domingo, enero 06, 2013

“La limpieza étnica de Israel”, de Edward Herman








Uno de los tópicos más turbios de los “intelectuales humanitarios” partidarios de las intervenciones y de los editores y magnates de la prensa, es que los derechos humanos se han convertido en una de las principales preocupaciones de Estados Unidos y de las otras potencias de la OTAN, y en uno de los ejes fundamentales de su política exterior en las últimas décadas. Para David Rieff: “en todas las grandes capitales europeas, los derechos humanos se han impuesto como un principio, no meramente teórico sino operativo”. Su colega Michael Ignateff -otro fanático del recurso a las armas- asegura que nuestros ensalzados “principios morales” han reafirmado la necesidad de intervenir cuando las masacres y la deportación se convierten en política gubernamental” [1]. Esta perspectiva se ha elaborado en buena medida sobre el análisis de la experiencia –y su interpretación equivocada- de ciertas fases del desmantelamiento de Yugoslavia en los años 90, donde la línea propagandística pretendía que la OTAN había intervenido tardíamente y de mala gana en el conflicto -pero no sin éxito- con el fin de acabar con la limpieza étnica y el genocidio perpetrados por los serbios. La intervención se suponía que había sido una profunda muestra del humanismo de los señores Blair, Clinton, Köhl y Schroeder, apoyada y reclamada por los periodistas y por los grandes defensores de los derechos humanos.

Sin embargo, un gran número de hechos de esta versión de la historia reciente de los Balcanes eran inexactos y uno de ellos -y no de los de menor importancia-, es el de que la intervención de la OTAN no fue, en ningún caso, tardía sino lanzada con rapidez, y en sí misma fue una de las causas principales de la limpieza étnica que la siguió, y que favoreció el estallido de Yugoslavia de forma que dejaba sin protección a importantes minorías enclavadas en las nuevas repúblicas constituidas, lo que introdujo uno de los elementos principales del conflicto étnico. Además, la intervención socavaba los acuerdos de paz firmados entre los diferentes Estados entre 1992 y 1994, y animaba a las minorías no serbias a solicitar la ayuda militar de la OTAN para utilizar en su favor los desacuerdos, algo que consiguieron efectivamente. Activa o pasivamente, las potencias de la OTAN contribuyeron a la limpieza étnica más sistemática de todas las guerras de los Balcanes, es decir, la de los serbios en la provincia croata de Krajina y en el Kosovo ocupado por la OTAN a partir de junio de 1999. [2]

La idea de que la intervención de la OTAN fue, desde el principio al fin, fundamentalmente humanitaria, plantea otros problemas, pero cometeríamos un error si olvidáramos el aspecto selectivo de esta presentación de los hechos y de lo que hubiera podido haber de estrictamente político. El silencio de los intervencionistas humanitarios fue clamoroso cuando en los años 90 Indonesia perpetraba masacres y más masacres y deportaciones en Timor Oriental, o cuando Turquía exterminaba a su minoría kurda e incendiaba pueblo tras pueblo, o cuando millares de refugiados huían de las matanzas en Colombia y el Congo (que se vio sometido a una guerra civil con un millón de muertos anuales durante cinco años), en gran parte como consecuencia de la presencia de los invasores ruandeses y ugandeses. Curiosamente, “el instinto moral” de los políticos humanitarios parecía volatilizarse en ciertos casos: aquellos en los que los verdugos eran buenos clientes de esos mismos políticos de los que recibían equipamientos, apoyo y formación militar.

También “los principios morales” de los intervencionistas, intelectuales y periodistas humanitarios no consiguieron superar la tendenciosidad de sus líderes políticos hasta el punto de coincidir totalmente con ellos. Esta coincidencia facilitó mucho la tarea de los dirigentes políticos que se encarnizaron con mayor violencia contra los objetivos de combate, en parte para distraer la atención sobre los sinvergüenzas reales y el daño que se infligía a sus víctimas (que se reconocía implícitamente) como carentes de interés alguno.


Israel, un caso de libro

El caso más interesante, y sin duda el más flagrante, de inhibición del “instinto moral” puede verse claramente en Israel, un país que ha llevado a cabo durante décadas una política sistemática de expolio y limpieza étnica de los palestinos, especialmente, en Cisjordania y Jerusalén Este, no sólo sin que ello provocara una reacción firme por parte del “mundo libre”, sino con el indefectible apoyo de Estados Unidos y las efusiones de fervor y de ánimo de sus democráticos aliados. La aversión espontánea de los dirigentes políticos occidentales y de los intelectuales humanitarios y mediáticos hacia los “mentirosos” oficiales, como Arafat, Chávez o Milosevic, mientras consideran como respetables hombres de Estado a Begin, Netanyahu o Sharon –“que merecen sin lugar a dudas nuestro apoyo económico, militar y diplomático”-, resulta verdaderamente un prodigio de hipocresía, de incoherencia, de doblez y de infamia moral.

Que las coacciones, al igual que la propia creación del Estado de Israel se burlen abiertamente de todos los valores de la Ilustración, que consideramos los cimientos por excelencia de las civilizaciones occidentales, resulta en verdad algo incomprensible.

En primer lugar, se trata de un Estado racista, ideológica y legislativamente. Israel es oficialmente un Estado judío, en el que el 90 por ciento de las tierras se reserva exclusivamente para los judíos y en donde se prohíbe a los palestinos cualquier compra o arrendamiento de las tierras anexionadas por el Estado desde 1948, mientras que los judíos del mundo entero pueden legalmente emigrar y obtener, con la nacionalidad israelí, gran número de privilegios sobre los nativos no judíos. Este tipo de ideología y de legislación era inaceptable cuando se trataba de la política del apartheid en Sudáfrica –recordemos, no obstante, que Reagan no estaba “menos comprometido constructivamente” con este Estado que, por su parte, Margaret Thatcher consideraba completamente aceptable-, y que las operaciones “anti-terroristas” sudafricanas se coordinaban con las del “mundo libre”. Esta coordinación de los servicios de seguridad y de los “expertos” occidentales, incluidos los del apartheid sudafricano, se describe en The Terrorism Industry [3]. El tratamiento de los nazis a los judíos en Alemania, incluso antes de la puesta en marcha de los campos de exterminio, se ha considerado monstruoso. Lo mismo que la actitud de las autoridades soviéticas frente a su comunidad judía, actitud que llevó a Estados Unidos a la introducción de una legislación en contra de las restricciones a la emigración de los judíos rusos y a favor de la devolución de sus bienes confiscados en la antigua Unión Soviética (la ley Jackson-Vanik, todavía en vigor). Pero las leyes israelíes, semejantes a las de Nuremberg, y la construcción de un Estado que se basa en la discriminación racial, se siguen considerando aceptables a los ojos de los herederos de la Ilustración. El “pueblo elegido” ha reemplazado a la “raza de los superhombres”, y no sólo los principios resultan aceptables sino que Israel se convierte en modelo de democracia y “faro que alumbra al mundo” (Anthony Lewis). Y, en consecuencia, el que Israel haya creado una categoría de seres humanos que, de hecho ante la ley, están clasificados de ciudadanos de segunda (y todavía con una categoría más baja aquellos de los territorios ocupados), oficial y políticamente considerados “undermenschen” (infrahumanos), resulta completamente aceptable. Este es un sistema único de “racismo de excepción”.

En segundo término, al Estado de Israel se le ha permitido considerar nulas y no acatar numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, las disposiciones de la Cuarta Convención de Ginebra en lo que se refiere a la ocupación de Cisjordania, las decisiones del Tribunal Internacional de Justicia relativas a su Muro del Apartheid. Se le ha permitido despojar, lisa y llanamente, a los palestinos de la mayor parte de sus tierras y reservas de agua; a demoler sus viviendas por millares; a arrasar centenares de miles de sus olivos; a destruir sus infraestructuras y a construir ilegalmente en la Cisjordania ocupada una enorme red de carreteras modernas para uso exclusivo de los judíos, estableciendo al mismo tiempo restricciones desmedidas de los movimientos de los palestinos en el interior de Cisjordania [4]. Esta limpieza étnica sistemática la ha llevado a cabo un ejército bien equipado y entrenado contra una población nativa literalmente desarmada, con el fin de liberar el país para instalar a los colonos judíos, violando el derecho internacional, aunque sólo fuera en lo relativo a las normas que deben regir la conducta de una potencia ocupante. Es un sistema único de “depuración étnica excepcional” de “licencia excepcional para violar las leyes y para desacatar las decisiones del Consejo de Seguridad y del Tribunal Internacional de Justicia”.

En tercer lugar, Israel periódicamente ha traspasado sus fronteras para atacar a sus vecinos -Egipto, Siria y Líbano-; ha llevado a cabo bombardeos y acciones terroristas contra estos tres países, además de contra Túnez e Iraq, y ha mantenido durante años una milicia terrorista en Líbano, además de realizar en este país atentados terroristas de acuerdo con su política del “puño de hierro”, que han ocasionado grandes pérdidas de vidas de los civiles tomados como objetivo [5]. Aunque la invasión de Líbano en 1982, se haya dicho que fue una respuesta a los atentados terroristas, en realidad lo fue a la ausencia de atentados (a pesar de las deliberadas provocaciones israelíes) y al temor de éstos a verse obligados a negociar con los palestinos en lugar de limpiarlos étnicamente. Yhoshua Porath, especialista israelí del movimiento nacional palestino, escribía en Haaretz el 25 de junio de 1982: “creo que la decisión del Gobierno (de invadir Líbano) se debió precisamente a que (los palestinos) habían observado el alto el fuego” [6]. Evidentemente, no se tomó ninguna medida ni sanción contra Israel por todas estas iniquidades, ya que Israel se beneficia de un “derecho excepcional a la agresión, al terrorismo de Estado y al apoyo al terrorismo”, que es un privilegio que emana exclusivamente de su condición de Estado clientelar y aliado predilecto de Estados Unidos.

En cuarto lugar, debido a su derecho a ejercer la limpieza étnica y el terrorismo, violando las resoluciones del Consejo de Seguridad y las leyes internacionales, a sus víctimas se les niega cualquier derecho a defenderse: se les puede expulsar de sus tierras, destruir sus casas y propiedades, arrancar sus olivos, dejar que el ejército o los colonos los masacren, pero cualquier acto de resistencia violenta por su parte se considera un “atentado terrorista”, inadmisible y profundamente censurable. Más de mil palestinos fueron asesinados por los israelíes durante su primera fase de resistencia no violenta, la primera Intifada (1987-1992), pero su resistencia pacífica no tuvo consecuencia alguna sobre la ocupación ilegal. La comunidad internacional no tomó ninguna medida para defenderlos realmente, e Israel se pudo beneficiar del aval tácito de Estados Unidos para responder violentamente a la Intifada, hasta acabar con la resistencia. La proporción de víctimas palestinas e israelíes fue entonces de 25 a 1 pero, habida cuenta del derecho excepcional de Israel para recurrir al terrorismo, sólo los palestinos fueron calificados de terroristas.

Quinto, por el hecho de estar dispensados del cumplimiento del derecho internacional y por su pleno derecho a practicar el terrorismo y la limpieza étnica, los israelíes gozan del privilegio de poner a la cabeza de su Gobierno al responsable de una serie de atentados terroristas contra civiles y de la masacre, en Sabra y Chatila de entre ochocientos y tres mil civiles palestinos. Paradójicamente, la decisión del Tribunal Penal Internacional -constituido para la antigua Yugoslavia (TPIY)- de considerar que se puede deducir un intento de genocidio de toda acción dirigida a exterminar a los miembros de un grupo determinado, en un lugar determinado, incluido el caso de que esa acción no tenga el propósito de exterminar en cualquier otro lugar a todos los miembros del mismo grupo, se basaba en una resolución de 1982 de la Asamblea de Naciones Unidas, en la que se condenaba oficialmente las masacres de Sabra y Chatila como un acto de genocidio [7]. El juicio se apoyaba en una Resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas de 1982, en la que se establecía que el asesinato de al menos 800 palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila aquel año había sido un acto de “genocidio” [8]. Aunque tales decisiones judiciales no sirvieron más que para condenar a los serbios, en relación con Sharon no sólo han sido papel mojado sino que no han impedido a los occidentales tratarle con todos los honores como si fuera un jefe de gobierno respetable.

En sexto lugar, debido al derecho que tiene Israel a practicar el terrorismo y la limpieza étnica, tales términos no pueden aplicarse en ningún caso a este Estado. Cuando se utilizaron para caracterizar las operaciones serbias en Kosovo, levantaron una ola de indignación. Sin embargo aquellas operaciones se inscribían en el marco de una guerra civil (atizada desde el exterior) y en ningún caso tenían como objetivo -como en el caso de Israel- el de limpiar a un país entero de su población nativa para reemplazarla por otro grupo étnico. Israel no sólo quedó eximido de oficio de este tipo de calificativos sino que además tuvo el privilegio de que se le permitiera recurrir a palabras como “seguridad” o “violencia”. Por muy grandes que fueran la inseguridad o la violencia de las agresiones a las que debían enfrentarse los palestinos, sin embargo fueron ellos quienes tenían que renunciar a la violencia ya que lo que estaba en juego era por encima de todo la seguridad de Israel. Para los dirigentes occidentales, la seguridad de los palestinos no era relevante porque su suerte carecía de interés, y porque su inseguridad se debía a su incapacidad para aceptar el proceso de depuración étnica y a su propia resistencia a este proceso.

Séptimo, Israel es el único Estado en Oriente Próximo que dispone de un arsenal nuclear, a cuya constitución han colaborado no sólo Estados Unidos sino también Francia y Noruega. Y esta colaboración se ha materializado a pesar de los 39 años de limpieza étnica, de la violación sistemática del derecho internacional y de un número récord de incumplimientos de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, de las leyes internacionales y de la invasión repetida de los países fronterizos. Este privilegiado derecho al monopolio nuclear en la región y el mantenerse al margen de la jurisdicción de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) y del Tratado de No Proliferación Nuclear, se deriva naturalmente de los diferentes privilegios ya enumerados y, de forma particular, de la protección incondicional de la primera potencia mundial.

En octavo lugar, el “mundo libre” se ha indignado hace poco ante la eventualidad de que Irán pudiera dotarse, antes o después, de armamento nuclear. Se ha amenazado perentoriamente a Irán con “un cambio de régimen”, con bombardeos y otro tipo de ataques israelí-estadounidenses, pero la respuesta iraní desestabiliza una situación de excepción en la que sólo Israel (y su poderoso aliado) pueden plantear un problema de seguridad y el derecho a defenderse; a los demás, como a los palestinos de Cisjordania, se les exige que asuman su situación de inferioridad, con su cuota de inseguridad, de limpieza étnica, de muros de segregación y otras miserias. Y quienes no lo aceptan, en particular Irán, deben aceptar las consecuencias como la amenaza de un ataque y las sanciones por haber iniciado unas actuaciones legales, pero quizás susceptibles de llegar a conseguir una capacidad de defensa nuclear, sin el aval del “mundo libre”, demasiado ocupado en apaciguar la cólera de Estados Unidos y de su primer lacayo en Oriente Próximo. De manera que Israel disfruta del privilegio no sólo de disponer de un arsenal nuclear sino además de movilizar al “mundo libre” para que le garantice el monopolio absoluto, para asegurarse el proseguir como le venga en gana con su limpieza étnica.

Noveno, el “mundo libre” ha manifestado también su irritación con motivo de la victoria de Hamás en las elecciones palestinas del 26 de enero de 2006 en las que Hamás ha obtenido 76 escaños de un total de 132 en el Parlamento. Fatah obtuvo 43. Se ha afirmado casi unánimemente que el “proceso de paz” corre el riego de sufrir por ello, y el mismo George Bush declaraba que no está dispuesto a negociar con gentes ¡que han recurrido a la “violencia”!, cuando la violencia es su especialidad, con tres grandes agresiones en estos últimos siete años y un programa de dominación anunciado públicamente, basado en una absoluta supremacía militar. Sin duda, la violencia de las operaciones israelíes supera infinitamente todo lo que los palestinos pudieran realizar pero la desvergonzada parcialidad de los occidentales sigue horrorizada ante los “atentados suicidas” y no ante los “asesinatos selectivos”. De la misma forma que el término “terrorismo” no se sabría aplicar a las acciones de Estados Unidos y de Israel, el de la “violencia” no les puede afectar sino como víctimas. Son países que no hacen sino “responder” y que recurren de mala gana a la violencia como “autodefensa” para garantizar su “seguridad”, con las mejores intenciones y con fines humanitarios. ¡Y los occidentales se lo tragan sin ningún problema!

La popularidad de Hamás se basa en gran medida en que Fatah y sus dirigentes no han podido detener ni el proceso de limpieza étnica ni la constante degradación de las condiciones de vida en Palestina. Al rechazar de forma sistemática el considerarlos como interlocutores válidos, Israel condenaba su mandato deliberadamente al fracaso. Hamás, por su parte, fue hace años financiado por Israel con el propósito de dividir a los palestinos y de minar la enorme influencia de Fatah. Una vez conseguido este objetivo, desde el momento en que un grupo islamista ha tomado el poder, todo el mundo encontrará las mejores razones para rechazar cualquier acuerdo negociado con unos palestinos que se han pronunciado a favor de un partido que no excluye la violencia, ¡de la misma manera que Sharon y Bush! Para los occidentales no sería razonable que Hamás rechace el dejar las armas y se acoja al derecho de defender a su pueblo contra la ocupación y la limpieza étnica encarnizada, habida cuenta de que sólo uno de los contrincantes tiene derecho a defenderse y a garantizar su “seguridad”. Al llegar a este grado de rechazo de los “principios morales”, el derecho a la resistencia queda excluido totalmente.

El “proceso de paz” es un orwellismo perfecto, tal como lo describía hace muchos años: “toda acción dirigida o apoyada por el gobierno de Estados Unidos en una región en conflicto, en un momento determinado que no implica decisión alguna, a corto o largo plazo, de poner fin al conflicto o a las operaciones de pacificación”. De manera que el “proceso de paz” israelí-palestino, constantemente avalado o activamente apoyado por el gobierno estadounidense, se ha singularizado por la intensificación de la limpieza étnica, la destrucción de las infraestructuras palestinas, la instalación de medio millón de colonos en Cisjordania, la construcción de un muro de segregación y la anexión de la mayor parte de Jerusalén Este. En otras palabras, la instauración del terrorismo de Estado, y de una enorme cantidad de “hechos consumados” hasta el punto de que cualquier idea de un Estado palestino viable se ha convertido en algo literalmente impensable. Sin embargo, para los órganos de propaganda del “mundo libre”, el auténtico “proceso de paz” que estaba en marcha, corre riesgo de fracasar a partir de ahora con la elección de Hamás. [11]

¿Cómo se puede explicar que se haya llegado a tal grado de hipocresía y de abominación?

Todo ha sido consecuencia de la ambición inicial de los dirigentes israelíes de crear un “lebensraum” [12] para el pueblo elegido. Los palestinos se encontraban en su camino y había que desembarazarse de ellos. Para hacerlo, los israelíes se han beneficiado del indispensable apoyo diplomático y militar de Estados Unidos. Un mecanismo que se ha retroalimentado, de forma que el endurecimiento de la resistencia palestina, a pesar de su vulnerabilidad y de su relativa debilidad, no podía sino exacerbar el carácter fundamentalmente racista del proyecto de depuración étnica que, año tras año, no ha cesado de acrecentar su brutalidad; una situación que no podía sino agravar el nombramiento de un notorio criminal de guerra para la presidencia del gobierno. En este proyecto, la colaboración y la protección de Estados Unidos resultaban cruciales porque obstruían cualquier intento de respuesta internacional efectiva a unas políticas tan claramente contrarias al derecho internacional y a la simple moral, y que puestas en marcha por cualquier otro Estado no aliado hubieran implicado bombardeos y procesos por crímenes de guerra.

El 22 de mayo de 1999, Slobodan Milosevic fue considerado culpable ante un Tribunal Yugoslavo por haber ordenado la muerte de 344 albaneses de Kosovo. La mayor parte de ellos muertos poco después del inicio de los bombardeos de la OTAN, el 24 de marzo de 1999. Sharon, por su parte, fue considerado culpable, incluso por una comisión de investigación israelí, de haber ordenado las matanzas de Sabra y Chatila, durante las cuales fueron masacrados, en el interior de los dos campos de refugiados, un número dos veces mayor de palestinos, en su mayoría mujeres y niños. Pero, como hemos señalado ya en el texto, Sharon se benefició de un tipo de trato y de valoración completamente diferente.

El papel de Estados Unidos y su renuncia a todo “principio moral”, provienen en parte de consideraciones sociopolíticas y de la situación de Israel como mandatario y punto vital de la política estadounidense en la región, así como de la capacidad del lobby pro-israelí, de sus bases y de sus partidarios de la derecha cristiana, para obtener de los medios de comunicación y de la clase política el apoyo abierto o tácito al proceso de limpieza étnica. La estrategia del lobby incluye la explotación agresiva de la culpabilización, con las referencias al Holocausto; la equiparación de cualquier crítica a la depuración étnica que llevan a cabo los israelíes con el “anti-semitismo” y el recurso puro y simple a la intimidación para ahogar todo análisis crítico al debate de fondo [13], reacciones que se intensifican proporcionalmente a los requerimientos perpetrados en el marco del proceso de limpieza étnica.

Los atentados de Nueva York y la “guerra contra el terrorismo” han favorecido mucho estos mecanismos al justificar la demonización de los árabes y al presentar las actuaciones israelíes como parte de esta supuesta guerra. El lobby y sus representantes en el seno de la Administración Bush, se encontraban entre los más fervientes partidarios de la invasión a Iraq, y en la actualidad luchan esforzadamente a favor de la guerra contra Irán. Este lobby en realidad es el único sector de la sociedad (estadounidense) que reclama un enfrentamiento con Irán, y prepara actualmente una gran campaña de presión sobre Bush y el Congreso para conseguir que Estados Unidos inicie las hostilidades. La guerra contra Iraq se ha revelado como una excelente tapadera para la intensificación de la limpieza étnica de Palestina, y un nuevo conflicto, cualesquiera que sean los riesgos, podría justificar una nueva fase de limpieza intensiva, incluso una eventual deportación (llamado elegantemente “transferencia”) de una población que constituye siempre “un riesgo demográfico”.

La actitud de la “comunidad internacional” ante este programa de limpieza étnica es una auténtica vergüenza. Tras sus llamadas vehementes a la guerra y la justicia contra los calificados como “malvados” de la ex Yugoslavia, en la que Estados Unidos estuvo dispuesto a combatir de forma selectiva la limpieza étnica, la Unión Europea, Japón, Kofi Anan, la mayoría de las ONG y de los países árabes, se han tragado la vergüenza y han olvidado sus “principios morales”, o se han estrellado lamentablemente contra el apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel, contra la potencia económica israelí y la de su diáspora, contra la explotación del sentido de culpabilidad vinculado al Holocausto y, en Europa, contra un viejo prejuicio racista con resabios coloniales, exacerbado por una propaganda masiva que, respaldada por las imágenes omnipresentes de los “atentados suicidas”, oculta la ilegalidad absoluta de los asesinatos selectivos, y de la brutalidad y robos de tierras cotidianos de la ocupación.


Conclusiones

Palestina es una región crítica por excelencia que carece de derechos, en la que su población -literalmente indefensa- ha sido engañada, humillada, reducida a la mendicidad, y expulsada por la fuerza, de forma metódica, para beneficiar a los colonos protegidos por una colosal maquinaria militar, una y otra vez, armada y defendida por Estados Unidos, con el apoyo y aval tácitos, incluso públicos, del resto del “mundo libre”. Sin embargo, la gran pregunta para el denominado “mundo libre” a partir de ahora es: ¿sabrá Hamás contenerse y aceptar la limpieza étnica (siempre en marcha) o amenazará con resistir todavía y seguirá con sus operaciones convenientemente tildadas de “terroristas”? Ante esta pregunta crucial, el poder y el racismo han neutralizado literalmente “los principios morales” de los occidentales.

Si esta cuestión resulta crucial, lo es en especial porque varios millones de palestinos, desposeídos completamente, se encuentran inmersos en una espiral trágica frente a la cual la comunidad internacional y Estados Unidos no tienen otra cosa que hacer que decir “se acabó”, suspender su ayuda y amenazar con sanciones para que se pare en seco. Pero para el “mundo libre”, la causa del conflicto no es la ocupación ni la limpieza étnica, sino la resistencia a esos abusos. Abyecta y estúpida, esta perspectiva no es sino una pobre racionalización del apoyo racista y oportunista a un proyecto de limpieza étnica.

La situación de Palestina, además, resulta crucial para centenares de millones de árabes en el mundo y para miles de millones de otros habitantes del planeta, que ven en el comportamiento de los occidentales hacia Palestina el reflejo de la actitud racista y colonialista que mantienen respecto a los árabes, a los musulmanes y, en general, hacia el conjunto de pueblos del Tercer Mundo. Es un terreno prodigiosamente abonado para el terrorismo anti-occidental pero, lo que es más fundamental, para la profunda cólera, para el odio y para el desafío hacia los occidentales y hacia lo que los mueve. Un cáncer que no augura nada bueno para la humanidad del porvenir.




Notas

[1] David Rieff, “A new Age of Liberal Imperialism?”, World Policy Journal, verano de 1999. Donde se cita a Ignatieff.
[2] Véase: Susan Woodward, Balkan Tragedy (Brookings, 1995); Diana Johnstone, Fools’ Crusade (Pluto and Monthly Review, 1999); David Owen, Balkan Odyssey (Harcourt Brace, 1995); Lenard J. Cohen, Serpent in the Bosom: The Rise and Fall of Slobodan Milosevic (Westview, 2001).
[3] Edward Herman y Gerry O’Sullivan, The Terrorism Industry, Pantheon, 1990.
[4] Para un descripción documentada de este proceso de desposesión, de violencia y de maltratos de todo tipo, véanse: Noam Chomsky, The Fateful Triangle (South End, 1999), cap. 8; Kathleen Christison, The Wound of Dispossession (Ocean Tree Book, 2003; Norman Finkelstein, Beyond Chutzpah (University of California, 2005, Part. 2; Michel Warschawski, Toward An Open Tomb ( Monthly Review, 2004); Jelf Halper, Despair:Irael’s Ultimate Weapon, Center for Policy Analysis on Palestine, 28 de marzo de 2001, y Jeff Halper, “The 94 Percent Solution: A Matrix of Control”, Middle East Report, Otoño, 2000.
[5] Noam Chomsky, Pirates & Emperors (Claremont Research: 1986), chap. 2; Chomsky, Fateful Triangle, chap. 9.
[6] Para más detalles, véase: Chomsky, Fateful Triangle, pp. 198-209.
[7] Veredicto del 2 de agosto de 2001 en el proceso contra Radislav Krstic (IT-98-33T), Section G, “Genocide” Pp. 589 - 595, et note 1306.
[8] Résolution de l’Assemblée Générale des Nations Unies intitulée : “ La Situation au Proche Orient ” (A/RES/37/123), Section D, 16 décembre 1982.
[9] La “redención de tierras” es un elemento central de la ideología y de la política colonial sionista. Este eufemismo sirve para cualquiera de las formas posibles de anexión de las “tierras bíblicas” por el Estados de Israel, tanto si conservan o no el estatuto oficial de colonia. El término hebreo “gueoula” significa exactamente “redención”.
[10] Cita de un politólogo israelí, Gerald Steinberg, en Chris McGreal “World apart”, The Guardian, 6 de febrero de 2006.
[11] “Washington’s Peace Process,” ch. 10, en: N. Chomsky, The Fateful Triangle.
[12] N.T.: Espacio vital, en alemán, aspiración de los nazis para justificar su expansión y el exterminio de los judíos y otros pueblos no arios en Europa.
[13] Véase: Joan Wallach Scott, “middle East Studies Under Siege”, The Link, 2006.





en Z Magazine, marzo 2006






















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