miércoles, abril 10, 2013

Dos poemas de Eduardo Espina






La Patria, un objeto reciente
(Aquí la vida hace como que existe)


La mortalidad de su materia es lo que
da para empezar: a punto de quedarse
deseada encuentra la perla y el apodo.
Vida como dádiva duradera, como ha
sido la del búfalo y detrás, la pantera.
Entre zancadas hasta cruzar la bruma
más allá del alba añadida a la persona
del paje que pregunta por el anfitrión.
A tiempo de tener lo que nunca nació,
la mañana derrama lebreles de brillo,
la letra que a la voz anuncia naciones,
nada más que la solución de siempre.
Llega la lluvia, la costumbre del agua
y el ocio que por cierto cae en desuso:
la luna en el heno hace a la planicie, el
invierno al venado que alcanza a ceder.
Por su hez ha sido el sitio disminuido,
en algo convertido como cuerno y ahí:
la flecha conocida al quedarse clavada,
el cuerpo dispuesto por la posibilidad.
Podría resumirse así: el margen de los
recuerdos origina con el gerundio y la
canción llevada al grazno del susurro.
Ciervo, hierba y loan luego al viento:
la casa encuentra el coto desconocido.
De toda su estatura hace sentir al cielo.
Duerme la piel a pesar de lo que pasa.
Los ojos dan por verdad a las palabras
las cosas buscan un lugar en la mirada.






El nihilo
(La nada no sabe por qué)


La lírica del campo une los indicios,
una manera de querencia a querer el
apero del cuerpo pero recién su raza.
Queda, como corolario haría un año,
el principio perteneciente al paisaje.
No faltará al final dificultad infinita:
la belleza vendrá con dragones, verá
antes que venga la garúa a la unidad.
Hacia la excesiva inmortalidad de la
salamandra rueda natural, en cenizas
sale y asola la raya lacia del enigma.
Qué podría darse sino nombre antes
de melampos, de muestra de afectos
con ínfima mano siguiendo de largo.
Y duran lo que un lirio aún reunido,
lo que el aura oiría para que fuera él.
Lleva una vida su duración al jardín,
al ojal en las lilas sale seguidamente,
salva la voz por el bosque la quietud
de quienes mal se atreven a seguirla.
Será esa la inmensidad ¿de lo izado,
el intervalo de lábaros y la bandera
donde tal viento iba también antes?
Claro el clima a un costado al cabo
alababa la vaca con lado inefable y
tú, tema de mater conversa vestida
a los misterios que la muerte teme
hasta donde pudo vivir por delante.
Un ojo que podría haber sido hace
las paces, siente al iris con erizarlo,
rozando erraba al Sur nunca sabido.
Pero no todo fue tanto ni por estar
al atardecer mientras la trilla venía
enviando al país apilado, a la moza
que mal se asoma a la invisibilidad.
Va la ocarina al castor en esta causa,
alcanza el comienzo del cielo donde
falte acaso la boda al bosque debida
y de ida debía venir la vida dormida.
Hace rato que Occidente está quieto,
hace más de un sábado hizo un mes.
Trayendo edades diferentes, el reloj
regaña la blanca arenga por la cama,
junto al frijol, juntos, el general y la
gema: nadie intrigado para tratarlos.
Celajes, comisuras, unos con horas:
no decir nada, dejar la lengua vacía.
Por aquí el apero pende del empeño.
El silencio hace al azar a lo lejos, la
inexistencia de todas las otras cosas.













en Revista Prometeo, 2008















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