza no cambiará jamás, y, hasta la muerte de los seres que se quieren, tendrá la actitud, la forma y la fuerza que tenía en el momento en que, por primera vez, entró en su estancia.

A medida que se avanza en la vida, se observa que todo acontece según no sé qué inteligencia previa de que no se habla una palabra, en la cual ni siquiera se piensa, pero de la cual se sabe sin embargo que existe en alguna parte, por cima de nuestras cabezas. El más ineficaz de los hombres sonríe, a los primeros encuentros, como si fuera el antiguo cómplice del destino de sus hermanos. Y en el dominio en que nos hallamos, los mismos que más profundamente saben hablar, sienten mejor que las palabras no expresan jamás las relaciones reales y especiales que hay entre dos seres. Si les hablo en este momento de las cosas más graves, del amor, de la muerte o del destino, no alcanzo a la muerte, al amor o al destino, y, a pesar de mis esfuerzos, subsistirá siempre entre nosotros una verdad que no se ha dicho, que no se tiene siquiera la idea de decir, y sin embargo esa verdad que no ha tenido voz será la única que habrá vivido un instante entre nosotros, y no hemos podido pensar en otra cosa. Esa verdad es nuestra verdad sobre la muerte, el destino o el amor; y no hemos podido entreverla sino en silencio. Y nada, a excepción del silencio, habrá tenido importancia. «Hermanas mías, dice un niño en un cuento de hadas, cada una de ustedes tiene su pensamiento secreto y yo quiero conocerlo.»

Nosotros también tenemos algo que todo el mundo quisiera conocer, pero se oculta mucho más alto que el pensamiento secreto; es nuestro silencio secreto. Mas las preguntas son inútiles. Toda agitación de un espíritu en guardia se convierte en un obstáculo para la segunda vida que vive en ese secreto; y para saber lo que existe realmente, hay que cultivar el silencio entre sí, pues sólo en él se entreabren un instante las flores inesperadas y eternas, que cambian de forma y de color según el alma al lado de la cual uno se encuentra. Las almas se posan en el silencio, como el oro y la plata se posan en el agua pura, y las palabras que pronunciamos no tienen sentido sino gracias al silencio en que se bañan. Si digo a una persona que la amo, no comprenderá lo que quizá he dicho a otras mil; pero el silencio que siga, si la amo en efecto, mostrará hasta dónde penetraron hoy las raíces de esta palabra, y hará nacer una certidumbre silenciosa a su vez, y ese silencio y esa certidumbre no serán dos veces los mismos en una vida...

¿No es el silencio el que determina y fija la sensación del amor? Privado del silencio, el amor no tendría sabor ni perfumes eternos. No hay silencio más dócil que el del amor y es verdaderamente el único que nos pertenece.

Todos los demás grandes silencios, los de la muerte, del dolor o del destino no están a nuestra disposición; a la hora por ellos elegida, salen del fondo de los acontecimientos y avanzan hacia nosotros, y las personas a quienes no encuentran no tienen ningún reproche que hacerse. Pero podemos salir al encuentro de los silencios del amor. Gracias a éstos, los que casi no han llorado pueden vivir con las almas tan íntimamente como los que fueron muy desgraciados; por esto los que amaron mucho saben secretos que otros ignoran; pues hay, en lo que callan los labios de la amistad y del amor profundos y verdaderos, millares y millares de cosas que otros labios nunca podrán callar...







en La inteligencia de las flores, 1907









Traducción de Juan B. Enseñat













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