domingo, diciembre 23, 2012

“Los perdedores”, de Miguel Serrano







En la Gran Guerra hubo dos escritores de renombre internacional que estuvieron del lado de la Tradición Áurea: el poeta norteamericano Ezra Pound y el Premio Nobel noruego, Knut Hamsun. Ambos fueron internados en asilos de locos después de la derrota. También el poeta francés Robert Brasillach debió pagar por su coraje. He relatado mis entrevistas con Ezra Pound en periódicos y revistas de Sur y Norteamérica. Le vi en Venecia, en sus últimos años, cuando había entrado en un silencio voluntario, que rompió conmigo. A Knut Hamsun no alcancé a conocerle, desgraciadamente. Pero he leído toda su obra encantadora, llena de la poesía del Gran Norte, de la nostalgia de Hiperbórea, tal vez de Aryana Vaiji. ¿Quién en las nuevas generaciones lee hoy a Knut Hamsun, disfrutando de sus descripciones de la naturaleza transfigurada, de su amor mágico por las altas latitudes del mundo y del espíritu? El control férreo sobre las publicaciones y la divulgación de lo que se escribe, la propaganda dirigida, que construye y deshace glorias artificialmente, los escritores comprometidos al servicio del vencedor, la venganza despiadada, han caído sobre sus cabezas y "harán presa hasta en el último de sus descendientes espirituales".

Cuando aún era muy joven —un escritor desconocido fuera de mi patria— también sufrí persecuciones Después vinieron los años de silencio, de investigación en apartados lugares del mundo. He dicho que hasta cinco años después de terminada la guerra, el control era menos riguroso. Así, sobre algunos, recayó el olvido. Seguí escribiendo, investigando, protegido incidentalmente por mi posición de diplomático, disfrazado de este modo, mientras buscaba a los camaradas dispersos por el mundo, que habían sufrido como Ezra Pound.

Ahora, cuando parece que el tiempo pasa y cuando es posible que esté envejeciendo, en la superficie de la tierra y de mí mismo, habrá llegado el momento de hacer el recuento de la Leyenda Áurea, de recapitularla, para algunos. Mi obra esta casi terminada, con publicaciones en distintos países y lenguas. He conseguido esto. No sé cómo. Aquellos que la hayan leído con atención, no deberán extrañarse de las revelaciones de este libro. Más bien, encontrarán aquí la clave.




en El cordón dorado, 1978

Fotografía: Miguel Serrano en los Himalayas, 1955














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