domingo, agosto 09, 2009

«Isla de los Bienaventurados», de Alfonso Calderón

Cuatro poemas


(1930 - 2009)


Hot jazz


Te dije que eso no tendría
un buen fin. El tranvía
nos espera y un rayo de sol
inunda la calle, como siempre.

Me sugeriste con dulzura:
«un dragón es lúgubre,
pero no se puede odiar».
Oigo, sentado en el café,

Swing in minor, el rasgueo
final de la guitarra
de Django Reinhardt.
Quizá teníamos un aire

vago de perro perdido.
Te repetí que esto no podía
tener un buen fin.
Quise decir algo más




Helena


Troya, tal vez. La llama se aviva
y tú, Helena, guardas silencio.
Se agotan los soldados. Cruje
el pestillo de la puerta y las sillas

son viejos pensamientos. De nuevo
te amo, Helena. Las alas de un pájaro
saludan a1 Ponto Euxinos. Humo, ruido,
hollín, vienen las naves que un día

habrán de destruirte. Príamo tose
sofocado por el humo. Deseo que la tierra
me trague y tú, triste y sola, gris
y envejecida, pones la mesa para un rey,

que jamás volveré a ser yo, sino el vil
Paris. Quizás mi canto ha de hacerte
llorar, un día, Helena. Sin ti,
solo como un perro, percibo el mar lejano.




Tiempo


Distraído, el hombre sirve el vino.
Los años de ausencia acaso albergan
las flores que trajo y el periódico.
¿Puedo ver la columna de los muertos?

Alguien, sin sentirlo, enciende aún
un cigarrillo. Azul, el humo llega
a la cocina y la vuelve un sueño
de Vermeer. Deja que la lámpara

anuncie el final de aquella historia.
Por la enorme puerta, abominable
el tiempo avanza, sube al altillo,
abandona el cuarto de costuras

y coge el pasamanos de la escalera
como si hubiera de reírsenos en la cara.
Va, de pieza en pieza, encendiendo
las luces. Ya está solo. El polvo seco

del camino le cierra la garganta.
Luego insinúa: «todo es difícil
de decir». Tose, balbucea, alza
la copa y sirve el vino, aún.




Klee


La hoja azotada por la lluvia,
algo así como una atroz visión
de Klee. Era junio. Tú y yo
veíamos caer aún la lluvia.

De pronto, nuestros ojos
observaban el vago recuerdo
que ya éramos. ¿Desde qué
ángulo advertí en tu rostro

el rumor de la sucia muerte?
El murallón de adobes quedó
atrás y también el torpe yuyo
incierto, algún beso final

y el día de tu muerte, mañana.
Sin otra cosa que un secreto,
en el reino del amor, tú y yo.
Bastó el azar, la distracción,

el grito de un pájaro, el nombre
de Paul Klee, la lluvia del sur,
el silencio de una mañana
cuyo nombre será la muerte.









en Isla de los Bienaventurados, 1977










* Todos los poemas fueron escritos en 1976.












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