viernes, diciembre 25, 2009

Entrevista a Jesús de Nazareth, de Heinrich Unheimlich





Heinrich Unheimlich: Jesús, ¿qué anda haciendo por aquí casi de incógnito?
Jesús: Bueno…. no es la primera vez que lo hago. Habitualmente suelo darme una vuelta por aquí a ver cómo están las cosas. Y permítame decirle que nunca antes me habían descubierto, por lo cual lo felicito: es usted muy perspicaz. En verdad me sorprende que haya podido identificarme. Dígame: ¿cómo lo hizo?

Mire, no se ofenda, pero ahora yo diría que vamos a invertir los papeles. Ahora, quien pregunta soy yo, ¿de acuerdo? Luego, después de la entrevista, si le parece, le cuento los detalles de cómo lo identifiqué. Pero, volviendo a lo que decíamos… ¿así que regularmente viene de incógnito por aquí? ¿Y cómo encontró las cosas ahora?
Mal, muy mal. La verdad es que siempre le damos seguimiento a este planeta, nos interesa mucho…

Perdón que lo interrumpa: habla en plural. “Le damos seguimiento” dice. ¿Quién además de usted?
Pues, mi padre. Fue él quien hizo todo esto. Y –se lo digo entre nosotros, en privado– a veces se arrepiente. A veces se reprocha por qué se dejó llevar por la pasión inventando esta especie tan rara que son ustedes, y se arrepiente. Pero ya es tarde, no hay marcha atrás. En más de una oportunidad, para reparar ese “error”, como suele decir, pensó en eliminar toda la especie. De ahí que permitió que desarrollen las armas de destrucción masiva, fundamentalmente las nucleares. Pero nunca se termina de decidir si hacerlas usar. También considera muy cruel la extinción total. Si bien la especie humana es insoportable, absurda en algunos casos, incomprensible a veces, también tiene cosas muy lindas, muy simpáticas.

¿Como cuáles?
Bueno…muchas, numerosas, numerosísimas. Ustedes no son sólo estupidez; también han hecho cosas importantes, muy lindas. Además de hacer la guerra, por ejemplo, y entre otras cosas, hacen arte, aman a sus hijos, a veces se enamoran, a veces filosofan y dicen cosas bien interesantes, bien profundas. Claro que no hay que olvidar la contracara de todo eso: son egoístas, muy violentos, son muy conservadores, les asusta mucho el cambio, y en estos últimos tiempos han desarrollado una enfermiza cultura de apego a las cosas materiales que ustedes mismos producen. Hay que reconocer que a veces son realmente inteligentes. Yo me sorprendí mucho cuando en estos últimos años empezaron a inventar todos estos artefactos tan llamativos que les reportaron enormes cambios: máquinas para volar, que ustedes llaman aviones, máquinas para ir por debajo del agua, todos los aparatos para comunicarse a la distancia: el telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión, el internet. No han logrado dominar aún la telepatía, pero no falta mucho para que lo hagan. Bueno, todo eso realmente me tiene sorprendido. Y a mi padre también. Porque de verdad que él no había planificado todo esto. Él solo dejó la posibilidad abierta; de ahí en más, fueron ustedes los que dieron estos pasos. Y de verdad que los felicito.

Por otro lado, como le venía diciendo, no hay dudas que todas esas cosas, cuando uno lo ve desde afuera, sorprenden gratamente. Y hacen pensar en que la humanidad no es tonta. Claro, después cuando empieza a profundizar… se agarra la cabeza. Tienen internet… ¡para ver pornografía! Me imagino que usted debe saber, bien informado como está al ser un destacado periodista, que una tercera parte de las consultas que se hacen en la red de redes, es para mirar pornografía. No es que esté mal tener apetitos carnales, no, por supuesto. Para eso mi papá les dio la facultad del deseo. ¿O acaso no es grato desear, derretirse de ganas por alguien? Pero, ¡qué pobreza espiritual tener que contentarse con mirar a alguien desnudo en una pantalla!, ¿no? Cosas como esas son las que me abren –o nos abren, mejor dicho– esas dudas: mi padre, a veces con una sonrisa bonachona y mesándose la barba, dice entenderlos y que él así lo quiso. Pero otras veces –y yo soy de esa idea también– piensa que son demasiado tontos, demasiado miedosos ante la vida. Prefieren ver un cuerpo desnudo en una pantalla en vez de tocarlo con sus propias manos. ¿Por qué ese miedo absurdo? Prefieren la mentira y la hipocresía en vez de buscar la verdad. No entiendo por qué esa pusilanimidad, no lo entiendo. Prefieren decir que está todo bien, mientras sufren como condenados.

Bueno, pero me voy por la tangente. Usted me preguntaba qué cosas buenas tienen los humanos. Mire: muchas. Por ejemplo, hacen música, que es algo hermoso, angelical. Y no importa qué música, de las innumerables variedades que tienen. Eso siempre es algo lindo, grato, que alegra el espíritu. La estupidez comienza cuando con esa fiebre enfermiza por el apego a lo material y ese insaciable afán de poderío que se ve tanto en estos últimos años de su historia, comienzan a vender musiquita empaquetada. Por eso le digo que siempre están oscilando entre lo genial (en música han hecho cosas geniales, de verdad. Mire el alemán van Beethoven; pese a estar sordo musicalizó una oda a la alegría, ¿no le parece genial? Bueno, o cualquier música: ¿escuchó alguna vez un ukelele sentimental? Se lo recomiendo, Unheimlich); pero para no irnos por la tangente, le decía que siempre basculan entre lo genial y lo ramplón. Hacen músicas hermosas, y al mismo tiempo componen enlatados estúpidos que se obligan a consumir pagando para escucharlos. Claro que, en eso, el jueguito es más complicado: son algunos pocos los que se aprovechan de la gran mayoría. Son unos pocos los que ganan dinero vendiendo basura, y la gran mayoría silenciosa agacha la cabeza y consume las modas. En música eso se ve con palmaria claridad. ¿Me entiende lo que le quiero decir? Al lado de creaciones realmente geniales ustedes hacen estupideces que no parecen posibles. ¿Por qué ese afán perpetuo de dominarse unos a otros? ¿Por qué esa lucha interminable por el poder?

¿Y usted que cree? ¿Por qué su papá nos hizo así?
Como le decía: a veces se arrepiente de haber hecho eso. Pero también tiene sentido que sean así, si uno lo piensa bien. Como son finitos, tienen los límites siempre a la mano (la muerte está siempre presente, envejecen, se ponen decrépitos o, para graficarlo de un modo muy evidente: al lado de la belleza que puedan tener, se tiran pedos, con lo cual todo se afea –y todos, varones y mujeres, se los tiran, todos…–), pues bien, como la finitud los inunda por todos lados, el poder es lo que les puede hacer sentirse menos frágiles, es la puertita hacia la plenitud. O es lo que, al menos, les provoca la sensación de plenitud. Todos ustedes están condenados a envejecer, a corromperse, a morirse, todos ustedes son siempre falibles, viven presa de los miedos, saben las cosas siempre limitadamente, irremediablemente tienen que decidir ser varón o mujer porque todo al mismo tiempo no se puede…; es decir: como la vida de los humanos está inexorablemente marcada por sus límites (viven tirándose pedos, en otros términos: comen manjares que luego se transforman en flatulencias), el ejercicio del poder los hace sentir menos limitados. De ahí que estén buscándolo perpetuamente. ¿A quién de ustedes no les gustaría ser dios? Tener poder –aunque sean cuotas mínimas: el varón sobre la mujer, el europeo –presuntamente civilizado– sobre los supuestos salvajes del África, el rico sobre el pobre, el adulto sobre el joven– tener poder es alejarse de los límites, aunque sea un poquito. El poder siempre hace sentir impune, absoluto, inmortal. Por eso viven inventando historias que les permita fantasear con todo eso: Superman actualmente, o cualquier héroe de las mitologías históricas en todos los pueblos que han pasado por el planeta. ¿A quién no le gusta ser como un actor triunfador de Hollywood, o como Schumacher, o como John Lennon, que llegó a decir que era más famoso que yo? ¿Me entiende?

Creo que sí. ¿Pero por qué su papá nos hizo así, tan limitados entonces?
Vaya pregunta, mi amigo… ¿A quién no le gusta ser dios? Pregúnteselo a mi padre… Pero yo vine al mundo hace dos mil años para tratar de ayudar un poco a soportar esos problemas, para hacer más llevadera la vida pese a todos esos límites. Yo traté de enseñar a vivir sin tantas angustias, sin fascinarse tanto con la búsqueda del poder.

¿Y qué dice: lo consiguió?
¿Me lo está preguntando en serio? Vamos, Unheimlich: ¡no sea estúpido! ¿No ve acaso cómo está el mundo? A veces soy yo el que se arrepiente de haber venido, me arrepiento de haberme hecho tantas expectativas. Con toda sinceridad le digo que yo pensaba que iba a ser más fácil la transformación ética de los seres humanos. Pero veo que eso no es fácil. No digo que no se pueda cambiar, no, por supuesto que no. Ahí está el socialismo como una promesa abierta. Y eso no ha terminado, créame que no. La historia sigue, y lo que se creía un triunfo absoluto de los grandes capitales hace unos años atrás, hoy se derrumba como castillo de naipes con la crisis financiera internacional. La gente es tonta, pero no tanto. Se deja explotar porque no le queda otra alternativa, pero llega un momento en que se rebela. “Pena sobre pena y pena hace que uno pegue el grito. La arena es un puñadito, pero hay montañas de arena”. Creo que eso lo dice claramente: es un poema de un cantor argentino que quizá conozca: Atahualpa Yupanqui. No le puedo decir que fracasé en mi intento de hace dos mil años; pero veo que las cosas son más complicadas de lo que creía. Los que se suponía tenían que ser mis sucesores para seguir predicando ese mensaje de contestación contra el poder –que fue revolucionario en su momento, créame, por eso a mí me crucificaron los romanos–, los que tenían que seguir con mi ejemplo, es decir: la iglesia católica, mire cómo terminaron: una institución con el poder más descomunal durante mil años, dueña de riquezas y conciencias, que se permitió matar a cuanta persona se le opuso, y que ahora, aunque un poco debilitada, sigue siendo lo más contrario a lo que yo vine a enseñar. ¿Cómo podría entender usted que mis sucesores vistan ropas de oro y piedras preciosas si yo vine a combatir esas flaquezas? ¿Cómo puede entender que, en mi nombre, se quemó viva a tanta gente, en nombre del amor? Algo no funcionó ahí.

Habló del amor. Usted predicó aquello de poner la otra mejilla luego de ser abofeteado, de amarse los unos a los otros –bueno: John Lennon decía algo parecido, ¿no?– Pero si observamos detenidamente el mundo, lo que menos encontramos es amor. El amor eterno de los enamorados se termina muy pronto, después de la luna de miel, y las relaciones entres las personas no son muy amorosas que digamos precisamente (se venden más armas que libros, o que flores). ¿Qué pasó con su enseñanza?
A veces me lo cuestiono, sí. Quizá fui un poco ingenuo, lo reconozco. Vez pasada hablaba con Quetzalcóatl en un encuentro de dioses que tuvimos en el monte Olimpo, y fue él quien me abrió los ojos al respecto. Yo pensaba que la gente respondería mejor a mi mensaje, que verdaderamente haría un acto de arrepentimiento y buscaría cambiar cuando se diera cuenta de su condición. Pero no sabía con exactitud cómo los había programado mi padre. Veo que la angustia ante la vida que tienen ustedes –que no he encontrado en los seres de otros planetas– es más fuerte de lo que me imaginaba, de ahí que la búsqueda del poder los tiene demasiado trastornados. Viven siempre pensando en sí mismos, siempre preocupados en ver cómo triunfan a costa del otro. Son demasiado individualistas, “narcisistas” para decirlo con un término que inventaron sus psicólogos y me parece muy bueno: viven fascinados y enamorados de ustedes mismos, por eso les cuesta tanto amar al otro. Piensan en primera persona, sueñan en primera persona, el otro les es un instrumento para conseguir sus fines, nada más. Yo creí que lo lograría, pero no sabía bien en la que me metía. Por eso, dos mil años después, rectificaría mi mensaje: no los llamaría tanto a amarse sino a respetarse, lo cual ya es muy mucho pedir.

Mire, Unheimlich: se lo voy a decir con una parábola. Ustedes se aman tanto a sí mismo, les cuesta tanto amar a otro, que está más que demostrado que el 98,5% se procura placer a sí mismo sin compañero sexual, masturbándose.

¿Y el otro 1,5 por ciento?
Es manco. (Risas)

Tiene buen sentido del humor, por lo que veo. Hablando de otra cosa, pronto está de cumpleaños. ¿Qué dice al respecto?
Eso, de verdad, me tiene asqueado. Ahora, al menos en una buena parte del mundo, festejan mi cumpleaños, el número 2008 para ser más exactos, tirando la casa por la ventana. Pero vea cómo lo celebran: ¡ni una imagen mía por ningún lado! En mi lugar vino a instalarse ese gordito con risa estúpida vestido de payaso, que no entiendo de qué vive riéndose. ¿Se da cuenta? ¿Entiende lo que le quiero decir? Todo el mundo dice ahora: ¡Feliz navidad!, y creo que ni siquiera sabe lo que está festejando. Pregúntele usted a cualquiera que come como condenado en mi fiesta de cumpleaños y chupa como una esponja quién es ese flaco ascético que andaba por ahí harapiento predicando la igualdad hace dos mil años atrás, y seguro que no lo va a saber. Pero seguro que compró regalitos y puso una imagen del gordito éste que le mencionaba en su casa. ¿Por qué nadie me pone un pastel con velitas para que las sople? ¿Alguien me preguntó si no me gustarían mariachis para festejar mi cumpleaños? No, nada de eso… Yo hablé de valores espirituales, de lucha contra la ostentación y la frivolidad del poder, de solidaridad genuina, de igualdad para todos y todas –bueno, en mi época no importaba la cuestión de género, se hablaba sólo en masculino–, y ahora celebran mi cumpleaños olvidándose de mí y reemplazando mi mensaje por un consumismo voraz y por un imbécil que se ríe invitando a comprar locamente. ¡Es triste! Pero no hay que darse por vencidos. Yo sigo viendo luz al final del túnel, aunque cueste mucho.

¿Ve luz? ¿De verdad? ¿Y cuál es el futuro de la humanidad entonces, Jesús?
[A partir de aquí Jesús comienza a hablar en francés] Ah…, está pidiendo demasiado. Como me imagino que comprenderá, no puedo darle mayores precisiones. Lo que sí le adelanto es que la historia no está terminada. Aunque los que alientan el consumismo interminable que promueve Santa Klaus crean que ganaron la batalla, se equivocan. En ese sentido, parafraseando a ese buen pensador que tuvieron ustedes en el siglo XIX llamado Hegel, podríamos decir que “el amo tiembla aterrorizado delante del esclavo, porque sabe que inexorablemente tiene sus días contados”. Por más parafernalia militar que los amos desarrollen para cuidar sus privilegios, la justicia se va a imponer. No hay espada –ni misil nuclear, digamos hoy día–, por más poderosa que sea, que pueda imponerse sobre la justicia.

¿Se refiere a la justicia divina, al Juicio Final?
¡No, compañero! ¿De qué justicia divina me está hablando? Quiero decir que la gente, lentamente, va abriendo un poco más los ojos. Antes, cuando yo andaba correteando por los desiertos de Galilea –¡todavía me acuerdo la sed que pasaba ahí!– el emperador, el amo esclavista, eran casi dioses, intocables, impunes. ¿Quién osaba enfrentárseles? Y otro tanto pasaba en otras latitudes: los chinos no podían mirar a los ojos a su emperador. Lo mismo era con cualquier mandamás. Cualquier teocracia –en el Asia, en América– podía decidir con la más absoluta naturalidad sobre la vida de un súbdito. ¿Quién le ponía freno a esos poderes? Lo mismo podía hacer el varón con su mujer. ¿Quién iba a protestar por eso? Pero las cosas están cambiando, mi amigo. La gente va abriendo un poco más los ojos. No sé si habrá sido mi enseñanza, no lo sé. A veces, cuando visito cualquier centro comercial para esta época, unos días antes de mi cumpleaños, me sorprendo y pienso que todo mi esfuerzo fue en vano. ¿Cómo es posible que unos pocos, poquísimos, desde sus limusinas blindadas o desde un penthouse que puede costar varios millones de dólares, decidan la vida de las grandes mayorías planetarias? ¿Cómo es posible que a las masas, igual que en mi época en el circo con los gladiadores y los leones, se las siga engañando de esa manera, ahora con todos los nuevos artificios tecnológicos? Parece que las cosas no cambian, y eso llevaría a la desesperanza. Pero no es tan así, Unheimlich: las cosas cambian.

Sí, claro … pero permítame decirle que la gente ya no se siente tan creyente como antes. Los católicos aún siguen los ritos, por ejemplo el de festejar la Navidad, o el de casarse por la iglesia o bautizar a sus hijos, pero la religiosidad va perdiendo importancia en el mundo moderno, más guiado por los jet supersónicos y las tarjetas de crédito que por un mensaje místico.
Exactamente. Eso es lo que estoy tratando de decirle: la gente cambia. Y agregaría: ¡felizmente! Si no, aún seguiría en las cavernas. Pero no: hay cambios, siempre. La historia no está terminada. No quiero anticiparle para dónde seguirán esos cambios. Es más: nos pusimos de acuerdo con mi viejito que eso no lo vamos a revelar por ahora. Pero, aunque parezca que no, las cosas se mueven. Como dijo aquel italiano famoso que la iglesia casi cocina en la hoguera: eppur si muove.

Entonces, haciendo un balance de estos primeros dos mil años de su trabajo, ¿qué diría?
[Comienza a hablar en arameo y el periodista corta la entrevista]











en www.rebelion.org












1 comentario:

Unknown dijo...

Muy agudo y lleno de sensatez.
Todo lo relativo a Jesús esta envuelto en sombras y dudas de difícil explicación.
Pero te invito a dar una vuelta sin prisas por www.lascosasdechurruca.com, que ayuda, a partir de material de primera mano, a comprender otra realidad más genuina.Es fuerte, pero ahí está.
Saludos.
Vidal.