sábado, abril 24, 2010

"Que inacabable empieza", de Cristián Gómez Olivares





El mar se demuestra pero nadando.
Los granjeros de la zona, al hacer la
cosecha del maíz, tienen que tener cuidado
de no electrocutarse con los cables del tendido
eléctrico, derribados durante el último tornado.
Al subirse a sus tractores comprados con un largo
crédito que terminarán de pagar sus hijos, no debieran

estar tocando el suelo. Las estadísticas dicen
que después de una tormenta los índices de
accidentes laborales se incrementan en un
doscientos por ciento, lo que da una cifra
anual de un catorce por ciento acumulado
en las últimas dos décadas. Las razones

(dicen los que saben) se pueden atribuir
al aumento de la actividad meteorológica
debido fundamentalmente a la deforestación
de vastas zonas del área norte y a que las
cosechas, sobreexplotadas por los biocombustibles,
son cada vez más difíciles de cubrir por un sólo
operario encargado de una cantidad creciente de
acres. Como los cultivos orgánicos demandan

al menos dos o tres años manteniendo intacta la tierra,
durante ese tiempo el pequeño propietario no recibe
ninguna entrada, cero ingreso, lo que le significaría
sobre endeudarse por echarse el destino del planeta
sobre los hombros. Sus dos hijas salen a jugar al patio
y él se pone a pensar en cuando sean grandes, en la
universidad, en crecerlas. Hace cálculos, ve venir
los años, una de ellas vuelve con un pájaro entre las
manos: tiene un ala medio rota, pero quizás tal vez
se salve. Y cuando lo llevan adentro, cuando lo
comienzan a cuidar, las niñas vuelven con sus hijos,

se sientan a conversar con el abuelo que puede que
otra vez les repita esa historia sabida de memoria
en las sobremesas de la familia, de cuando era joven
y le gustaba nadar y un día llevó muy lejos a la abuela,
hasta las playas de North Carolina para que ella conociera el mar
y se decidiera por fin a casarse con un joven granjero del interior
que recién había heredado un pedazo de la tierra y ni siquiera
sabía como se arreglan los tractores, para que ella conociera
el mar y le tuviera el mismo respeto que le tienen los marinos
que nunca han sabido nadar ni tampoco necesitan aprender
porque el mar no se explica ni se demuestra sino es con un par
de estas palabras que lo miran desde el muelle golpear el muelle,
da lo mismo que suba o que baje la marea los botes amarrados
sólo esperan que amanezca para seguir estando allí amarrados.













Inédito












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