sábado, febrero 18, 2012

“Junio veinte, tres días después”, de Miller Williams







Cuando un yo era niño y un hombre moría
al paso del cortejo un verso decía
uno, dos, tres autos, cuatro, cinco, seis
el diablo abre la puerta para ver quien es.

…Me mantuve fumando la noche entera sin dormir
y vi las luces y el día surgir.
Cuando el sol terminó con la última estrella
dejé la casa y la puerta entreabierta
y fui a la iglesia. El padre fue tierno
pero el agua bendita fría como el hielo.
Encontré a un amigo y sentí su mano
derrumbarse en la mía cual barro mojado.
Fui a oír qué decían en la plazoleta
pero allí sólo había gente sin cabeza.
Busqué en el reloj la hora del día
pero el hoyo en el muro nada me decía.
Insensible al cielo sin importarte el infierno
tú sabías algo que guardaste en silencio.
Que el alma sólo era miedo, tú decías,
y que el cielo aquí estaba lo que de cielo había.

Bien, el cielo se fue, si es que cielo era
y el alma descansa en su fosa eterna.
Pero el infierno es grande y el infierno es un hueso,
y el infierno me invade cuando me siento solo.
Es una niña muerta que ronda por el pueblo
buscando por siempre tenderse en mi lecho.



en 19 poetas de hoy en los Estados Unidos, 1966











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