viernes, junio 07, 2013

“El atardecer”, de Paul Gauguin









Entre púrpura y oro, de amor embriagada
            la tarde ha llegado.
Es la hora del frescor y de nuevo revive
El pueblo niño, alegre ante la aventura de la noche.
Y la isla toda, reunida en las orillas
Al son del vivo, al rumor de los cantos y las risas,
Se agita, loca, abigarrada, conversadora.
Las mujeres, los aros en las orejas y los pliegues
Del refajo tensos sobre sus cinturas delicadas,
Desnudo su torso, de tonos de bronce y de betún.
Y el muriente ardor del poniente de nuevo se enciende
En los bruscos rayos de oro que festonan su carne.
Duerme en el aire vespertino el viento eterno del verano.
El sol, envejecido, vencido, retrocede,
Ante la joven luna, al borde del crepúsculo,
Y, radiante, dirige sus fuegos por un instante
A la cresta de las olas que danzan y suavemente
Se besan entre sí, y a la solitaria cabeza
Del Aroraï, templo, y límite de la tierra,
Desde donde el telón de los bosques
oculta a todos los ojos
La gloria, el dolor y el secreto de los Dioses.



en Noa-noa, 1994













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