viernes, julio 13, 2012

Entrevista(s) a Keith Richards

Entrevistas por Michael Hainey -para Radar- y por Jesús Ruíz Mantilla -para El País-.




I

Me encontré con Keith Richards en su oficina.

Sí, tiene una oficina.

Uno no se imagina que Keith Richards tenga un lugar así, con recepcionista e intercomunicador. Pero lo tiene. Probablemente por motivos relacionados con los impuestos, o algo así. Está en el octavo piso de un departamento antiguo en Soho, Nueva York, con vista a Broadway y a puestos callejeros de comida.

Me citaron a las cuatro de la tarde. Esperé sentado durante una hora en la sala de espera, que tiene una apariencia dulcemente vulgar –menos como la sala de espera de Keith Richards y más como el santuario suburbano de algún fan de los Stones–. Había algunas revistas People manoseadas en una mesa para televisión de metal negro (pero sin televisión), un candelero marroquí vacío y tapas de discos enmarcadas (Steel Wheels, Voodoo Lounge) y fotos. Una pared tenía el poster de la película Chuck Berry Hail! Hail! Rock ‘n’ Roll. (Con la leyenda: “Todo el mundo conoce a la música. Nadie conoce al hombre”.) Incluso había un muñeco de Ronnie Wood. Todo parecía listo para eBay.

Pasaron más minutos, quizá quince. Entonces una empleada volvió y me dijo que Keith estaba listo. Me llevaron a su oficina. Keith estaba parado ahí, con su taza roja y un cigarrillo colgando de los labios como sólo Keith Richards puede hacer que un cigarrillo cuelgue de sus labios. Tenía una chaqueta de cuero verde sobre un chaleco verde sobre una remera verde. Y jeans negros. En los pies, botas Uggs púrpura.


“¿Cómo estás, amigo? Perdón por la tardanza”, me dijo. Y se arrojó al sillón de terciopelo verde. Golpeó el almohadón a su lado y me dijo: “Siéntate, amigo”.

¿Hace cuánto que tiene este lugar?
No tengo idea (se ríe). Estuvimos más arriba en Broadway cerca del Carnegie Hall por muchos años, y el alquiler se venció.

¿Y no podía pagarlo?
(Se ríe) Rara vez vengo a la oficina.

Qué sorpresa.
Sí, ése soy yo. Todo un tipo de 9 a 5.

Bueno, acabo de ver la nueva película, el concierto que filmó Scorsese. Y me hizo pensar en la historia de los Stones con documentalistas...
Estás hablando de Robert Frank, Cocksucker Blues...

Sí. Y después de esa película, y toda la controversia que vino con ella, todo lo que atrapó en pantalla, las grupies, las drogas, me sorprende que hayan dejado entrar a otro realizador. ¿Hubo discusiones acerca de dejar entrar a Scorsese?
Creo que aceptamos por el hecho de que es Martin. Nosotros ya tenemos bastante en nuestras manos. Tenemos que hacer un show. Mick, la prima donna, decía: “Oh no, no deberíamos hacerlo”. Tuve que decirle: “¡Sacate eso de la cabeza, pendejo! Vamos a hacer un show y Martin va a capturarlo”. Y ese es el punto. Yo sólo quería ver qué podía hacer Martin Scorsese con los Stones. No quería interferir. Le dije: “Voy a hacer mi parte, Martin. Haz la tuya”. La primera vez que nos encontramos decía (imita la voz apresurada de Scorsese): “Solamente quiero filmar un show”. Charlie Watts es brillante como siempre sólo por salir y tocar, y dijo: “Si puede hacer una película con eso, ¡buena suerte!”.

Entre Martin y Mick, tuvo que lidiar con dos control freaks.
Exactamente. Por eso no quería ponerle mi aura. Sólo iba a dar lo que Martin quería, que era una muy buena película de los Rolling Stones.

¿Cuándo fue la última vez que vio uno de los viejos documentales de los Stones?
No los veo demasiado seguido. Cuando aparece Cocksucker Blues, lo veo.

¿No tiene una copia?
No. Bueno, supongo que tengo una, pero probablemente está enterrada. No me gusta demasiado verme a mí mismo.

¿Cuáles son sus recuerdos sobre trabajar con Godard en Simpatía por el demonio?
Como trabajar con un cajero de banco francés (se ríe). Estaba fuera de su elemento en Inglaterra. Yo conocía sus películas y para mí era “¡Wow, Jean Luc Godard!”. Debía estar atravesando una crisis de la mediana edad o... ¿Alguna vez entendiste de qué va la película? Es como si lo hubieran atrapado estudiantes marxistas. Y éste es un tipo que hizo películas increíbles. Y uno se pregunta por dónde penetró la estupidez. Debería haberse quedado con las novelas francesas.

¿Los Rolling Stones hubieran sobrevivido a la cultura de los paparazzi y los tabloides? ¿O los hubieran destrozado?
Es muy interesante, porque los Stones junto con Andrew Loog Oldham, ese demonio, salimos a manipular a la prensa. Sabes, aquello de ¿Dejaría que su hija se case con un Rolling Stone? Andrew se dio cuenta de que la percepción es más importante que la realidad. Porque lo que uno tiene, finalmente, es dos guitarristas, un bajista, un cantante. Y son muchachos bastante normales. Pero... voy a decir esto de los Stones, haciendo un aparte: dadas las circunstancias, éramos probablemente cuatro de las personas más decentes y morales que se podían encontrar.

¿Qué quiere decir?
Éramos tipos que no sacamos realmente ventaja de lo que pudimos tener. O lo que podríamos haber hecho. Alguna groupie aquí y allá. A las que veíamos como, bueno, estaciones de servicio. “Uh, estamos en Cincinnati, necesitamos cargar el tanque.” Y lo otro sobre las groupies es que no era todo traca traca. Solían cuidarnos. Te masajeaban el pecho con Vicks si estabas resfriado. A veces uno no hacía nada. A veces ellas eran... sucias. ¿Me entiendes?

¿Las extraña?
No, no las extraño.

Todos tienen su fantasía de lo que es ser un Stone...
Es otra de las cosas que nunca sé: la percepción de los demás sobre esto. Uno puede preguntar por ahí “¿Qué significan los Stones?”, y la respuesta irá cambiando. Y después está el aura sexual del rock’n’roll. Lo raro es mantener una banda por tanto tiempo. La verdad es que no me dejan ir (se ríe). Ahora me doy cuenta que esta banda es lo que siempre pensé que sería. Es Count Basie. Es Duke Ellington. Quiero decir, tipos que mantienen bandas juntos tanto tiempo. Tiene un significado. Yo sólo estoy buscándolo.

Hablemos de mujeres. Específicamente de usted, Brian y Anita Pallenberg en Marruecos, cuando se la robó a Brian.
No tenía intenciones de robarle a la mujer. Estaba tratando de curar ciertas heridas con Brian abiertas en las giras. Para mí, alguien de la banda tenía que enderezarlo... Estaba tratando de salvar mi banda, y ella era mucho más dura que él. Cada vez que tenían una pelea, yo pedía las vendas y resulta que había que mandárselas a Brian. Ese conflicto debía ser desactivado, y lo desactivé. Le dije: “Vamos, nena, vámonos de acá”. Eso no me ayudó a hacer las paces con Brian.

Pero se amigaron.
Sí, de alguna manera. El verdadero quiebre vino cuando Brian insistió en seguir siendo Brian. Cuando estás en la mitad del Medioeste, tocando en Tulsa o en alguna parte, y tu guitarrista está tirado en un hospital en Chicago demasiado drogado para tocar. Cuando estuviste de gira por 350 días –ahora puede parecer una cosa menor, cuando lo digo– pero cuando estás de gira y lo tienes que cubrir, las cosas se vuelven un poco peliagudas, ¿sabes?

¿Dónde crees que estaría Mick Jagger si no te hubiera conocido?
En ninguna parte. Sería otro aspirante. Y yo también. Hay una química increíble con los Stones. No quiero analizarla. Para mí Charlie Watts es la base de todo, porque desde ahí trabajo, y lo venimos haciendo desde siempre. A Ian Stewart, el fundador de los Rolling Stones, le tengo que dar la derecha, y creo que Charlie estaría de acuerdo, en un buen día. Es la banda de Ian Stewart. La estamos manteniendo reunida para él. Fue su visión. Todo tiene que ver con la pureza, ¿sabes? Lo que debe sonar muy extraño viniendo de mí, ¿no?

Habla de moral. Hablemos de usted como hombre de familia. La imagen de ustedes en el sur de Francia en un château, tomando drogas, bebiendo vino, haciendo Exile, y aún así toda la familia está ahí. Esposas. Chicos. No era exactamente un modelo de paternidad.
Supongo que mis hijos te dirían que fueron criados por un padre que fue un poco nómade, y hubo momentos en que estábamos todos juntos, y momentos en que no. Era un poco como Herman Melville: “Nos vamos a cazar ballenas. ¡Los veo en tres años!”. Pero tampoco fue tan difícil. Si miras cómo son los chicos de los Stones –mis hijos, los de Mick–, son pendejos bastante estables.

¿Qué consejos les da?
Ninguno. Que si tienen problemas se pongan en contacto conmigo. Mis hijos vinieron a verme cuando me partí la cabeza estúpidamente en Fiji. Porque hay amor. Y eso es lo que les enseño: amor.

¿Mick se acostó con Anita?
Posiblemente. Probablemente cuando estaban filmando Performance.

¿Cómo siguieron adelante después de eso?
En el momento, no lo sabía y no me importaba.

¿No le importaba?
No. Quiero decir, Anita y yo no estábamos casados. Y uno no puede montarse una yegua así sin pensar que, bueno, ya sabes... Me la banqué. Estuve ahí. Es una mierda. Y yo me tiré a muchas chicas de Mick, también.

¿Cuántas chicas tienen en común?
Después de Marianne (Faithfull), un establo (se ríe).

¿Más de cinco?
No. No quiero dar nombres de otras perras porque le robé unas cuantas, y él se las arregló para entrar a mis dominios, pero no significativamente. Después de lo de Anita, decidí que iba a robarle cada hembra que tuviera.

¿Y la de ahora?
¡A esa no me la agarraría!

En el momento más gay de Mick, ¿cuán gay era realmente?
Era camp.

¿Camp?
Sí. La verdad es que no tenga la menor idea de si alguien se lo montó.

¿Ni siquiera Bowie?
No. Tampoco estoy ahí viendo lo que pasa todo el día. Pero hubo un tiempo en el que tenían lugar un montón de actitudes camp muy dolorosas.

¿Quería pegarle?
No. Era una cosa amariconada (imita la forma de hablar afectada de Truman Capote). ¿Cómo hace un grupo de tipos para estar juntos tanto tiempo sin dejar pasar ciertas cosas? No estaríamos aquí si no tuviéramos que hacer lo que tenemos que hacer. Que es sacar buenos discos y buenas canciones y tocar para la gente. La razón por la que uno está en esto es porque quiere salir y encender a la gente. Y encenderse a uno mismo, claro.

Mucha gente lo considera el alma de la banda y usted habla de moral...
Bueno, ¡tengo una!

Pero todo el mundo piensa que es el alma oscura y torturada.
Esta banda tiene mucha alma.

Hablemos de Fiji. Tuvo que ser trepanado, le abrieron un agujero en la cabeza. ¿Cómo fue eso?
Fue un poco raro. Pero básicamente fue como ir al hospital por una costilla rota. Ya me las rompí todas. Ya me rompí la cabeza. No hay mucho que quede por romperse. Hay médicos de todo el mundo que quieren mi cuerpo cuando finalmente deje de funcionar.

Debería vender su cuerpo en eBay.
Creo que sí. Aparentemente, tengo un sistema inmune increíble. Tuve hepatitis C y me la curé solo.

¿Y las legendarias transfusiones de sangre?
Eso es todo mentira. Dije eso porque me tenía que limpiar de heroína. No hay nada como una leyenda.

¿Sigue cortándose el pelo usted mismo? Lo ha hecho toda la vida, ¿no?
Sí. Me corté esta parte ayer (levanta unos mechones del costado de su cabeza). También estoy dejando que se vaya la tintura, ahora que no estoy de gira. Si a mi esposa le gusta, lo mantengo.

¿A ella le tiene que gustar todo, no?
Sí.

¿Cuál es la clave de un buen matrimonio?
Depende de la mujer. Con eso dado, creo que los chicos. Quiero decir, aparte de ser enormemente exitoso, ver a los chicos crecer es el mayor placer. Los nietos son todavía mejor, porque uno los puede devolver. Es la continuidad de la vida. Cuando era más joven decía: “Si vivo hasta los 30, me pego un tiro”. Uno llega a los 30 y deja el arma de lado. Crecer es un proceso fascinante. Depende del modo en que uno lidia con el proceso. Desafortunadamente, nuestras vidas a veces están bombardeadas con decadencia... Finalmente sólo depende de tu relación con otra gente, incluyendo tu familia. Uno la puede cagar. Yo lo he hecho. La vida no se hace más fácil cuando uno envejece. Se vuelve más compleja. Al mismo tiempo, uno empieza a discernir ciertas pistas que es importante seguir.

¿Qué pistas ha discernido al hacerse viejo? Está hablando de sabiduría, ¿no?
No me estoy llamando sabio. Me niego a crecer. Pero hay ciertas pistas. Si uno tiene la capacidad de conectarlas es otra cosa. Y realmente no hay nada como que tus hijos y tus nietos y la gente que amas te digan que eres buena gente, porque honestamente no sé si lo soy o no. Quiero decir, hago lo que tengo que hacer y debo vivir con las consecuencias, cosa que ha sucedido con frecuencia –incluyendo la muerte de gente como Brian– y pensar: ¿yo causé esa muerte? Porque nunca maté a un hombre. Todavía. A sabiendas. Y no quiero... digo, me estoy jubilando, lo quiera o no. ¿Sabes que en Inglaterra ya tengo el pase gratis para el autobús? Llegué a la edad en que me dan un pase gratis (se ríe). ¡Tengo ganas de ir a Inglaterra ahora mismo y subirme a todos los buses que pueda! Hay algo sobre volverse viejo a lo que todavía me estoy acostumbrando. Es una experiencia nueva por completo.

¿Hay algo que les diría a sus nietos sobre envejecer?
Sí. Adelante, que lo abracen. Que no traten de permanecer jóvenes. Que no se apuren. Ya estuve ahí. Todavía recuerdo la idea de que tener 25 años era algo horrendo.

¿Nunca fue un joven iracundo, o sí?
Sí, lo era, pero no tenía un blanco, un objetivo. Viniendo de mi generación, estaba enojado porque las cosas seguían siendo igual a fines de los años ‘50. Cuando estaba creciendo, cuando tenía 13 o 14 años y nada cambiaba. Especialmente en la Gran Bretaña de la posguerra. No limpiaron los escombros por un tiempo largo. Y uno tenía que acostumbrarse a crecer en esa especie de paisaje lunar.

¿Cree que los Beatles están sobrevalorados?
Definitivamente. Y nosotros también.

¿Por qué?
En ese momento, los Beatles... Pero cómo puede uno... quiero decir, sí. Como músico, sí, diría que estaban sobrevalorados. Como un aliento de aire fresco y una inyección de vida a la sociedad no, ciertamente no. Eran justo lo que se necesitaba. Fueron un enema fantástico.

¿Y eso en qué los convierte a ustedes?
En un gran inodoro (se ríe).

¿Cuál es su mejor canción de amor?
Todavía no la escribí.

¿Cuál les toca a las chicas? Tantos hombres ganaron con canciones de los Stones, ¿usted con cuáles gana?
Se puede decir “Angie”, pero es un poco... “Sleep Tonight”. Esa es una. Ah, y “Thief in the Night”.

¿”Wild Horses”?
Podría, también.

¿Hay alguna canción de los Stones que mejor articule su filosofía?
Es difícil ponerla en una canción de dos minutos y medio. Pero diría que “Tumbling Dice”.

¿Quisiera que la tocaran en su funeral?
Espero que sí. Mientras yo no esté presente.






II

En las últimas semanas, desde que aparecieron en el Reino Unido sus memorias bajo el título de Life, Keith Richards (Dartford, 1943) se ha mostrado muy fiel a su personaje. Por momentos, el guitarrista de The Rolling Stones, músico salvaje a quien ni siquiera han acabado por el momento de domar sus tres nietos, parecía tan pronto iracundo, como a ratos, encantador. Pero siempre directo, transparente, de vuelta de todo, poniéndose el mundo por montera cuando hablaba de su turbia relación con las drogas, de su amistad con Mick Jagger o de sus sentidos de culpa. Así es que la pregunta que uno se hace cuando espera su turno en la antesala del Hotel Meurice, en París, 45 minutos antes de la hora pactada –aunque luego todo vaya con retraso– es cómo le encontrará.

En la habitación aguarda otro periodista. En concreto, Markus Larsson, un sueco que, medio ahogado en un té, pregunta: “¿Estás nervioso?”. Nervioso, nervioso, no, responde uno. A lo que él contesta: “Yo sí”.

No es para menos. El tipo había publicado hacía tres años una crítica demoledora del último concierto del grupo por Goteborg. Se preguntó si valía la pena gastarse 100 euros para escuchar a unos tipos que de mala manera controlaban el riff de Brown Sugar. Uno se muestra escéptico ante la probabilidad de que Richards se acuerde del agravio. Incluso de que a estas alturas lea las críticas. Pero el colega dice que sí, que lo leyó y que había jurado machacarle. Demasiado riesgo por un simple sueldo prestarse a un duelo así.

Tampoco parece que Richards ande demasiado soliviantado. Ya a solas, el músico entra en la lujosa habitación con vistas al Louvre y a la Torre Eiffel, tan inalterado, acompañado de una copa de vodka con naranja en la mano y despreciando el agua que nos han servido. Llega con su fular estampado de calaveras, haciendo gala de su imagen corsaria que le ha valido el papel de padre de Jack Sparrow en Piratas del Caribe, un elegante sombrero beis y sus anillos dignos de un legendario adepto al vudú en los dedos.

La promoción de un libro poco tiene que ver con el circo del rock. Sus editores lo han padecido. Ha querido viajar en jet privado, alojarse en hoteles de cinco estrellas, algo que, junto a los minutos de promoción, costean cada uno de los sellos que publican el libro por todo el mundo –en España aparece como Vida (Global Rhythm)–, aunque el negocio empiece a notar los estragos de la crisis.

El caso es que no decepciona. Cuando uno lee esta descarnada y abundante autobiografía escrita a medias con su amigo James Fox –por la que dicen que ha cobrado casi cinco millones de euros– espera encontrar la crudeza de Richards en relación a sus constantes bajadas al infierno. Pero también le ve subir a la Tierra y a veces tocar el cielo. Sobre todo cuando se trata de la familia: su madre, sus hijos, sus mujeres y sus nietos. En Vida, aparte del crápula, además del confeso adicto a la heroína, a la cocaína y los ácidos, camello de John Lennon, uno encuentra el autorretrato de un tremendo padre orgulloso que presume de haber criado una prole de descendientes muy sana.

El repaso es hondo, sincero, violento, hosco, radical y entrañable con los seres a los que admira y adora, que son muchos. No engaña a nadie, y menos a sí mismo. Igual entona un dramático mea culpa por la muerte de su hijo Tara cuando este apenas contaba dos meses, que acusa a Mick Jagger de intentar traicionar al grupo.

Fue cuando el cantante intentó negociar, aparte de un nuevo contrato para los Stones, uno paralelo que le permitiera lanzar su carrera en solitario. No les dijo ni mu. “Fue una puñalada por la espalda”, escribe Richards. En esa época se ganó el apelativo de la “puta de Brenda”, o “Su Majestad”, además de ridiculizar el tamaño de su pene, para enfatizar el delirio egomaniaco en el que su amigo del alma había caído. Al parecer, Jagger ha leído el libro. Pero no se ha quejado especialmente. Esas supuestas declaraciones en las que contestaba que nadie puede imaginarse lo que es viajar con un yonqui fueron patrañas que circularon por Internet y que Jagger desmintió más tarde.

Aquí paz y después gloria. Todo sea por preservar el negocio del rock and roll unos cuantos años más. Al fin y al cabo, estos chicos londinenses nunca se metieron en esto para cambiar el mundo, como muchos pueden llamarse a engaño, sino para hacerse millonarios. Y lo consiguieron.

En este libro ha ido usted a tumba abierta.
No tengo nada que esconder. También tenía el tiempo, encontrarlo era difícil. Después de la última gira que hicimos se dio la posibilidad, iba a tener tiempo. No fue idea mía, me lo sugirieron, además, diciéndome que James Fox se prestaba a colaborar en ello. Somos amigos de hace años, luego te planteas: es la oportunidad y si no lo hago ahora…

¿Quién sabe?
Eso, quién sabe. La vida es un misterio.

Le advierto una cosa. Todo este lujo de promoción, con los editores pagando para que les concedan entrevistas, pertenece más al circo del rock que al negocio editorial. Estos son más modestos. Si tienen que gastarse la pasta en esas cosas, acabarán por no publicar nada, y libros como el suyo no los leerá nadie. ¿Es consciente?
Mucho, es mi primera experiencia en este mundo. Aunque hay muchas similitudes entre vender discos y libros. Claro que, un libro es un libro y necesitas más argumentos para animar a la gente a leerlo. Pero, al final, no tiene nada que ver con el marketing, es una cuestión de afinidad. Hago lo que puedo.

¿Se centra en su criatura?
Sí y pienso ir a librerías por todo el mundo y conseguir que la gente se lo lea.

Veo entonces que está como un niño con la idea de haber publicado un libro. ¿Lo siente como algo más propio?
Pues sí. Al principio pensaba, bueno, tengo cosas que contar, así que no será tan difícil. Pero cuando lo veo ahora, en perspectiva, revivir tu vida dos veces, con la memoria, volver a experimentar ciertas emociones… Mira, las cosas en la vida van pasando, y en la mía todo ha ido muy rápido, he estado a punto de morir, he sufrido accidentes, me he pasado el tiempo muy pendiente de sobrevivir más que de sentir miedo, de hacer, afrontar las cosas sin temor. Pero luego veo que han quedado experiencias muy dolorosas dentro de mí. La muerte de mi hijo...

Terrible. Y no se lo perdona, aunque fuera un accidente.
Es natural la muerte, sabes que llegará, tratas de prepararte. Pero aquello fue muy duro.
De hecho, Richards trata de hacer un exorcismo en su confesión. Una buena mañana, el bebé apareció muerto en la cuna. Él estaba de gira. Anita Pallenberg, la pareja del guitarrista entonces y madre de su hijo mayor, Marlon, lo encontró: “Decidí no hacer preguntas en su día. Solo Anita sabrá. En cuanto a mí, nunca debí haberla abandonado. No creo que fuera culpa de ella. Pero dejar a mi recién nacido es algo que no me perdonaré jamás. Es como si hubiera desertado de mi puesto”, confiesa.

Si le digo Doris, ¿qué viene a su memoria?
La música. Ni siquiera madre: música. Encendía la radio y la música nos envolvía, si no sonaba nada en la casa, mis alarmas se disparaban. ¿Dónde está mamá? Luego es que había ido a hacer la compra, pero me inquietaba que no sonara la música.

¿Y si le digo Brenda…?
Bueno, pues ese es Mick. Un apodo de camerinos. No significa nada especial, son cosas de la trastienda. Como los soldados y las barricadas. Son bromas.

Es que no me puedo imaginar a usted dirigiéndose a Mick Jagger diciéndole: Brenda, esto; Brenda, aquello.
No, no, es un apodo de hace tiempo.

¿Y cómo se lo ha tomado él?
Bueno, él ha leído el libro. Se lo di antes de que apareciera. La única queja que tuve por su parte ¿sabe cuál fue?

No…
Que contara que había tenido un maestro de canto. Mira, no es nuevo, todo el mundo lo sabe, le dije.

Y otro de baile.
Sí, está rodeado de entrenadores, por eso su camerino queda tan alejado del mío. Tiene otra manera de prepararse para salir a escena. Pero no me importa nada de eso, lo que de verdad me interesa es lo que la gente retenga del libro, no anécdotas que tengan que ver con buscar divisiones entre él y yo. Esas bromas no lo conseguirán.

Puede que las bromas no, pero algunos pasajes sobre su amigo son crudos: “Padece el síndrome del solista vocal”. “No formamos este grupo para apuñalarnos por la espalda”. “Cuando echas ácido, todo se corroe”…

Pero con esas anécdotas, un poco fuertes, uno piensa que no queda apenas nada auténtico de lo que fueron The Rolling Stones; que son más una empresa que un grupo de ‘rock and roll’.
Existe ese aspecto, pero a la hora de la verdad, en el momento en que estamos en nuestros camerinos y tenemos que saltar al escenario, estamos Mick, Charlie, Ronnie, yo, y a eso se reduce. Te une mucho exponerte ante decenas de miles de personas, es un intercambio de energía muy poderoso. Se abre la jaula y saltamos…

Como leones…
Como tigres… Una histeria.

¿Justo como lo contó Martin Scorsese en Shine a light?
No siento mariposas en el estómago, eso hace mucho tiempo que pasó. Pero me encuentro como un tigre enjaulado al que acaban de soltar, lo que probablemente es una variación de lo de las mariposas…

Ustedes, lo que siempre quisieron ser fue millonarios. Nada de cambiar el mundo, como The Beatles.
¿Y quién no? ¿Quién no quiere ser millonario? Nuestra dimensión se salió de madre muy rápidamente. Y nos dimos cuenta de que merecía la pena disponer de dinero para crecer. Cinco chicos que se meten en un negocio que aumenta y aumenta. Te planteas qué hacer con él, cómo invertirlo para superar tus propias barreras. El dinero tiene sus ventajas y sus desventajas. No te diría que podría vivir sin ello. No lo pienso, sencillamente. Soy un tipo generoso, si alguien me pide algo, lo presto sin pensar cuando me lo va a devolver.

En el libro aparecen constantemente The Beatles. No sé si es algo consciente o inconsciente. Esas comparaciones, para usted, ¿qué significan?
Desde nuestro punto de vista, todo era muy obvio. Cuando escuchamos a The Beatles tocar en clubes antes de que se convirtieran en un fenómeno, para nosotros estaba claro algo: nos aliviaba saber que éramos la única banda inglesa que hacía cosas distintas. Sentimos también una afinidad por ellos. Aunque vinieran de Liverpool y nosotros les miráramos despectivamente desde nuestro origen londinense.

¿Como si fueran unos pueblerinos del norte?
Sí, pero eso también nos sirvió de acicate. En el sentido de que veíamos que si unos chiquillos de Liverpool podían hacerlo, ¿cómo no íbamos a ser capaces nosotros, que vivíamos en Londres? Si esos tipos habían grabado un disco, ¿cómo nosotros no íbamos a conseguirlo? Meternos en un estudio y gozar de la oportunidad de explorar, trabajar y transformar lo que tocábamos en un disco. Grabar era el mayor deseo de cualquier banda. Sentíamos celos, pero también nos inspiraron.

¿Qué aportaron ustedes de más a esa revolución moral y de las costumbres en los sesenta con respecto a ellos?
Para empezar, había una cuestión de imagen. Ellos aparecían con sus trajecillos, sus corbatas, repeinados, muy monos, muy limpios. En Londres nos propusimos ser más auténticos. Durante algunas semanas intentamos lo de los trajes. Pero fue un fracaso: los perdíamos, los dejábamos por ahí. En cierto sentido todo se convirtió en una especie de película del Oeste. The Beatles eran los buenos… Pero, ¿qué sentido tiene que existan si no aparecen los malos?

Quizá ustedes iban más allá a la hora de describir cierta desesperación en canciones como ‘Mother’s Little Helper’, ‘Paint it black’ o ‘Satisfaction’. ‘Sympathy for the Devil’ tenía una clara intención de socavar la moral imperante.
Queríamos provocar, destruir clichés y colocar el espejo real enfrente de la sociedad con canciones así. En los sesenta ocurrían muchas cosas, debíamos reflejar un estado de ánimo, más en nuestro país. Veíamos que París experimentaba la locura, había energía por todos lados, pero sin dirección concreta, que nosotros utilizábamos para canciones como Street Fighting man. ¿Cuál es el papel de un artista, aparte de reflejar lo que ocurre a su alrededor? Captar visiones, sentimientos… Es lo que han hecho toda la vida…

Pero, ¿eso se asemeja más a la ambición de un escritor que a la de un músico de rock? En ese aspecto, ¿fueron voluntariamente más allá que otros?
Nos dábamos cuenta de que el arma de hacer canciones no era una tontería. Que a través de ellas podías cargar muchas cosas, proponer ideas contundentes, otras visiones, otras formas de ver la vida y la sociedad. Tampoco ser revolucionarios, eso nos aburría. Pero nos dimos cuenta de lo que podíamos significar no gracias a nuestras intenciones, sino cuando el establishment empezó a ponerse nervioso. Y luego te parabas a observar, veías a The Beatles y pensabas: ¿Cómo es posible que el Gobierno se sienta amenazado por cuatro tipos que tocan la guitarra?”. ¡Era alucinante! Y nos animaba. Era la propia reacción de las autoridades la que nos mosqueaba. Podíamos dedicarnos a cantar tonterías de amor todo el tiempo, era más fácil. Pero esto nos motivó.

Tuvo una gran idea Andrew Oldham al meterles a Jagger y a usted en aquella cocina para que compusieran su primera canción. ¿Cómo fue aquello?
Andrew era nuestro primer manager y productor. El vio un potencial que nosotros ignorábamos. Nunca nos habíamos planteado escribir canciones. Había demasiados temas de rythm and blues que venían desde Estados Unidos y queríamos interpretarlos. Pero Andrew había trabajado con The Beatles y entendía la fuerza de la creación propia, la personalidad que daba a un grupo, era lo ideal. Así que nos dijo: “Meteros en la cocina con una guitarra y salid con una canción”. Nos sentamos un par de horas, nos hicimos té, pedimos vino y pensamos que nos aburriríamos un huevo si no salíamos con algo. Nos pusimos a trabajar y la canción salió naturalmente: As tears go by. Cuando teníamos dos o tres estrofas estábamos deseando largarnos al bar y tocamos la puerta para que nos soltaran.

Quien no llevó nada bien que lo suyo cuajara fue Brian Jones…
Es cierto, pero la verdad es que si Brian se hubiese presentado un día con una canción, la habríamos tocado, o Bill Wyman, o Charlie Watts bueno, creo que en el caso de Charlie eso no sería posible, aunque estaríamos abiertos.

Era una cuestión de ponerse, de voluntad.
Exactamente, el problema es que él creyó que durante un tiempo iba a ser el líder de la banda, incluso llegó a cobrar 50 libras más a la semana por ello. Pero nuestro grupo era muy democrático, con un toque comunista, y no le salió bien.

De drogas también habla a fondo en el libro.
Ah, sí. He tratado ser muy directo en ese asunto. Es una tentación muy fácil para los músicos caer en ese mundo. Cuando yo empecé era un hábito muy escondido, de trastienda. Aquello de ver a los músicos negros y plantearse cómo se lo hacían era normal. Estaban tan frescos a los 40, y yo, con 20, hecho polvo. Había que ver a los músicos negros de jazz con la corbata, el traje. Les preguntaba: ¿Cómo aguantan el ritmo?”. Y respondían: “Mira, chiquillo, te tomas un poco de esto, un poco de aquello, te fumas tal…”. Era el comienzo y, además, pensabas que acababas de entrar en una especie de hermandad secreta.

¿Una secta?
Casi. Pero pronto acabó, rápidamente se empezó a comentar y a saber, era difícil mantener el secreto. Yo utilizaba la heroína porque nunca me vi capaz de afrontar bien la fama. Sabía que para ser feliz y hacer lo que quería, música, la fama era uno de los precios a pagar, y no me acostumbraba. Era más fácil meterse heroína y utilizar eso como una forma de distanciarse que afrontar la presión exterior.

¿Pero también habría otras razones?
Obviamente, era un experimento, con mi propio cuerpo, que siempre controlé bien, aunque bueno, el experimento nunca acababa: seguía, seguía… Lo terminé en 1977.

La verdad es que sobre ese tema, yo creo que ha exagerado bastante. No se le ve nada mal.
Es que no estoy seguro de que las drogas afecten tanto como dicen.

¿Ni siquiera al trabajo, como inspiración?
Tampoco. Hay dos maneras de verlo. El símbolo fue Charlie Parker. Tocaba como los ángeles, pero era un yonqui. Y eso afectó a muchos saxofonistas. Creían que la droga les haría mejores, pero era mentira. El enorme talento que tenía no se agrandaba por tomar drogas. Con esas cosas te das cuenta de que estás empujando a otra gente, pero lo que en realidad les diría es: No los metan en esto solos. En mi caso fue una decisión personal y no quería arrastrar a nadie con mi ejemplo. No aumenta tu habilidad, ni tu inspiración, nada. Y si tienes un buen metabolismo tampoco te lo destroza.

Entonces, ¿decepcionado con su experiencia?
Lo que sí me parecía estupendo era la percepción del tiempo. Corre de otra manera. El reloj anda, pero a otro ritmo.

El tiempo para cada uno de nosotros es relativo, como todo.
Verdaderamente.

Otra cosa que me sorprende de usted es que parece un tremendo padre. Un hombre de familia. Si uno se detiene a ver las fotos de su libro, en la mayoría aparecen sus padres, sus hijos, sus mujeres. Me llama la atención cómo ellos han llevado las zonas más oscuras de su vida. Su relación con las drogas, su nomadismo como estrella del rock. ¿Muchos traumas?
Para mí ha resultado fácil ser un buen padre. Tenía 26 años cuando nació Marlon, rápidamente cayó sobre mí la responsabilidad. Me metía caballo, pero responsablemente. Debía cuidar a aquella criaturita. Pero no me planteaba grandes cosas. Nunca pensé que fuera para tanto. Dependía de cada uno. No era tan determinante. El resultado, al final, ha sido muy bueno. Son muy sanos, tengo tres nietos… Los chicos no se enteraban de nada, estábamos juntos, siempre les cuidaba con mucha paciencia. ¡Dios mío! ¡La cantidad de pañales que he cambiado!

¿De verdad? ¿Con todo el dinero que ha ganado, no le dejaba eso a las niñeras?
Un momento, eh. Cuando son tus hijos no quieres dejarle eso a nadie. Su mierda es la mía.

¿En qué cree?
No es que crea en muchas cosas, sinceramente. Creo en Dios… cuando me corro.

¿En serio?
Cuando me corro. Es el momento en el que exclamo: ¡Oh, Dios mío! ¡Ay, Dios mío!”.

Nos ocurre a muchos. Lo más cercano a la mística.
Cierto, esa es la única vez que hablamos directamente con un ser superior.

Me lo imagino.
Pero también creo en mí, en mis amigos, en la gente, creo que la buena gente tiene muchas salidas, muchas respuestas. Creo en la vida y en vivirla intensamente, en hacer lo que te apetece y no lo que debes solamente, aunque sé que ese es muchas veces un sueño imposible de cumplir, que hay que buscarse la vida en lo que se puede y no en lo que uno quiere. Pero, más allá, creo en que hay que abordar la vida con pasión, como yo le he hecho, aunque los grados de eso varíen. Imagínate: ¡hay tipos apasionados con el trabajo!

Rarezas.
Cada uno deberíamos seguir lo que nos interesa, en la medida en que la libertad nos lo permita. Lo ideal es que todo el mundo sienta en lo más hondo la libertad y que sepa qué mierda hacer con ella.

Y tanto. Comenta en su libro que ni The Beatles ni The Rolling Stones hubiesen durado más de dos años si no existieran los discos. ¿Qué hubiese sido de ustedes hoy en día?
Todo habría sido distinto con tanta tecnología. Quizá todavía es pronto para calibrar cuánto nos va a afectar. La verdad es que el formato disco nos daba tiempo para explorar, expandirnos, ser muy creativos. El público buscaba un álbum completo, como una obra, no una sola canción. Todos aprovechamos mucho esa manera de trabajar. La tecnología ha cambiado los ritmos de las grabaciones.

¿Volveremos a verles por ahí?
Espero. Yo no paro de componer, la mayoría son malos temas. Una idea, un esbozo.
...
Pasado el tiempo pactado, Richards sale encantado de la vida con el aroma de las naranjas valencianas y el recuerdo de Anita Pallenberg en la cabeza hacia su próxima cita. Parece incapaz de matar una mosca. Días después salta la noticia: “Keith Richards golpea a un periodista”. El pobre crítico sueco tenía sus razones para andar nervioso. En cuanto se enteró de que había sido él le atizó en la cabeza. Ya saben, Doctor Jeckyll y Mr. Hyde. A mí me tocó el primero, el tremendo padre, el que cambiaba los pañales. Luego se transformó.




2008, 2010


The Rolling Stones









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