lunes, mayo 16, 2011

“Oda a un monje de los montes Tai-Pei”, de Ts’en Ts’an







Cuéntase que en los montes Tai-Pei
             había una vez un monje
Que se mantenía en el aire,
             flotando como un perfume
A trescientos pies
             bajo el cielo.
Cierta vez, se ocultó
             con sus escrituras
             en la cima central
Y rara vez fue visto por los que oían
             el tañer de su campanilla.

Con su bastón metálico una vez
             separó a dos tigres
             que se peleaban a muerte;
El bastón descansa ahora
             junto a la ventana.
Bajo su lecho hay un cántaro
             que encierra un dragón.
Su vestidura era de hojas y hierbas;
             sus orejas caían sobre los hombros [1];
Y el pelo de las cejas
             le cubría los ojos.

Nadie conocía su edad. Pero los verdes
             pinos por él plantados
No lo podían ceñir diez brazos.
Su mente era tan clara
             como el fluir de un río.
Su persona, cual las nubes,
             no conocía el bien ni el mal.

Cierta vez un anciano de Shang Shan
             se encontró con él;
Pero yo no he podido hallar
             la senda que conduce
             a tan inaccesibles alturas.
Este monje desconocido
             vive aún en los montes Tai-Pei.
Los paisanos no lo conocen:
             en vano escudriñan
             el fundente cielo azul.




[1] Este es uno de los rasgos distintivos y tradicionales en la estatuaria budista china para los Buddhas y Bodhisattvas.














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